Luis Pérez, de 61 años, médico de la Unidad de Atención Domiciliaria del SUMMA en la localidad madrileña de El Molar, se ha convertido este domingo en el último sanitario muerto por el coronavirus en España. Este profesional, “muy querido y uno de los pioneros en la atención de urgencias y emergencias en Madrid”, cuentan desde el SUMMA, dio positivo en Covid-19 a mediados de marzo. Con él son ya una decena de médicos y dos enfermeras los fallecidos en las últimas semanas. La gran mayoría trabajaba en la atención primaria, lo que pone de manifiesto la desprotección de un colectivo que se encuentra en primera línea en la atención a los pacientes. Como la doctora Sara Bravo, por ejemplo, que a sus 28 años ya tenía detrás una historia de superación hasta lograr el sueño de ejercer la medicina. O como Nerio Valarino González, de 59 años, que emigró a España desde Venezuela hace tres años, y se enfrentaban a la Covid-19 desde un hospital.
Al menos 12.300 sanitarios han resultado contagiados en el país, alrededor del 15% de la cifra total de casos, según informaba la pasada semana María Jesús Sierra, jefa de área del Centro de Coordinación de Emergencias y Alertas Sanitarias del Ministerio de Sanidad. Aunque, como añadía, el 85% evolucionaba favorablemente y se recuperaba en casa. La explicación a que haya tantos sanitarios infectados y, sin embargo, el porcentaje de fallecidos sea menor, la ofreció Fernando Simón, director del Centro de Coordinación: “Cuando hay un sanitario afectado, todos los que están alrededor son testados y se identifican los positivos (…). El 8,8% de los sanitarios contagiados ha requerido hospitalización, mientras que entre el resto de casos la han necesitado un 42%». Es decir, que entre los profesionales, la necesidad de mantenerlos en el servicio obliga a realizar más pruebas y se identifican así casos leves o incluso asintomáticos.
El doctor Francesc Collado Roura fue el primer sanitario muerto por Covid-19, el 18 de marzo en Barcelona, aunque su caso no se conoció hasta el pasado lunes 30. Médico de familia de 63 años, tenía una consulta privada en el barrio de Sants, donde trabajaba para varias mutuas. También ejercía como perito judicial y en la Unidad de Cuidados Paliativos del Hospital de Barcelona, donde murió. No tenía ninguna patología previa, según explicó a la agencia Efe su hijo, cirujano del hospital de Bellvitge, Francesc Collado.
Al día siguiente, el 19 de marzo, falleció Encarni, una enfermera bilbaína de 52 años de la que no han trascendido sus apellidos, tras varios días ingresada en el Hospital de Basurto. A finales de febrero, cuando la epidemia apenas era un brote en España, atendió en el hospital de Galdakao (Bizkaia) a un hombre de 84 años aquejado de neumonía que falleció el 4 de marzo. Solo unos días después, cuando la viuda empezó a sentir síntomas compatibles con el coronavirus, se certificó que aquel hombre había muerto a causa de la Covid-19. Había estado varios días ingresado en el hospital sin que nadie fuera consciente del riesgo. A pesar de que, según aseguran sus compañeros, “era muy precavida y siempre seguía las normas de seguridad”, Encarni resultó infectada.
La doctora rural Isabel Muñoz, de 59 años, murió sola en su casa de Salamanca unos días después, el 24. Según su hermano Jesús, en cuanto sintió los síntomas del coronavirus, se encerró para no contagiar a nadie. Muñoz, que ejercía la atención primaria en La Fuente de San Esteban, un municipio de unos 1.200 habitantes a 60 kilómetros de la capital, iba contándole a sus familiares la evolución de la enfermedad. La fiebre le había ido bajando y subiendo, pero 24 horas antes de morir, según recuerda Jesús, “estaba animada” y se sentía mejor. Al día siguiente no cogió el teléfono y sus familiares llamaron a la policía, que la encontraron en el suelo de la cocina: “Se habría levantado a por agua, y le vino la muerte”. Manuel Rufino García, alcalde de La Fuente de San Esteban, coincide con el hermano en que Isabel, que desde pequeña quiso ser médico, “estaría contenta por morir en el ejercicio de su deber, en acto de servicio”. La única queja que sus familiares expresan es que no se le hiciera la prueba del coronavirus. “No quería ir al hospital y contagiar a sus compañeros”, explica su hermano, que espera que esta muerte sirva al menos para que los sanitarios no tengan que enfrentarse a la pandemia cubiertos con bolsas de basura y gafas de buceo.
El miércoles 25, un día después, murió en el Hospital Reina Sofía de Córdoba el doctor Manuel Barragán. Había ingresado en la UCI aquejado de neumonía bilateral. “Es difícil determinar cuándo se contagió, con el período de incubación, trabajando sin protección…”, explica Joaquín González, compañero de promoción y de consulta en el centro Levante Sur de la capital cordobesa, donde Barragán estuvo destinado estos últimos 11 años. “Era un hombre de pocas palabras”, cuenta González con la voz entrecortada, “pero muy cercano con los amigos y con sus pacientes. La gente lo apreciaba mucho, lo estamos comprobando ahora que nos está tocando atender a muchos de ellos. Todos lo recuerdan con gran cariño”. Antes de asentarse en la capital, pasó consulta en varios pueblos de la provincia. Según cuenta Serafín Romero, que fue su jefe y ahora es presidente del Consejo General de Colegios Oficiales de Médicos, Barragán formó parte de la generación de médicos rurales que intervino de manera directa en la reforma de la atención primaria. “Éramos médicos especialistas en las personas, el domicilio de nuestros pacientes era nuestra consulta».
