Coronavirus

El Prado se reencuentra con el público con una selección de ‘grandes éxitos’

Publicado por
Aletia Molina

“Aquí, más que del coronavirus, podríamos testar a los visitantes del síndrome de Stendhal”, dice Miguel Falomir sobre esa enfermedad imaginaria que bautizó en Florencia el escritor francés, mareado por tanta maravilla artística. El director del Prado está en mitad de la sala 12, el sancta sanctórum del museo. Las meninas siguen ahí, como siempre, posando en el espacio inusualmente vacío, pero la cosa está más animada que de costumbre esta mañana del Madrid de la fase 1. Son los nuevos vecinos: Las hilanderas, Los borrachos y cinco bufones velazqueños dispuestos a la manera de un retablo han dejado las salas donde habitualmente se encuentran para acomodarse temporalmente aquí, como parte de Reencuentro, la exposición de 250 de las obras más representativas de la colección permanente con la que el museo reabre sus puertas este sábado tras un parón de casi tres meses forzado por la pandemia.

La institución ha hecho “de la necesidad virtud”, afirma su director. La reducción de personal de sala (vigilantes que no pueden incorporarse aún porque tienen personas a su cargo o porque pertenecen a la población de riesgo por su edad o por sus patologías previas) y las restricciones sanitarias propias de la “nueva normalidad” (distancia de seguridad de dos metros, reducción de aforo o simplificación de la visita para evitar los contagios) han obligado al Prado a limitar su reapertura a 16 salas del edificio de Villanueva (que ocupan una cuarta parte del total destinado a la colección permanente). Desde algunas de ellas, además, es posible asomarse a varios espacios contiguos, cerrados al público pero aun así visibles, dado que el paso lo cortan unas vallas que llegan a las rodillas.

El recorrido abarca la Galería Central, esa Gran Vía de la historia del arte europeo que atraviesa el edificio Villanueva, y también un puñado de espacios de la crujía izquierda y, al fondo la derecha, las salas dedicadas a Goya en la primera planta. En total, el Servicio de Brigada ha movido 198 cuadros para conformar un “destilado, difícil de igualar, de la colección permanente”, que en circunstancias normales suma 1.714 piezas expuestas. “Es un trabajo digno de un maestro del perfume”, asegura Falomir. Esta ordenación excepcional empezará a desmontarse el 13 de septiembre, cuando los cuadros comiencen a regresar por fases a sus ubicaciones habituales y el museo recobre poco a poco la vida normal.

La visita (gratis este fin de semana y a mitad de precio hasta septiembre) estará restringida a un aforo diario de 1.800 personas (un tercio de lo habitual), y todas deberán obtener su entrada online al menos con un día de antelación, aunque el acceso sea gratuito. Entrarán, previa toma de temperatura corporal (se prohíbe el acceso a los que superen los 37,5 grados) por la puerta alta de Goya para hacer un recorrido unidireccional, con mascarilla, que desemboca en la de Murillo. Habrá dispensadores de gel hidroalcohólico y los ascensores se reservarán para personas acompañadas de bebés o con discapacidad. “En cierto modo”, aclara Falomir, “es una vuelta a la disposición del siglo XIX. No son solo los espacios arquitectónicamente más nobles, sino también los más diáfanos, que permiten un mejor flujo de visitantes y acomodarse a las recomendaciones sanitarias”.

En medio, se despliega “la mejor exposición temporal que quepa imaginar”, según el director. Un todo que aspira a ser más que la suma de sus partes. Todas las obras estaban allí antes, pero colocadas unas al lado de las otras provocan una nueva experiencia estética. Para decidir cuáles merecían cambiar de sala, o incluso de planta, los conservadores del Prado han hecho un esfuerzo de selección y negociación (también de imaginación; Falomir otorga el mérito del hallazgo de juntar bufones y meninas a Javier Portús, guardián de la pintura española hasta 1800). El resultado de esas transacciones (“en algunos casos, ha sido como pedirles que elijan entre papá y mamá”, bromea) es una propuesta principalmente cronológica, pero “con algunos guiños aquí y allá que diluyen la rigidez de las escuelas”.

