Alejandro Encinas camina por los paseos de Chapingo evocando sombras pasadas. «Aquí era todo una bóveda vegetal», recuerda, «los árboles eran más frondosos que ahora y venían unos pájaros… Perros de agua se llamaban, ¿no? ¿Aún vienen?», pregunta. Un trabajador de la universidad contesta que ya casi no, que casi no quedan. Encinas asiente y sigue caminando. Medio distraído, menciona un tren que pasa frente a la puerta del centro, que ya entonces, cuando daba clases aquí hace tantos años, lo hacía. Se le ve contento.
Subsecretario de Derechos Humanos de la Secretaria de Gobernación mexicana, Encinas (Ciudad de México, 1954) apenas goza de momentos así. Paseos, charla distendida, intrascendente. De visita en la vieja escuela de Chapingo, feudo estudiantil de la izquierda en los confines del área metropolitana de la capital, abre un hueco en su saturada agenda y recibe a EL PAÍS para hacer balance de su primer año en el cargo.
Encinas reconoce que el Gobierno no ha obtenido los resultados esperados en materia de seguridad, pero no por nada. «Heredamos una crisis humanitaria que llegó a cifras alarmantes, como todo el tema vinculado a la desaparición y no identificación de personas. La cifra original de 40.000, ahora que estamos actualizando los datos, va a tener un incremento importante, como del 30%. Durante mucho tiempo se trató de ocultar el problema», dice.
México registra cada año 25 millones de víctimas de delitos, una cifra difícil de entender, de hacer inteligible. Presa de una ola interminable de violencia homicida, el país acaba el año con una tasa récord de asesinatos y una sensación entremezclada de frustración y hartazgo. El hombre que escucha a las víctimas lo sabe. «Estamos en una de esas situaciones en que lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer», murmura Encinas.
Fuente: El País