La popularidad de López Obrador está a la baja, casi tres puntos en un mes según el tracking de Mitofsky. Es mucho, sobre todo porque ya se ronda los cincuentas. El tema de los feminicidios era una oportunidad ideal para remontar la caída; no fue así, por el contrario, hizo todo lo posible por distanciarse de la gente, no entendió el dolor de las familias, el miedo de millones de ciudadanos, se dejó llevar por la vanidad y la soberbia ante los asesinatos de Ingrid y Fátima. No se trataba de él, ni de su gobierno, sino de un clima social asfixiante que nos tiene apanicados.
Queda de manifiesto que no tiene empatía. En quince meses de gobierno ha tenido oportunidades para abrazar a quienes perdieron la paz de su familia. Se ha mostrado indiferente a veces hasta grosero.
De todo culpa a los conservadores y los neoliberales, aunque para la mayoría de la población eso no signifique nada.
Los feminicidios no llegaron con López Obrador, es una vergüenza que arrastramos por muchos años. Cuando era niño nos enteramos que una mujer había sido descuartizada, su asesino lanzó en bolsas las partes del cuerpo de la víctima a un arroyo cerca de la casa de mis padres en Guadalajara.
Quienes tenemos memoria no olvidamos las Muertas de Juárez, los cientos de mujeres asesinadas en el Estado de México.
Presidente, el 8 de marzo las mujeres de todo el país, y cuéntele, saldrán a protestar porque están hasta la madre de gritar en el desierto, porque miles de ellas son padre y madre ante la complacencia de jueces que le dieron todas las de ganar al irresponsable que abandonó a la familia, una ausencia que no se cubre con las migajas de un subsidio a madres solteras.
Por los abusos que han sufrido millones de mujeres que de niñas fueron ultrajadas por familiares que debieron protegerlas.
Por los insultos en la vía pública, en el transporte, en el trabajo, en la escuela, en los restaurantes, en los antros; bueno, en todas partes.
El 9 de marzo se quieren hacer visibles porque ya les quedó claro que está en camino una reforma que amenaza con volver a restarle notoriedad a los asesinatos de mujeres.
Irritante que la máxima autoridad del país y su coro de plañideras responda a problemas sociales con conspiraciones o patrocinios, reales o ficticios y no reconozcan el hartazgo de la gente.
En los últimos años he trabajado en un proyecto de la comunicación en la familia, en charlas, conferencias y asesorías he explicado el impacto de lo que hacen y dejan de hacer esposos, esposas, hijos e hijas, por eso, puedo asegurar que la Señora Beatriz Gutiérrez Müller se equivocó, sobre todo al dar marcha atrás. Sorprendió que se expresara a favor del paro porque su marido la había defenestrado. Ella también perdió una oportunidad de aportar al proyecto lopezobradorista.
Era tan sencillo que el presidente actuara con respeto a la inteligencia y acciones de las mujeres y se comprometiese a redoblar los esfuerzos en defensa de las víctimas.
Por ejemplo, poco habría costado reinstalar los albergues para las mujeres maltratadas y reanudar el apoyo a las guarderías.
López Obrador no se da cuenta que acorraló a las mujeres. Es el detonante de un añejo problema. Buscar soluciones es su obligación y no concesión gratuita.
Prefirió el denuesto y la descalificación. Y no se equivoquen, Fátima no es lo que Ayotzinapa para Peña Nieto. Este movimiento será el golpe más severo contra su gobierno.
Presidente, como diría mi amigo Enrique “Perro” Bermúdez, “era suya y la dejó ir”.