El doctor Santos Julián González, de 62 años, murió el sábado 28 de marzo. Trabajaba en el centro de salud nº VIII de Albacete, cercano al Hospital General. Su especialidad era Salud Laboral. Cuando la pandemia empezó a arremeter, su consulta se transformó en un torrente de contagiados que acudían en busca de la baja. “Estaba muy expuesto y fue de los primeros en enfermar”, recuerda Blas González, un traumatólogo conocido suyo. Sabía de los peligros a los que exponía a su familia, no se quitaba los guantes ni la máscara al regresar a su casa. Y en cuanto notó los primeros síntomas, se aisló en una habitación. “Aquí no entréis por nada”, hizo prometer a los suyos. No pidió el ingreso hasta que su condición se agravó porque sabía de primera mano que el hospital estaba saturado. “No quería dar la tabarra”, asegura el doctor González. Ni fumaba ni bebía y practicaba deportes, de ahí la sorpresa de sus amigos cuando su estado se volvió crítico nada más ingresar. Su esposa les pedía: “Se nos va, rezad por él”.
Las últimas palabras que la doctora Sara Bravo, de solo 28 años, dirigió a su madre fueron a través de una tableta: “Mamá, tengo miedo de morirme”. La médica, que pasaba consulta en el centro de salud de Mota del Cuervo (Cuenca), había ingresado el día 19 en el hospital de Alcázar de San Juan (Ciudad Real). Su prima Anabel Fernández cuenta que padecía asma, pero que apenas le molestaba ni requería un inhalador. “Era muy efusiva”, describe, “siempre estaba con la sonrisa en la boca. Gracias a la constancia logró conseguir su gran ilusión, una plaza en el centro de salud, a media hora de Alcázar, donde hasta hace poco había vivido con su madre”. La joven médica sospechaba que se contagió tras una guardia en sustitución de un amigo que le había pedido el favor: “Nunca se negaba a esas cosas”. Ese día atendió a unos pacientes con Covid-19 y al poco notó los síntomas: “Sentía como un yunque en el pecho, se empezó a sentir muy mal”. Así estuvo nueve días. El sábado 28 de marzo, los familiares de la joven doctora hablaron con un facultativo que les dijo que, “salvo un milagro”, la siguiente llamada sería para comunicar su fallecimiento. “Y así fue”, se lamenta su prima, “es la soledad de los pacientes, es horrible, sin el abrazo de una madre a su hija, sin poder decirle te quiero…”.
Antoni Feixa, el otorrinolaringólogo que falleció el domingo 29 por coronavirus en Terrasa, pasó una semana en su casa con dolor muscular y mucho cansancio. “Él decía que era una gripe fuerte y que se tenía que pasar”, explica Juan Francisco Calvo, amigo y compañero en el servicio de Radioterapia del hospital Quironsalud de Barcelona. Al final, tuvo que ser trasladado al hospital Mútua de Terrasa, donde murió cuatro días después, a punto de cumplir los 57 años. “Según hemos leído de lo que ha pasado en China, los otorrinos tienen un alto riesgo porque exploran a los pacientes de forma muy íntima y están expuestos a una alta carga viral”, apunta Calvo. Feixa pasó bastante tiempo trabajando en urgencias y atendiendo a enfermos con Covid-19 en unos días en que su hospital, privado, presta servicio público a raíz del estado de alarma. “Nunca tenía un no, siempre colaboraba en todo. Estamos todos en shock”.
El médico de familia Albert Coll Nus, de 63 años, falleció el 1 de abril en Lleida. Atendía los municipios de Os de Balaguer y Castelló de Farfanya desde hacía años, y también cubría las guardias en el centro de atención primaria de Balaguer. Había notado los primeros síntomas el 20 de marzo. Justo después, el día 2, en León murió Antonio Gutiérrez, de 67 años, coordinador del ambulatorio de Eras de la Renueva. Su amigo José Luis de la Cruz, también médico, declaró al Diario de León que la muerte de Gutiérrez tiene que “hacer reflexionar a todos” sobre la desprotección de los que luchan en primera línea contra el virus: “Hay que organizar, prever y proteger”.
Nerio Valarino González se hizo médico y profesor de médicos en su Venezuela natal. Hace solo tres años, cuando las circunstancias en aquel país ya eran extremas, emigró a España, convalidó su título, logró trabajo como internista en un hospital de Murcia y se fue haciendo con el respeto y el cariño de todos. Sufría algunos achaques —hipertensión, diabetes…—, así que cuando el virus lo agarró ya no lo dejó marchar. Murió la madrugada del viernes 3 de abril. Solo unas horas después, sus compañeros del servicio de urgencias del hospital Quirón de Murcia salieron a la puerta y le prometieron que no se olvidarán de él. Las palabras que el doctor Fulgencio Molina dedicó allí a su amigo Nerio pueden servir para el resto de los sanitarios fallecidos: “Hoy que nos has dejado, no quiero que seas un número, un porcentaje, una estadística. Tú hoy tienes que ser el más visible”.
Es lo que siguen intentando los sanitarios cada vez que uno de ellos cae. El sábado, los trabajadores de la clínica IMQ Zorrozaure de Bilbao se concentraron en recuerdo de su compañera Laura, una auxiliar de enfermería de 36 años que falleció también el viernes en el Hospital de Cruces después de sufrir un ictus. Los análisis realizados posteriormente dieron positivo en coronavirus.
Fuente: El País