La bandera con la cruz gamada hindú ondea en el gran encuentro de peregrinaje (kumbh mela) Simhasth en la ciudad de Ujjain, en Madhya Pradesh (India). En el hinduísmo, la esvástica representa la idea de dios, Brahman. Si gira a la derecha (en sentido dextrógiro, como la nazi), simboliza la evolución del universo encarnada por el dios creador Brahmá. En cambio, en el sentido contrario a las agujas del reloj, representa la involución del universo, obra del dios destructor Shivá. Los círculos corresponden a los cuatro puntos cardinales, símbolo de estabildad. | GETTY
La esvástica es un símbolo de paz, prosperidad y buena suerte para cerca de 2.300 millones de personas, un tercio de la población mundial. La mayoría de ellos se encuentra en Asia, donde es un emblema sagrado para el budismo, el hinduismo, el jainismo y el odinismo. Eso pensaba el monje budista Rev Dr. T.K. Nakagaki cuando en abril de 1986, recién llegado a Estados Unidos, elaboró una cruz gamada de crisantemos para celebrar el cumpleaños de Buda y la colocó en su templo de Seattle (Washington). Sus compañeros entraron en pánico. «No puedes hacer eso», le gritaron. Fue el momento de su despertar. La última vez que la utilizó en Occidente.
Nakagaki es en la actualidad uno de los monjes budistas más influyentes de EE.UU., presidente de la Fundación Heiwa por la Paz y la Reconciliación de Nueva York, notable calígrafo y un hombre con una misión: rescatar a la esvástica de las fuerzas del odio.
Buda con la esvástica en sentido levógiro (cuando gira a la izquierda) grabada en el pecho. En la cultura y religión budistas, la esvástica es un símbolo de paz y prosperidad. Puede girar en uno u otro sentido, pero desde mediados del siglo XX lo hace casi siempre a la izquierda para diferenciarse de la cruz del Reich.
«Si pudiera convencer tan solo al 1% sería un éxito», comenta Nakagaki. Acaba de publicar su libro de título La esvástica budista y la cruz de Hitler (Stone Bridge Press). con el que pretende aportar un poco de luz sobre la historia y el significado milenario del símbolo que hoy asociamos al horror nazi. Es consciente del escepticismo que despierta su esfuerzo.
EL ‘manji’, la esvástica japonesa, se emplea en los mapas para ubicar los templos budistas, una religión que profesan unos 46 millones de personas en el país. Solo en las cuatro manzanas que se ven en este mapa hay ocho templos indicados.
Estos año, su cruzada obtendrá una pequeña victoria con motivo de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020. Este choque cultural fue precisamente tema de debate en Japón, donde el manji (la esvástica nipona) se utiliza para situar en los mapas los templos budistas, religión que profesan unos 46 millones de personas en el país. De ahí que en 2016, la Autoridad de Información Geoespacial de Japón (GSI) lanzara una consulta pública para eliminar el manji de los mapas para no herir la sensibilidad de los visitantes a los Juegos Olímpicos. Tras un apoyo masivo a su permanencia, decidieron que sean los extranjeros los se acostumbren a su visión, y la esvástica no aparece en la lista de símbolos que se modificarán para hacer más comprensibles los mapas para ellos.
Desde que Adolf Hitler la secuestró en 1920 para convertirla en la marca registrada del Tercer Reich, se convirtió en la representación gráfica del antisemitismo, el odio y la superioridad racial. Bajo las banderas y los estandartes nazis murieron más de seis millones de personas entre 1935 y 1945. El empeño de Nakagaki ha puesto a los expertos de Occidente ante una pregunta: ¿es redimible la esvástica?
«La imagen es tan poderosa desde el punto de vista del diseño que su impacto no tiene precedentes en la historia», explica Steven Heller, una autoridad en la crítica visual, responsable durante 30 años de la imagen gráfica de The New York Times y copresidente de la Escuela de Artes Visuales de Nueva York (SVA, por sus siglas en inglés).
Heller está obsesionado con la utilización que hizo de ella el régimen nazi y su transcendencia a lo largo de los años. Es de los que piensa que «nunca será redimida», al contrario que su amigo Nakagaki. Él también acaba de escribir un libro sobre el asunto, el tercero en su bibliografía, bajo el título La esvástica y los símbolos de odio: La iconografía del extremismo en la actualidad (Allworth Press). Está convencido de que, mientras la extrema derecha continúe ampliando su mensaje en EE.UU. y en Europa, se seguirá utilizando como una expresión de odio contra el diferente.
«La esvástica de Hitler tiene solo 100 años frente a una historia milenaria», recuerda Nakagaki. El origen de la cruz de dos ganchos entrelazados se remonta 5.000 años atrás en los valles del río Indo (India). La palabra «esvástica» proviene del sánscrito svastica, que significa «buena fortuna» o «bienestar». Sus usos religiosos y seculares se multiplicaron a lo largo de la historia. «Hay esvásticas repetidas por todo el mundo que nada tienen que ver con los nazis», explica Heller.
