Esta tradición católica llegó a nuestro territorio después de la Conquista y se mantuvo durante el Virreinato, aunque poco a poco adquirió características locales que la modificaron y dieron pie a prácticas populares como la fastuosa construcción de nacimientos, partir la rosca y enviar una carta a los Reyes Magos.
En la tradición católica, la Epifanía, fiesta de la Iluminación, adoración de los Reyes o Día de los Reyes, celebra la visita de los magos de Oriente a Jesús después de su nacimiento. Santiago de la Vorágine, en La leyenda dorada, propone que este evento fue a los trece días de nacido Jesús, incluso comentó que treinta años más tarde, en esa misma fecha, fue bautizado por San Juan; mientras que en los Evangelios apócrifos se menciona que fue a los dos años, tras la circuncisión y presentación al templo.
Como se puede observar, existe contradicción en la tradición. No obstante, prevaleció la idea de que el suceso fue contemporáneo a la Natividad, tras la adoración de los pastores. Se trata de la revelación de Dios a todos los pueblos, pues los magos sabían de las profecías y la llegada del Redentor; se toma como la primera manifestación al mundo pagano de la existencia del Hijo de Dios hecho hombre. La importancia de este evento radica en que el Mesías inaugura una nueva era, abierta a todos los pueblos.
Se cree que eran varios magos, una docena según los cristianos sirios y armenios; pero el suceso más aceptado es que fueron tres personajes que, guiados por una estrella, llegan hasta Belén (tras una parada en Jerusalén, en el palacio de Herodes) para entregar obsequios al Hijo de Dios. Se dice que al entrar al portal “vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra” (Mateo, 2:11), elementos que representan a Jesús como rey, Dios y mortal, respectivamente.
Según Herodoto, los magos eran originalmente una tribu meda que se convirtió en casta sacerdotal de los persas. Practicaban la adivinación, medicina y astrología. De la Vorágine comenta que sus nombres en hebreo fueron Apelio, Amerio y Damasco; en griego Gálgata, Malgalat y Sarathin; y en lengua latina, Gaspar, Baltasar y Melchior (Melchor).
Al principio se les consideró como astrólogos que leían el futuro en las estrellas, pero la palabra mago adquirió el sentido peyorativo de brujo en los primeros tiempos del cristianismo. Tertuliano fue el primero en convertir a los magos en reyes, y en el siglo VI Cesáreo de Arlés adoptó esta propuesta, haciendo el cambio de los gorros frigios por las coronas. Ésta sería la representación conocida en Occidente que más tarde llegó a tierras americanas y que hoy podemos observar en diversos trabajos plásticos que se exhiben en los museos.
Sus colores de piel y atuendos han cambiado, pues originalmente en Occidente representaban a las razas de Sem, Cam y Jafet, y ahora encarnan los colores del mundo: blanco, amarillo y negro, o blanco, moreno y negro. También es la representación de Europa, África y América, los tres mundos, alegoría que llegó al virreinato de Nueva España.
La fiesta de los Reyes Magos que se celebra el 6 de enero es un día especial en México, ya que tiene diversos significados. Recuerda la adoración de Jesús infante por parte de los Reyes y se trata de una conmemoración medular en la liturgia católica. De esta historia surgió la costumbre de ofrecer y recibir regalos, principalmente para los niños, quienes piden, mediante carta, el juguete deseado.
También es el día en que aparece la deliciosa rosca de Reyes, manjar esperado en la merienda familiar y delicia monjil en la época virreinal, pues se dice que las religiosas solían festejar la noche de Navidad con cantos y buñuelos. Enseguida, venía la Epifanía con la llegada de los Reyes Magos y sus azucaradas roscas perfumadas de agua de azahar. Costumbre francesa desde 1311, que pasó a España y después a México, donde el haba se sustituyó por un Jesusito que originalmente era de plata dorada, muy pequeñito y coronado. Después lo vestían para llevarlo a bendecir el Día de la Candelaria. Cuentan que algunas personas se los tragaban para evitar tener que dar fiesta el 2 de febrero. Esos Jesusitos de plata se sustituyeron por los de porcelana que dicen venían de Japón y actualmente se hacen de plástico.
En esa fecha, las benditas sores no se daban abasto para despachar los encargos que a través del torno les hacían los habitantes de la ciudad y sus contornos.
Existe otra versión reciente en la que se propone que el registro de la rosca que se acostumbra para este día no se ve con notoriedad sino hasta el siglo XX. Comienza a manifestarse tímidamente hacia 1911. Se dice también que esta tradición vino de España a México en los primeros años del virreinato. Lo cierto es que en España para estas fechas se come el “roscón”. A partir de entonces se hizo tradicional acompañarla con el sabroso chocolate, café, leche o hasta refresco para los paladares más audaces.
