Se estima que un tercio de todos los alimentos producidos en el mundo, se convierten en desperdicios a pesar de que todavía cerca de 820 millones de personas padecen hambre diariamente; y el otro componente preocupante es que más del 39% tiene sobrepeso y el 13% de la población padece obesidad. Y es mayor la pendiente de la tendencia al sobrepeso y obesidad en niños del siglo XXI versus sus equivalentes de finales del siglo XX. El sobrepeso y obesidad son mayores en el continente americano que en cualquiera otra región; 62.5% y 28.6%, respectivamente. Y todos estos números son visiblemente crecientes según la Organización Mundial de la Salud.
¿En dónde está la responsabilidad de estos impresionantes aspectos negativos? Existe coincidencia sobre que ésta recae en forma notable en los gobiernos, en la industria alimentaria, en los agroempresarios y en la sociedad misma.
El coronavirus vino a mostrar la enorme interdependencia mundial incluyendo las cadenas de producción y consumo de alimentos. Pocos líderes gubernamentales se han dado cuenta que las medidas para controlar las infecciones virales, tienen una fuerte dependencia de las cadenas alimenticias. En el Perú los agroproductores han rellenado excavaciones con cacao por la parálisis de los grupos comerciales; en Holanda la producción de papa no encuentra los clientes usuales y este tubérculo va al desperdicio, y un comportamiento equivalente está pasando con las hortalizas de Sinaloa, especialmente con el tomate.
Los alimentos no se están transportando en forma usual de las zonas productoras a los consumidores tradicionales; se sabe de centenares de barcos en diversos puertos que no pueden efectuar el transporte a los destinos definidos antes de la pandemia, y con la carga y marinos encerrados con los riesgos de infección; y la transportación terrestre padece restricciones equivalentes. Y los consumidores continúan, y con toda razón, demandando alimentos frescos y nutritivos como antes de la pandemia. Así una de las respuestas a lo anterior se expresa en la elevación de precios y en la escasez de productos.
Una de las reacciones mundiales ante la pandemia ha sido que abiertas las fronteras han permitido la distribución del virus, y que la movilización intrapaís e internacional de trabajadores agrícolas (como nuestros connacionales en los Estados Unidos y Canadá, que por décadas han fungido como héroes anónimos por su reconocida solidaridad económica con sus familias) debe evitarse o disminuirse. Sin embargo, no puede dejarse de lado la enorme interdependencia de las naciones en componentes esenciales como materiales genéticos (ejemplo: semillas mejoradas, plántulas, etc.), plaguicidas, fertilizantes, transferencia de tecnología, y fuerza laboral.
En virtud del importante papel de America Latina en la producción de alimentos para la región y para el mundo (Argentina, Uruguay, Brasil, entre otros) en fecha reciente, bajo una plausible visión, los ministros de agricultura de América Latina y del Caribe se reunieron para diseñar algunas estrategias comunes que la pandemia está demandando. Aquí vale la pena hacer notar las grandes aportaciones de alimentos de cereales, leguminosas, oleaginosas, frutas y hortalizas, carnes y hasta flores de países como Argentina, Brasil, Uruguay, Perú, Colombia, Chile y otros.
Similar al papel de los trabajadores agrícolas nuestros en los EUA y Canadá, que ahora son puestos en cuarentena (los que han llegado recientemente), están sus equivalentes del este de Europa y de África del norte que llegan a los campos de cultivo de Francia, Alemania e Italia y cuyo número ahora se ha extralimitado. Esto está generando, con el incremento momentáneo de las temperaturas de una parte de la primavera y la cercanía del verano, áreas de cultivo que no se han sembrado o cosechas que no se han recolectado. Todo ello generará un fuerte impacto en la disponibilidad de alimentos, e incremento de desperdicios, así como en sus precios.
Ante el escenario anterior, segmentos notables y novedosos de la sociedad en países desarrollados e incluso en aquellos del tercer mundo, en donde se cuenta ya con ciertas poblaciones con educación nutricional, empiezan a demandar alimentos con menos contenidos de azúcar, con mayores proporciones de almidones resistentes, más digestibles y con algunos nutrientes selectivos, y menos procesamientos industriales. Estas tendencias en franco contraste con las poblaciones mayoritarias de sociedades que se han acostumbrado, y lo han aceptado masivamente, al consumo de alimentos con fuertes cargas calóricas, bajo contenido de nutrientes por expresar lo menos, y cuya selección se basa en las preferencias sensoriales (sabor, textura crujiente o blanda, color); aspecto que la industria alimentaria ha desarrollado magistralmente y conquistado hábilmente a sus clientelas, es decir, alimentos chatarra.
Y los problemas del rompimiento de las cadenas alimenticias, la interdependencia de las regiones y de los países agroproductores, incluyendo las restricciones para la movilidad de los trabajadores agrícolas y la propia transportación de los alimentos, están generando esquemas no conocidos que habrán de impactar y modificar los modelos seguidos en las últimas décadas por obsoletos y por no ajustarse a los requerimientos de la tercera década del siglo XXI, que está ya enfrente.
Se sabe que las plantas con funciones alimenticias y medicinales, pero con usos menores, o materiales genéticos completamente olvidados, contienen metabolitos secundarios importantes; es decir, compuestos que tienen potenciales medicinales sobresalientes para inhibir en forma natural infecciones microbianas y virales; sustancias que por otro lado, o en forma simultánea, pueden mejorar el sistema inmunológico. Adicionalmente a la búsqueda muy entendible de desarrollar vacunas, se tiene la impostergable necesidad de estimular las investigaciones científicas y tecnológicas en la dirección previa.
Algunas de las sociedades asiáticas han prestado mayor atención a las múltiples capacidades de las plantas en alimentación selectiva y en medicina; sin embargo, América Latina y por supuesto México, tienen una riqueza en su biodiversidad que está esperando recibir la atención necesaria para su estudio con las tecnologías agrobiotecnológicas modernas y moleculares actuales, para un uso más inteligente y racional. Los saberes de nuestras culturas originarias están ahí para enriquecer la estrategia; estrategia que por cierto es fundamental para preservar la biodiversidad que tanto se reclama ahora en el país y que poco se manifiesta en la práctica. (OCTAVIO PAREDES. CRÓNICA.)