Detrás de la fanaticada una ignorancia supina, en Trump una megalomanía sin límites. Ambas se han conjuntado en los últimos cuatro años en detrimento de la democracia que se veía como modelo y han permitido una sacudida en organismos que fueron bandera de Estados Unidos a lo largo de la historia.
Dos ejemplos: el correo y los servicios de inteligencia, sobre todo, el FBI, han sido centro de críticas y descalificaciones del inquilino de la Casa Blanca y con él las hordas que lo adoran y acompañan.
El Servicio Postal ha sido, desde su creación, un símbolo de confianza, en un alto porcentaje de películas y programas de la televisión la camioneta azul y blanco, los carteros, los centros de recepción y distribución los hemos visto como parte de la escenografía indispensable.
Los estadounidenses confían tanto en su correo que por sus instalaciones circulan sobres y paquetes con cheques y hasta dinero en efectivo, documentos oficiales y privados. El peso de un sello postal es de tal aceptación que, por ejemplo, las autoridades hacendarias toman como válida la fecha del matasellos postal.
Votar por correo es una práctica común, el ciudadano solicita a la organización electoral su boleta y la regresa por la vía postal, la semana pasada en Carolina del Norte empezaron a votar para los comicios del 3 de noviembre y, sin duda, el correo ha sido una de las vías, particularmente por la amenaza de la pandemia. Muchos ciudadanos eligen el servicio postal sobre los centros de votación por temor a contagiarse.
A Trump eso no le importa, sin pruebas la agarró contra el servicio postal y asegura que es la fuente de un fraude, sabe que los votantes demócratas han expresado su preferencia por el sufragio a distancia y les quiere cerrar opciones, en eso ha contado con el apoyo del director del correo, Louis DeJoy, un simpatizante y donante quien redujo las horas extra y modificó sistemas de procesamiento a tres meses de la elección, hace unos días compareció ante los legisladores y aseguró que daría marcha atrás en las reformas que ya estaban operando.
A lo largo de su presidencia Trump ha sido duro crítico de la comunidad de inteligencia. Los 16 organismos que la integran coincidieron en la injerencia rusa en las elecciones de 2016 lo cual molestó al mandatario quien, sin pruebas los acusó de preferencia hacia Hillary Clinton. En una demostración autoritaria destituyó al director del FBI, James Comey, quien no se plegó a las exigencias del presidente, eso fue solo el principio, después renunció a todo aquel que no se ajustaba a sus posiciones, acertadas o equivocadas; igual lo hizo con directores que con funcionarios de otros niveles.
Correos y el FBI están entre los referentes estadounidenses más simbólicos, a Trump lo tiene sin cuidado, para él importa más su reelección.
Históricamente el presidente en turno iba por el mundo con una especie de infalibilidad, había la confianza de que no pasaría por encima de las instituciones, que no caería en las excentricidades de los últimos 3 años.
El autoritarismo democrático está campeando en varios países del mundo, la figura más simbólica es Donald Trump, pero lo siguen varios imitadores que están destrozando instituciones y tradiciones.
AL MARGEN
El célebre periodista Bob Woodward acaba de lanzar Rage (Rabia) y el exabogado Michael Cohen, Disloyal: A memoir (Deslealtad: unas memorias). Ambos libros exhiben rasgos, omisiones y acciones de Trump, algunas sumamente graves como que fue omiso con la gestión del Covid-19. En sentido contrario, desde Noruega lo proponían para el Premio Nobel de la Paz. Trump sigue sin digerir que la academia sueca condecoró a Barack Obama.