No es fácil precisar cuándo se inició la costumbre de esconder en la masa de la rosca un Niño Dios de porcelana, pero por crónicas se sabe que la usanza de colocar una confitura o un haba en la rosca era muy antigua.
Quien encontraba el haba o el confite, estaba obligado espiritualmente a presentar el Niño Dios del Nacimiento de la casa en la iglesia cercana al 2 de febrero (llamado en México Día de la Candelaria).
En época caballeresca de México la obligación se cumplía ritualmente, y quizá la sustitución del haba o el confite por el Niño surgió porque algunas veces el comensal ingería el trozo de la rosca con todo y haba a fin de evitar el compromiso.
Seguramente alguna señora lista que un año se quedó sin fiesta de la Candelaria y sin padrino para su Niño Dios, comenzó a introducir un niñito de porcelana difícil de ingerir (y más aún de digerir), aunque a decir verdad todavía hay quienes se quedan sin fiesta porque, en alguna forma, el que encuentra al Niño se hace el disimulado o esconde discretamente la figurita. En otras palabras, para eludir el compromiso “se hace rosca”.
Es común que cuando alguien saca la figurilla escondida en este pan le llame mono o muñeco, pues pocos saben que se trata del Hijo de Dios. Cuenta la tradición que la rosca refiere el ocultamiento del Niño Dios para que Herodes no lo encuentre, como lo hizo con los Santos Inocentes, cuya celebración es el 28 de diciembre. De esta manera, el pan resguarda a Jesusito; el cuchillo personifica a Herodes Antipas.
Sin embargo, son los menos quienes se asumen felices y afortunados por haber encontrado a Jesús, pues les pesa sacarlo de la rosca porque han de pagar a los comensales los tamales y el atole para el 2 de febrero. En cambio, para otros es felicidad, pues se dice que “aquel que saque el niño tendrá suerte en el año”; algunos comentan que “ayuda al dinero, más si se carga en la cartera o monedero tras haber salido de la rosca”.
Pero unos adquieren obligación (generalmente el primero que saca la figurilla, pues actualmente hay mínimo tres escondidas), pues se convierten en madrina o padrino de vestido del Niño Dios de la casa donde se partió la rosca. Además de vestirlo, en ocasiones pagan la fiesta completa. En esta celebración de Epifanía es cuando se levanta al Niño Dios del pesebre, saliendo del contexto del Misterio.
En el siglo XX se hizo costumbre que los Reyes Magos trajeran juguetes a los niños que se portan bien, razón por la cual cientos de ellos acostumbran hacer la famosa cartita que es enviada al cielo en un globo. Es así que en vísperas de la festividad el cielo de la Ciudad de México se llena de esféricos multicolores que se elevan por los aires, unas veces provenientes de viviendas, otras de escuelas o parques. Otros pequeños suelen ir acompañados de sus padres al correo para depositar en el buzón sus peticiones. Y los hay más audaces, que con la modernidad piden sus juguetes por internet.
La noche del día 5 los niños deben dormir temprano y profundamente para que lleguen los Reyes a casita, de lo contrario, “el pedimento se puede tardar o incluso cebar”. Algunos padres entusiasmados apoyan para que los chicos dejen galletas, agua o leche para los cansados Reyes que trajinan a lo largo de la noche para llevar los regalos a todos los hogares.
Es así que por las calles, avenidas y callejones de las diversas delegaciones que conforman la Ciudad de México, andan caminando o subidos en transportes públicos muchos Reyes cargando juguetes; desde los elaborados tradicionalmente que poco se ven en la actualidad, hasta los de moda que se observan en los anuncios publicitarios.
Otra tradición para recordar en la capital es tomarse la foto con los Reyes, lo cual se acostumbra hacer en la Alameda Central y algunas veces en la explanada del Monumento a la Revolución. Aunque si quiere, puede ir a los centros comerciales, pues es allí donde los Reyes traen atuendos elegantes y la tez remite a la procedencia de cada uno de ellos.
Esta tradición es de convivencia y sano esparcimiento entre padres, abuelos y nietos. Aquellos que guardan la costumbre de ir al centro de la Ciudad de México, además de preservar un recuerdo fotográfico pueden saborear un antojito en los puestos cercanos de comida; o tal vez vayan a comer churros con chocolate en el famoso “El Moro”.
El artículo “Epifanía a la mexicana” de la autora Katia Perdigón Castañeda se publicó íntegramente en Relatos e Historias en México número 53: http://relatosehistorias.mx/la-coleccion/53-saturnino-cedillo