En 2021 cumplirá 70 años mi venerada Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales (hoy Facultad, 1968) de la Universidad Nacional Autónoma de México. Fue inaugurada el 25 de julio de 1951, y su primera sede fue en el número 24 de la Calle de Miguel Schultz, en la Colonia San Rafael. El total de alumnos inscrito fue de 136 (129 hombres y 13 mujeres). Las autoridades universitarias supusieron que difícilmente se inscribirían 70 interesados.
Su programa de estudios ofrecía entrar de lleno al modernismo intelectual y al mundo apasionante de la Administración Pública. Cuatro carreras (Ciencias Diplomáticas, Ciencias Sociales, Ciencias Políticas, y Ciencias de la Comunicación y Periodismo) reforzaban nuestra convicción de que entrábamos sin malicia, con nobleza de miras, al mejor de los mundos posible de la enseñanza universitaria.
El primer director de la Escuela, Ernesto Enríquez Coyro dijo “lo que necesitaba proporcionar la Escuela era una base cultural y una experiencia para investigar. Si no se hace esto, se es un político teórico, un político que inventa cosas, que improvisa. Por cada peso que México gasta bien, se gastan otros veinte en proyectos inventados”.
En 1953 la sede cambió al famoso edificio de Mascarones, en la Avenida Ribera de San Cosme, en la Colonia Santa Maria La Ribera. Quienes ingresamos a Mascarones, deslumbrados a sus aulas, pensábamos en la oportunidad de servir a nuestro país con instrumentos más adecuados a la dinámica del desarrollo. Se hablaba entonces de despegue, de estructuras y roles sociales, de métodos avanzados de investigación de la comunidad. Nos enfrascábamos en el análisis profundo de los tratados marítimos y espaciales y nos atraía la intrincada telaraña de los acuerdos bilaterales, el universo geométrico de los medios de comunicación masiva y reflexionábamos seriamente sobre el papel del estado como el coordinar eficaz de las actividades públicas. En 1959 nos mudamos a Ciudad Universitaria; el presidente López Mateos inauguró las instalaciones.
Pertenezco a una generación (1957) cuyos sueños fueron alimentados por la aparición de importantes sucesos y fenómenos mundiales: el triunfo de la revolución cubana, los increíbles avances de la ciencia y la tecnología, la consolidación de la carrera espacial, el resquebrajamiento del sistema colonial en Asia y África, sobre todo.
¿Cómo olvidar las hazañas del ejército rebelde de la Sierra Maestra, el sacrificio de Patricio Lumumba, los esfuerzos de Sekou Turé, de Julius Nyerere, de Ben Bella y de Sukarno, por construir naciones libres y soberanas? ¿Cómo no recordar con emoción el lanzamiento del Sputnik y los nombres de Yuri Gagarin, Alan Shepard, John Glenn y tantos otros valiosos pioneros de los viajes espaciales? ¿Cómo no evocar los discursos promisorios del estadista norteamericano John F. Kennedy, los sueños y premoniciones de Martín Luther King, el separatismo indigno del muro de Berlín? Cuántos temas que le dieron consistencia moral a nuestras discusiones en el seno de la escuela. Cómo no tener presentes, si fueron punto de partida del quehacer intelectual, nombres como Talcot Parsons, Marshal Mc Luhan, Herbert Marcuse, C. Wright Mills y Vance Packard, modernos aprendices de brujos que hicieron estallar su polvo de luces de la inteligencia ante nuestros ojos asombrados por lo que ya se anticipaba en cascada incontenible de acontecimientos.
La vida está poblada de nombres y a estas alturas de la existencia yo guardo como recuerdo grato e imborrable el de mis maestros de Ciencias Políticas y Sociales, con quienes conviví los mejores años, los del impulso y la palabra, los de la acción y el pensamiento: Luis Recasens Siches, Martín Luis Echeverría, Pablo González Casanova, Modesto Seara Vázquez, Carlos Tornero Díaz, José Antonio Murguía Rosete, Margarita de la Villa de Helguera, Arturo Arnaiz y Freg, Guillermo Garcés Contreras, Fedro Guillén, Jesús Vázquez y Vázquez, Francisco González Díaz Lombardo, Alfonso García Ruíz, Salvador Chávez Hayhoe, Jacques Verrey, Johanna Faulhaber, Luis Quintanilla, Antonio González de León, Raúl Cervantes Ahumada, Fernando Castellanos Tena, Carlos Bosh, Ricardo Pozas, Jesús Aguirre, Juan Pérez Abreu, Henrique González Casanova, Víctor Flores Olea, Enrique González Pedrero, entre otros lúcidos y modestos conductores de hombres, quienes fueron mis maestros universitarios. Si omito mencionar algunos nombres es que después de tantos años, la memoria no es la misma; sin embargo, los cariños y los efectos permanecen.
Y de los compañeros con quienes conviví, recuerdo a Jesús Terán, Concepción Olavarrieta, Sonia Jury, Enrique Herrera, Lilian Melzer, Esther Kolteniuk, Rolando Ortega, Luis Antonio Arteaga, Gaia de Tuddo, Cristina Garza, Jane Sherwell, Omar Martínez, María Luisa Salazar, José Antonio Pérez Cangas, Francisco Gándara, Román Ferrat, Marcela García, Enrique Álvarez Félix, Silvia Klee, Fernando Barrón, Alfonso Mejía, Raúl Huitrón, Julio del Río, Armando Arteaga, Servando Chávez, y muchos más.
Hoy que el escenario de la patria es insondable, hoy que enfrentamos guerrillas, secuestros, asesinatos, impunidades y fraudes, evoco con la mayor dulzura los años del adolescente en la querida y pequeña Escuela de Ciencias Políticas y Sociales, donde soñamos que tendríamos un México de azúcar y de canela. ¡Qué lejos estaban nuestros mentores de pensar en que el desasosiego y la desesperanza fluyeran sobre México! Sus enseñanzas quedaron y quedarán grabadas para siempre en el corazón y en el entendimiento: ¡Amar a México!
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