Dominic Thiem afila la mirada porque el premio está cerca, pero tiembla, como cualquier mortal. Ha sido superior a Rafael Nadal, pero de repente se encuentra en un terreno que ya conocen él y muchos otros: después de cuatro horas de puro tenis, viene el número uno al galope y con la bayoneta a punto, seguramente el peor escenario posible. Se le agarrota el brazo, le entran sudores fríos y con 5-4 en el quinto set pierde el servicio. Después tira una derecha cruzada a la red, seguida de un globo largo. Viene Nadal a lomos de Pegaso, pero definitivamente aguanta el tipo. Abate al número uno (7-6(3), 7-6(4), 4-6 y 7-6(6), en 4h 10m) y lo descabalga por el título de Australia, quedando además el trono en el aire porque si Novak Djokovic eleva el trofeo será del serbio.
Se encuentra el mallorquín con un rival que reúne todos los argumentos y le rebate desde la primera a la última bola. Le va a hacer pasar una noche de perros Thiem, bien conocido y por eso el partido arranca con la luz de alerta encendida. Tiene el austriaco ese espíritu militar e irreductible del que carece la nueva hornada de jugadores, una encomiable capacidad de trabajo que multiplica sus prestaciones; hay piernas de sobra ahí, formidable físico trabajado a golpe de entrenamiento espartano; escupe esa derecha el golpe más violento del circuito –con permiso de Juan Martín del Potro, en la reserva desde hace tiempo– y no hay revés más incisivo a la hora de producir ganadores.
Trae el pack completo Thiem, el aspirante más completo. Posee la técnica y el físico y, sobre todo, aquello de lo que carece la gran mayoría de candidatos: una mente de acero. Cree y trabaja en consecuencia. Más allá de las mechas actuales, no hay adornos ni extravagancias. Juega como los ángeles y en los últimos tiempos ha salido de su zona de confort, la tierra batida, en busca del éxito sobre cemento. Había ganado un par de trofeos en dura hasta el año pasado, pero con la incorporación de Nicolás Massú a su banquillo ha ganado registro. La advertencia real se produjo en Indian Wells y la estacada australiana a Nadal es otro paso de gigante.
El número uno fue de más a menos, sin encontrarse cómodo en ningún momento. Y eso que la cosa pintaba muy bien, porque ese globo y ese primer break apuntaban a decantar el primer parcial. 5-3, cabos atados y todo aparentemente controlado. Sin embargo, a Thiem no le entró el tembleque. Se sostuvo con entereza y contragolpeó a base de inteligencia y agallas. Las tiene el chico, vaya si las tiene. Equilibró y propuso una resolución al retorcido juego del tie break, en el que empezó a remolque y después fue abriendo brecha para terminar poniendo la rúbrica a su favor con una píldora espectacular: persiguió la bola, se invirtió y engañó con una derecha paralela.
Le pega al austriaco, de 26 años, a la bola todo el rato como si fuera un saco de boxeo, sin escatimar un gramo de fuerza. Tiene también sofisticación y sabe seleccionar el momento. El crochet disminuyó extrañamente a Nadal, al que comenzó a incomodarle casi todo. La juez de silla le amonestó por los retrasos y no lo digirió bien el balear (“A ti no te gusta el buen tenis…”), contrariado también porque el aire acondicionado del banquillo no enfriaba y sobre todo porque no terminaban de salirle las cosas. Le exigía Thiem en cada pelota y perdió la zona nuclear de la pista. Obligado a recular, cedió metros y Thiem entró con todo.
Tenía la referencia de Nueva York, cuando hace dos años llevó al límite al balear en una noche de 4h 49m, y no quería dejar escapar esta vez la oportunidad. Volvió a responder de inmediato a la rotura (del 3-2 al 4-4, este resuelto con una doble falta de Nadal) y luego no se amedrentó pese a disponer de un 0-30 y después errar en el primer set point. Ya en el desempate, otra vez inclinó a su favor: la bola pegó en la cinta y pasó.
No es casualidad que lo hiciera esa y unas cuantas más, porque en su golpe ultrarevolucionado viajan mil demonios metiéndole gas. Pero ya se sabe, Nadal es Nadal, y jamás vuelve la cara. Se agarró con uñas y dientes al torneo y sacó oxígeno de donde no lo había para seguir con vida y prolongar la calurosa velada de Melbourne. Aunque fue prácticamente todo el rato a remolque, se reenganchó en el tercer parcial; siempre le quedan al balear balas en la recámara y una o dos vidas extra, si no alguna más; se levantó, guerreó y abrió la caja de los fantasmas para que rodearan al austriaco.
Sin embargo, este resistió y encontró por fin la gloria. Por primera vez, redujo a Nadal en un Grand Slam y encontró la gloria de las semifinales, en las que se medirá al primerizo Alexander Zverev (1-6, 6-3, 6-4 y 6-2 a Stan Wawrinka). Thiem El Magnífico lo mereció.
Fuente: El País