De antes de Cristo son las que aparecen a los pies de los budas tallados en las montañas del norte de la India, en la necrópolis de Koban en el Cáucaso de Osetia del Norte, en la antigua ciudad de Troya (Turquía), en los restos de Micenas, en las ruinas de Babilonia (Irak) o en los ornamentos de la tribu de los Ashanti en Ghana. Las excavaciones arqueológicas sitúan la esvástica en el continente americano antes de la llegada de Cristobal Colón: los nativos la estamparon en vasijas, alfombras, ropa y joyería.
Lo más sorprendente para la mente occidental es comprobar cómo en los años veinte y treinta se convirtió en una marca comercial en EE.UU. En 1925, Coca Cola fabricó una insignia de la buena suerte con forma de una esvástica con la inscripción «Bebe Coca Cola». Los Boy Scouts la imprimieron en postales, ropa, joyas o medallas al mérito.
Los equipos de deporte la utilizaban para representar las cuatro eles: «Love, live, light, luck» («amor, vida, luz y suerte», en su versión en castellano). Fue un ornamento muy común en la arquitectura de principios del siglo XX. En Nueva York, se puede encontrar en el techo de la librería de la Universidad de Columbia, en la entrada del Museo Metropolitano o en la fachada de la Brooklyn Academy of Music. Aparecía en postales, marcas de galletas, e incluso en los westerns de Hollywood hasta que Hitler se hizo con ella.
Los nativos americanos de los navajos, apaches, pápagos y hopis fueron los primeros en revelarse contra su uso por parte de los nazis. En 1940, en protesta, dejaron de utilizarla para siempre con una declaración pública y la quema de todos sus objetos que la llevaban estampada.
En Europa, se extendió como una insignia mística común en la decoración de abadías y conventos católicos. Se puede encontrar en la Catedral de Amiens (Francia), en la de Oxford (Inglaterra) o en el monasterio benedictino de Lambach, al norte de Alta Austria, donde se cree que Hitler tuvo su primer contacto con ella cuando de niño formó parte del coro.
Las teorías posteriores se dividen entre los que, como Nakagaki, consideran que se la copió del periodista y exmonje católico Jörg Lanz von Liebenfels, fundador de la Orden de los Nuevos Templarios, en 1907. Una organización antisemita que promovía la superioridad de la raza aria y que la adoptó como insignia. Se sabe que Hitler se reunió con Lanz para conseguir copias de su publicación Ostara.
Otros, como Heller, especulan con que se la robó al diseñador gráfico berlinés Wilhelm F. Deffke, uno de los inventores del logo corporativo, miembro de la Bauhaus y del Ring Neuer Werbegestalter (Círculo de Nuevos diseñadores Publicitarios).
Así lo confesó su asistenta, Mana Tress, en una carta escrita en los setenta al reconocido diseñador gráfico estadounidense Paul Rand. «No pagó por ella», escribió Tress. La esvástica de Deffke aparecía en un libro autoeditado como una reinterpretación de la rueda del sol de tradición alemana.
Lo que está claro es que Hitler se la apropió en el verano de 1920, después de darle un giro a la derecha de 45 grados sobre su eje. En su libro, Mein Kampf («mi lucha»), publicado cinco años después, Hitler describió su significado para el Nacionalsocialismo y cómo debía utilizarse. Pintada de negro, sobre un círculo blanco y con fondo rojo, los colores de la antigua bandera del imperio alemán.
El 2 de diciembre de 1923, apareció por primera vez nombrada en The New York Times como la Hakenkreuz («cruz de gancho»), en un artículo donde un testigo describía una escena dentro de la cervecería Bürgerbräukeller de Múnich, donde Hitler hizo su intento de golpe de estado un mes antes. A partir de este día, la prensa se referirá a ella como «el símbolo nazi».
Su efectividad no habría sido posible sin el ministro de propaganda nazi, Joseph Goebbels, quien el 19 de mayo de 1933 publicó la «Ley de Protección de los Símbolos Nacionales», donde se aseguró la explotación de la marca y prohibió su uso comercial. El gobierno nazi ordenó que ondeara en todos los edificios oficiales de Alemania. Y acabó colgada en los de Polonia, los Países Bajos, en los alrededores de la Torre Eiffel y en el Partenón de Grecia.
Setenta y cuatro años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, la cruz gamada sigue siendo un símbolo obsceno en Occidente. Casi a diario la prensa publica titulares como estos: «Aparece una esvástica sobre la placa de Trump en el paseo de la fama», «Pintan una esvástica en el monolito contra el nazismo en Segovia». Quizá por eso, la prensa internacional se hizo eco de la consulta japonesa sobre si quitar o mantener el manji en los mapas: «Las polémicas esvásticas que Japón quiere eliminar de sus mapas», se leía desde Londres hasta Nueva York. Pero lo que no han recogido los medios es la decisión final a favor de la simbología tradicional de los templos. La esvástica se queda. «Estaría bien que alguien lo contara», sugiere Nakgaki.
Fuente: El País