Si antes del coronavirus el relato de la Galería Central arrancaba con la gran pintura veneciana, empujada en la reapertura unos metros más al sur, ahora se remonta a las escuelas flamencas, españolas e italianas del siglo XV, que normalmente están en la planta baja. A la primera sala (24) se accede tras ser recibido por la estatua desnuda de Carlos V y el Furor, de Pompeo y Leone Leoni, que luce para la ocasión despojada de armadura por primera vez desde 2008. El arranque está lleno de sorpresas, como esa genial elipsis cinematográfica que sale de enfrentar La anunciación, de Fra Angelico y El descendimiento, de Van der Weyden. En ese espacio y el siguiente se suceden las obras maestras recolocadas y gloriosamente bañadas por la luz natural: El triunfo de la muerte, de Pieter Bruegel el Viejo, el Paso de la laguna Estigia, de Patinir, el Cristo muerto, de Antonello da Messina, la Mesa de los pecados capitales y la Adoración de los Magos, de El Bosco, El cardenal, de Rafael, o ese Noli me tangere, de Correggio, que se ha puesto súbitamente de moda ahora que el coronavirus aconseja no andar tocándose.

Estos tiempos interesantes han empujado a los conservadores del Prado a jugar a romper sus propias reglas y juntar, por ejemplo, dos autorretratos como los de Durero y Tiziano. Yuxtaposiciones como esta, solo al alcance de los editores de libros de arte e inimaginables en las tres dimensiones del museo, se repiten por todo el recorrido. Así, al Saturno de Goya, que emerge de las profundidades de las salas de las pinturas negras, le sigue con naturalidad el de Rubens, cuyas obras mitológicas hacen hueco en la pared de enfrente a la Dánae recibiendo la lluvia de oro, de Tiziano, en otra prueba de que los artistas de las colecciones reales fueron también grandes estudiosos de sus predecesores. Los naturalismos español y europeo se dan la mano sin distancia de seguridad que valga; el Greco convive con otros retratistas contemporáneos, como Artemisa Gentileschi, Sofonisba Anguissola o Antonio Moro, y la monumentalidad de Las lanzas, de Velázquez, adquiere otro sentido flanqueado por los retratos ecuestres de militares españoles del siglo de Oro en una puesta en escena que aventura el espíritu museológico de la ampliación salón de Reinos.

La amplitud de los espacios también beneficia a Goya. La familia de Carlos IV estará acompañada este verano en su rotonda habitual por El dos y El tres de mayo de 1808, en la anteúltima conquista de la virtud sobre la necesidad. “Seguramente, el sitio ideal de estas obras sea este, pero en circunstancias normales el público impediría el paso si así se colocaran. Con el aforo limitado, es otra cosa”, dice Falomir. El recorrido continúa con más goyas, el pintor más representado en este Reencuentro (y en la colección del Prado), y con una escueta selección del siglo XIX (Sorolla, Beruete, Rosales, Bonheur…), en la que no ha entrado las obras de pintura de historia, obviamente por motivos más espaciales que estéticos.

“No están todos los que son, pero sí son todos los que están”, admite el director. En este grandes éxitos que no aspira a la exhaustividad cada cual echará en falta los suyos, bien sea el rembrandt, La bacanal de los Andrios, el Duelo a garrotazos, de Goya, también tristemente de moda gracias a nuestra clase política, o Poussin, aunque seguramente todos (“los yonquis del Prado, que lo echaban horrores de menos, y a los que les ha picado la curiosidad con la web del museo, que ha batido todos los récords durante el confinamiento”) coincidirán en una ausencia: El jardín de las delicias. “Por su tamaño y características no era buena idea moverlo”, explica Falomir. “Y además, conviene mantener el misterio también de la colección, no dar la impresión errónea de que se agota con esta selección”. Para unos y otros el recorrido incluye una proyección en la que se celebra la existencia de algunas de esas obras.

Fuente: El País

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Aletia Molina