El pleitazo que traen Mario Delgado y Porfirio Muñoz Ledo no es nuevo, ni tampoco excepcional. Es una cultura que ha venido creando una parte de la izquierda mexicana desde hace años. Conductas pre-modernas de quién tiene una concepción del poder harto curiosa.
Golpes, porrazos, acusaciones, tomas de inmuebles, asunciones de cargos de manera «legítima», verborrea, exhibición de confidencias y cualquier tipo de actitud digna de demostración de una civilización poco avanzada es lo que observa la sociedad.
Por un lado afirman que las instituciones deben servir para resolver el problema y sus diferencias, y por el otro disfrazándose de huracán o tsunami las destruyen.
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La desaparición la semana pasada de los 109 fideicomisos es un claro ejemplo. Un vehículo financiero que garantizaba el funcionamiento independiente en rubros sociales y científicos entre otros no menos importantes, y que resolvían el pago a personal especializado ahora es reencauzado a la dependencia absoluta de la política y el voluntarismo del Ejecutivo Federal.
Lo mismo exactamente sucede con Morena. Idéntico. Las únicas instituciones que garantizan el acceso al poder son los partidos políticos, con todo respeto para los candidatos independientes, que por los requisitos legales son poco viables. El realmente único instrumento de la sociedad para conseguir la representación política y la democracia representativa son los partidos políticos. No hay más. Está establecido en la Constitución Federal y es el modelo planteado por los mexicanos. En Morena con el pretexto de la renovación de su dirigencia están intentando destruir a toda costa al partido gobernante con la complacencia de su máximo líder (el único), el Presidente López Obrador.
En el PRD tenían exactamente el mismo problema que hoy tiene Morena, grupos facciosos y semi-facciosos buscando como único objetivo en la vida destruirse. La aniquilación como fin último de las instituciones para demostrar su naturaleza humana, ha sido una de las reglas de vida más importantes de la izquierda mexicana.
Desde luego esto podría entenderse como un proceso de aprendizaje o reconstrucción de su identidad, un proceso de madurez, inclusive de realineación de fuerzas y objetivos grupales. Pero no, no es así. Morena no esta pasando por ningún proceso ni re-dirección de objetivos. Vamos, ni siquiera en la mitad de los Estados de la República tienen dirigencia, mucho menos consejos representativos para la toma de decisiones.
Puede que nos sorprenda, pero la realidad es que Andrés Manuel López Obrador debe extrañar profundamente a Jesús Zambrano y a Jesús Ortega, quienes lograron medio institucionalizar al PRD y poco a poco fueron desarrollando mecanismos de diálogo como el Consejo Político Nacional (la representación de todos los pequeños caciques en un sólo órgano) para dar una solución semi-civilizada a los conflictos. Ambos podrán ser criticados por organizar una confederación de intereses en Nueva Izquierda, por impulsar a incondicionales sin mérito ni capacidad alguna para dirigir a la izquierda, salvo contadas excepciones. De perder en los últimos años la brújula por intereses de otra naturaleza, sin embargo, tenían la habilidad para ordenar, organizar y detectar las prioridades de una institución. Sin duda.
También los extrañan, porque el Presidente de la República no debería dedicar su tiempo, su mañanera y sus esfuerzos en ordenar y organizar a un partido político, aunque sea suyo. Mucho menos castigar o premiar a tantos que sólo buscan atraer su atención. Él debe estar gobernando, resolviendo los problemas nacionales. Pero no hace ni una ni otra cosa. Lo más triste, es que ni siquiera Gabriel García con el inmenso poderío que le otorgó el Presidente para organizar los programas sociales ha podido hacer bien su encomienda.
En síntesis, el único trabajo que supuestamente se comprometió a fondo una parte de la izquierda no lo hace Morena, no lo hace el gobierno de manera institucional, no lo hace el Presidente y mucho menos Gabriel García.
¿Entonces quién lo hace? Nadie. Como popularmente se dice ni pichan, ni cachan, ni dejan batear.
Entonces para qué quieren partido, instituciones, Presidencia de la República o representación política, sino saben que hacer con ella, únicamente saben pelear. Por lo que vemos, es lo único que saben hacer y muy bien.
Todo esto parecen ser temas superficiales, o sin importancia. Sin embargo en términos prácticos la simpleza no debería complicarse. Pero así son y así quieren ser. Que mal augurio para el futuro de nuestro país que por no existir otra opción tengamos que acostumbrarnos a esto.