Me refiero a la Ciudad de México, mi ciudad, sitiada por grandes “cinturones de miseria” y por los 20, 30, 40, o 50 Municipios del estado de México.
Estoy leyendo acerca de los 212 puntos de calidad del aire en el Estado de México, que pronto nos alcanzará en esta Ciudad. Esos 212 puntos hablan de una pésima situación para el cuerpo humano, principalmente el sistema respiratorio, pero que finalmente afectarán el resto de la estructura corpórea.
Año tras año se produce este fenómeno, llamado “estiaje o sequía”, y año tras año hacemos nada de nada. Y lo digo con certeza porque los vehículos automotores no son los causantes de esta pesadez del aire, sino las cerca de 40 mil fábricas que asientan sus naves industriales en las Alcaldías de Azcapotzalco y Gustavo Madero, y en las decenas de municipios conurbados del estado de México, cuya cantidad nunca se ha fijado o determinado definitivamente.
Estos municipios se ubican o rodean a la Ciudad de México, en un gran medio círculo que corre desde el noroeste hasta el sureste del Valle de México. Es una ciudad con una población cercana a los 9 millones de habitantes, pero con los municipios colindantes se convierte en una gran “zona metropolitana” con una inmensa población que rebasa los 22 millones de habitantes.
El término zona metropolitana se acuñó y desarrolló en los Estados Unidos a partir de la década de 1920 y se utiliza la mayoría de las veces para referirse a una ciudad “grande” cuyos límites rebasan los de la unidad político-administrativa que originalmente la contenía; en el caso de México, dicha unidad es el Municipio.
La condición de “sitiada” inició mucho antes de 1970 cuando empezaron a arribar miles de personas a los alrededores del Distrito Federal, creando lo que se llamó “cinturón de miseria”. Este fenómeno se repitió en las principales ciudades del país. Poco a poco
millones de personas abandonaron el campo mexicano buscando mejores oportunidades de vida.
Desde la década de 1940, ante la creciente conurbación alrededor de la Ciudad de México, se habían propuesto la definición y establecimiento de los límites. Algunas de las propuestas de ese entonces serían la base para los programas de abatimiento de la contaminación ambiental de la década de 1980. Sin embargo, ninguna de estas definiciones era universal y no se había creado ninguna comisión para que los proyectos fuesen administrados de manera conjunta por las diversas entidades y municipalidades que conformaban el área metropolitana.
Vuelvo al párrafo líneas arriba de las fábricas envenenadoras del aire. En anterior ocasión mencioné que en la zona norte del valle de México yacían miles de fábricas con más de dos millones de trabajadores. Sabido es que los vientos diarios soplan del norte hacia el sur, introduciendo los polvos y porquerías a lo que hoy es la Ciudad de México. Y por el sur, el oriente y el poniente la zona está rodeada de montañas por lo cual difícilmente sale la contaminación; se estanca, se inhala, y se va hasta el cerebro.
Lo que también dije es que hace más de 30 años un servidor público superior me confió la realidad del problema: la contaminación no la producían los vehículos automotores en 80 por ciento (como se informó en 1989), sino las fábricas, en un 92 por ciento.
Declaración gruesa, difícil, comprometedora. Sin embargo, es cierta. ¿Pruebas? Observe usted que, del 24 de diciembre de 2019 al 7 de enero de 2020, habrán salido de la ciudad por lo menos la mitad de los vehículos. Y los índices están altísimos, le arderán los ojos, sentirá reseca la garganta y demás. O sea, que las fábricas siguen arrojando sus humos al aire, y no puede decretarse “Un Día sin Fábrica” porque la maquinaria se detiene, y el industrial explotador dirá: “Si hoy no abro, no pago”. ¿Y tendrá la culpa el obrero menesteroso, el patrón desalmado o la autoridad condescendiente?
Creo que la solución está muy lejos de darse. Pero sí debemos estar conscientes de nuestra realidad, de nuestra atmósfera, de nuestros organismos. Habitamos una de las ciudades más grandes y extendidas del planeta. Y de las más contaminadas. Los mexicanos hemos construido esta ciudad casi en un nido de águilas y hasta aquí hemos traído nuestras realidades. No estamos ubicados, como otras metrópolis, a la orilla de ríos, lagos o del mar, para con ello disfrutar o permitir que la brisa o el viento se lleve los mortales contaminantes.
Tenemos que subir y con muchísimo esfuerzo hasta este nido de águilas, volúmenes impensables de agua y cantidades exorbitantes de abasto. Pero lo hemos hecho. ¿No podríamos hacer esfuerzos sobrehumanos para detener esta contaminación absurda y aberrante? Estamos en 2020. Seamos sensatos: recordemos que el cielo es azul, que las estrellas brillan de noche, que el aire es un bálsamo y que nuestros descendientes merecen vivir decentemente y con limpieza de espíritu, de cuerpo y de mente.
1 comentario
No se preocupe Sr. Fonseca… ahora con este gobierno de quinta el «smog» va a bajar. Todas esas fábricas tendrán que cerrar por falta de economía… lo malo es que los asaltos van a estar peor y tal vez hasta entren con hachas a las casas para robarlas…
No se preocupe su presidente se encargará de darle el tiro de gracia al país..