¿Quién decía que el idioma es la verdadera sangre de un pueblo? Cada cosa y cada hecho tienen su propio significado y de escalón en escalón en la escala del pensamiento, se van construyendo letras, palabras, frases, lenguas, idiomas, naciones, destinos. Y también se construyen metáforas, enseñanzas y parábolas.
Todo gira en torno a la realidad y a su inescapable conexión con el proceso imaginativo. El sabio maestro mexicano Ernesto de la Peña (1927-2012) nos lo hacía notar: “La palabra designa, define, determina y resume casi todos los misterios que nos deparan la realidad interna y externa”.
Tiene que ser el lenguaje la causa fundamental de la evolución cultural del hombre. El filólogo español Carlos Martínez Gorriarán, nacido en 1959, dice que en el plano científico podemos afirmar que una lengua es un sistema semiótico de comunicación; o sea, que son redes de signos convencionales cuyas dificultades de aprendizaje y traducción no impiden entenderlas como esencialmente idénticas en articulación y funciones básicas.
Pero…¿qué es la palabra? Una palabra es un vocablo, una voz, una expresión. Etimológicamente, el término deriva del latín parabŏla. Desde la lingüística, la palabra es una unidad léxica formada por un sonido o un conjunto de sonidos articulados, que se asocia a uno o varios sentidos, y que posee una categoría gramatical determinada.
Independientemente de las cuestiones matemáticas y analíticas, una parábola es el relato de un acontecimiento ficticio que permite transmitir un mensaje de contenido moral a través de una analogía, una comparación o una similitud. Las parábolas son cuentos de intención didáctica que se sustentan en una mirada sobre el mundo que resulta verosímil. Por ejemplo, las parábolas con las que enseñaba Jesús, el Cristo. En la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento se encuentran muchas parábolas que son pequeñas enseñanzas de la vida diaria.
Por cierto, una asociación española dedicada a las tareas de lenguaje, y que se denomina Escuela de Escritores, convocó hace más de doce años, en abril de 2007, a definir la palabra más bella del castellano. Durante 21 días, más de 40 mil internautas de todo el mundo enviaron más de 7 mil términos diferentes explicando porque los habían elegido. Solo había dos condiciones: que no fuera un nombre propio y que estuviera incluida entre los términos que figuran en los diccionarios de la lengua castellana. Finalmente, la palabra amor, con 3 mil 364 votos fue el término elegido por los cibernautas como el vocablo más bello de la lengua castellana. Las palabras más destacadas fueron: libertad, vida, azahar, paz, esperanza, madre, amistad, libélula, resplandor, melancolía, luciérnaga, palabra, hermosura, renacimiento, amanecer, ultramarinos, alegría, sendero, ocaso, rumor, gárgola, aguamarina, azul, generosidad.
Este último calificativo ya de por sí puede aplicarse a nuestra lengua. Efectivamente, el español es generoso porque arropa un sinnúmero de sustantivos, adjetivos, modismos, neologismos, etc., que no aparecen en muchas lenguas vivas. Los paralelismos se dan, en este caso, en las lenguas romances, no así en los idiomas de otras regiones del mundo.
La convocatoria de la Escuela de Escritores recibió las propuestas por internet. Esto me da pie para mencionar brevemente que aquel pequeño invento del modesto impresor llamado Juan Gutenberg inició la culturización de la humanidad para que todos supieran leer y escribir. Hoy en día aún hay muchos millones que no cuentan con la chispa de la inteligencia que da el conocimiento, el leer y escribir, en suma, el poder de la palabra. Y, sin embargo, hoy más que nunca las computadoras hacen viajar millones de millones de palabras por todo el mundo en un minuto.
La magia del lenguaje, la máxima invención de la creatividad humana, develó el misterio del origen; con el lenguaje surgieron los héroes y los mitos; con el lenguaje la humanidad empezó a recorrer los inmensos laberintos temporales de la comunicación, senderos que accedían a cada paso a la verdadera luz de la inteligencia.
Los políticos de antes se caracterizaban por tener el timbre de la palabra, por su inclinación a la oratoria, por sus conocimientos del lenguaje y su simbología. Eran diestros en el manejo de la lengua. Después, y durante más de veinte años, usaban la boca sólo para dar órdenes, para doblegar a sus subordinados y para hacerles sentir quien era el más poderoso. Antes convencían, después sojuzgaban. Antes dialogaban, después vociferaban. Antes halagaban, después escandalizaban. Es el poder de su palabra, de su mal dicho.
Pero algunos se preguntan ¿Cuál es la más alta misión de las palabras? Comunicar, es cierto, pero todas sirven para llegar a la esencia del arte, para hacer poesía, para construir caminos hacia las estrellas, para que el hombre sueñe con un futuro mejor.
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