Actualmente el maíz es el principal cultivo del mundo (junto con el arroz, proporciona el 75% de todas las calorías consumidas por la población mundial). Sin embargo, cuando llegó a Europa no se popularizó para consumo humano. El problema no fue su sabor, sino que las dietas basadas principalmente en maíz llegaban a ocasionar pelagra, una enfermedad que ocasiona problemas intestinales, neuronales y en la piel.
Para sorpresa de muchos en el continente europeo, las comunidades originarias de América con dietas basadas en maíz no desarrollaban la enfermedad. Mucho después se identificó que la pelagra es provocada por una deficiencia de niacina (una forma de vitamina B) en el maíz que se evita al nixtamalizarlo, es decir, al cocerlo con cal para ablandar los granos (lo que además aporta calcio).
Esta anécdota en la historia de la globalización del maíz es significativa porque ilustra que los cultivos no son solo las plantas, sino que están asociados a una cultura en el más amplio sentido, incluyendo conocimientos, prácticas agronómicas, tecnologías y formas particulares de prepararse y comerse.
México cuenta con una cultura asociada al maíz muy amplia, no solo por su relación histórica con la planta sino por la ciencia y tecnología que ha desarrollado en torno a ella (que incluye prácticas sustentables, variedades mejoradas, mecanización inteligente, etc.), particularmente desde hace un poco más de 50 años cuando cuando impulsó la conformación del Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT) con el fin de desarrollar ciencia útil para los productores de maíz de México y el mundo.
Actualmente el 85% de los países cultivan maíz, de manera que la ciencia y la tecnología que México ha desarrollado sobre este cultivo —y metodologías para la difusión de prácticas agrícolas sustentables como la generada por el programa MasAgro de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural y el CIMMYT— son fundamentales para la seguridad alimentaria mundial.
A través del CIMMYT, México hace cada año 1,500 envíos de semillas a cerca de 800 receptores en más de 100 países (mayoritariamente centros de investigación de países en desarrollo); la experiencia y conocimientos en torno al maíz también son compartidos (y nutridos) mediante la participación del CIMMYT en proyectos a nivel global como el Programa Global de Maíz, el Programa de Investigación del CGIAR sobre Maíz, Maíz para Colombia y el proyecto Aceleración de las ganancias genéticas en maíz y trigo para mejorar los medios de vida (AGG) —que se desarrolla en 13 países en África Sahariana y cuatro en Asia Meridional—.
Además de contribuir a la seguridad alimentaria, la ciencia en torno al maíz también puede generar cambios sociales: en África, por ejemplo, se ha documentado que con capacitación y semillas mejoradas las mujeres de diversos países de ese continente están redefiniendo su papel en la economía. Por esta razón cada semilla que México comparte con el mundo va acompañada de los conocimientos técnicos necesarios, pues de otra manera difícilmente podrían prosperar, expresar su potencial y, eventualmente, propiciar cambios sociales positivos. (https://idp.cimmyt.org/)