Fidel Castro en México. Mi saludo a Fidel.
Al llevar a cabo el asalto al cuartel Moncada en julio de 1953, Fidel Castro fue capturado por las fuerzas batistianas, condenado a 15 años de prisión, pero fue amnistiado en 1955.
Castro voló a México en julio del mismo año; hizo escalas en Mérida, Campeche y Veracruz. Desde aquí viajó por carretera hasta la ciudad de México. Su objetivo era preparar el regreso. Para ello había tejido una red de 40 fieles. Era el núcleo duro de una revolución. Una organización secreta que reclutaba y se entrenaba para el asalto final.
En condiciones económicas precarias, y sometido a la estrecha vigilancia y persecución de los agentes gubernamentales cubanos, desplegó una esforzada labor de organización al tiempo que prosiguió una intensa campaña de difusión de las ideas y propósitos del movimiento revolucionario.
Viajó a los Estados Unidos, visitando Filadelfia, Nueva York, Tampa y Miami, entre otras localidades, en las cuales creó junto a sus
compatriotas exiliados «clubes patrióticos» con el fin de conseguir apoyo político y económico para la lucha revolucionaria.
Teniendo como lema: “en 1956 seremos libres o seremos mártires”, Fidel, Raúl, Juan Manuel Márquez, Ernesto Guevara, Camilo Cienfuegos y otros destacados revolucionarios estuvieron entrenándose en el rancho Santa Rosa, en Chalco, e incluían prácticas de tiro, topografía, táctica, guerrilla, explosivos, bombas incendiarias, voladura con dinamita.
Sin embargo, las autoridades migratorias mexicanas, que sabían de la estancia de extranjeros en el país, empezaron a ubicarlos para detenerlos y conocer el motivo de su permanencia en México.
Casi un año después de su llegada a México, Fidel Castro, el Che Guevara y otros combatientes fueron detenidos; se allanaron sus domicilios y una parte importante de las armas fueron incautadas.
Fue rápido. La Dirección Federal de Seguridad de México, dependiente de la Secretaría de Gobernación, y cuyo titular era el capitán Fernando Gutiérrez Barrios, tenían conocimiento de que en un automóvil Packard verde, modelo 1950, iban cinco hombres. En el cruce de la calle de Mariano Escobedo con Kepler, tres bajaron. Uno era alto y corpulento, de paso firme, llamado Fidel. A distancia se advertía que era el líder. Cuando iba a perderse en las sombras, los agentes federales que lo seguían se lanzaron sobre él.
El hombre alto, al verlos venir y creyendo que era un ataque del gobierno batistiano, echó mano de su arma automática. Pero antes de que pudiera sacarla, ya tenía una pistola besándole la nuca. Si en aquel instante el policía hubiese apretado el gatillo, la historia de América habría cambiado.
Aquella noche del 21 de junio de 1956, en esa esquina de la Ciudad de México, Fidel Alejandro Castro Ruz acababa de ser detenido sin un disparo. Tenía 29 años y una revolución por hacer.
La célula cubana había caído. En pocos días fueron apresados 22 castristas. El nudo de la trama se ubicaba en el número 49 de la calle de José de Emparán, colonia Tabacalera, donde vivía la opositora peruana Hilda Gadea. Su esposo fue el extranjero más desafiante ante la policía y, a diferencia de sus compañeros, se declaró marxista- leninista. Era asmático, argentino y pobre. Se llamaba Ernesto Guevara de la Serna.
Después de tres días de interrogatorios, Gutiérrez Barrios redactó su informe sobre la “conjura contra el Gobierno de la República de Cuba”. La Federal de Seguridad investigaba políticos disidentes, sindicatos, organizaciones campesinas o de estudiantes, extranjeros con actividad política, delincuentes de alto perfil y grupos guerrilleros, nacionales o de otros países. Los detenidos fueron encarcelados en la estación migratoria, ubicada entonces en la calle de Miguel Schultz, en la colonia San Rafael. Unas amistades de origen cubano fueron a verlo, yo con ellos, y así tuve la oportunidad de conocer y saludar brevemente a Fidel. Tenía yo 17 años.
En su libro El Guerrillero del Tiempo, Fidel Castro narra detenida y anecdóticamente su estancia en México. Al hablar del Che Guevara dice que: “lo recuerdo vestido muy humildemente. Padecía asma y era, en realidad, muy pobre; tenía un carácter afable y era muy progresista, realmente marxista, aunque no se encontraba afiliado a ningún partido. Desde que escuché hablar del Che me percaté de la simpatía que despertaba en la gente. Con estos antecedentes lo cono y lo conquisté para que se uniera a la expedición del Granma”.
El Che fue reclutado como médico de la expedición. “Nadie sabía entonces que iba a convertirse en lo que es hoy: un símbolo universal”, añade Fidel. (continuaré)