Venezuela detectó un caso de fiebre amarilla después de 14 años, lo que ha encendido las alarmas ante la fragilidad del sistema sanitario de un país que atraviesa lo que las agencias internacionales califican como emergencia humanitaria compleja. Se trata de un hombre de 46 años de la etnia pemón, que ha logrado sobrevivir a la enfermedad. Las autoridades sanitarias del Gobierno de Nicolás Maduro guardan silencio sobre este caso.
El hombre habita en Kamarata —localidad ubicada en el Parque Nacional Canaima, en el interior de la selva en el estado Bolívar, al sur de Venezuela— y llegó por sus medios al hospital Ruiz y Páez en Ciudad Bolívar, a más de 500 kilómetros de su vivienda. El parte médico estableció síndrome febril ictero-hemorrágico e insuficiencia renal aguda que requirió diálisis. Dos meses después recibió el alta recuperado. Pero fue apenas hace dos semanas que los médicos tratantes conocieron el resultado de los análisis de las muestras de sangre enviadas al Instituto Nacional de Higiene Rafael Rangel, en Caracas, que resultaron positivas para el virus de fiebre amarilla.
El reporte del caso se difundió el pasado fin de semana en un boletín extraordinario de la Sociedad Venezolana de Salud Pública y la Red Defendamos la Epidemiología Nacional. Aunque este virus es uno de los más importantes a notificar dentro del reglamento sanitario internacional, Venezuela está a ciegas sobre su situación epidemiológica. Desde 2017 no hay estadísticas públicas, para ciudadanos ni médicos, sobre el comportamiento de los brotes. El documento de la red de médicos es la única alerta que hay hasta ahora. En ese año Brasil tenía un brote con 2.000 casos, pero en el lado venezolano había todas las condiciones para que la temida enfermedad del siglo XVII reapareciera fuera de sus reservorios selváticos habituales.
“La fiebre amarilla genera una alarma particularmente importante. No hay tratamiento y la mitad de los que la contraen muere. Después del ébola, es la segunda enfermedad más seria. Por eso, la posibilidad de que se produzca un brote de fiebre amarilla urbana es una gran preocupación, aún más cuando no hay suficientes servicios de diálisis funcionando y el sistema público está en su peor momento”, señala el infectólogo venezolano Julio Castro, investigador del Instituto de Medicina Tropical de la Universidad Central de Venezuela.
Venezuela es uno de los países de América del Sur con transmisión endémica de fiebre amarilla. Desde 1997, se han confirmado 71 casos autóctonos de la enfermedad, incluyendo el actual. Los brotes más intensos ocurrieron entre 1998 y 1999, con 15 casos y 4 defunciones, entre ellas la de un turista estadounidense que visitó Canaima y finalmente fue diagnosticado en California. Luego, entre 2002 y 2005, se expandió por 7 estados en los que se confirmaron 55 casos, de ellos 27 mortales.
El Ministerio de Salud ha guardado silencio con el último caso y se desconoce si se activaron los protocolos de cerco y seguimiento establecidos. La alarma ha llegado hasta la Asamblea Nacional controlada por la oposición. «Ante un brote de esta magnitud, los protocolos internacionales establecen que las autoridades deben emitir un boletín epidemiológico y hacer un cerco en donde la vida de las personas sea la prioridad. Hoy denunciamos el enorme silencio de parte del régimen con relación a este problema. Exigimos conocer cuáles son los planes de acción”, dijo la diputada Manuela Bolívar.
La región de Bolívar es epicentro de varias epidemias. Hoy, se cruzan el paludismo, erradicado en los años 60, con el sarampión, que empezó a circular de nuevo en 2017 y ha diezmado a la población indígena warao y yanomami, y la difteria, otro virus que reapareció en 2016 luego de estar 25 años controlado y se dispersó por el país por un manejo tardío del brote inicial.
Ahora además de la amarilla hay otras fiebres. La de la extracción de oro, que está poniendo a flote al Gobierno de Nicolás Maduro —cercado por las sanciones económicas internacionales—, también ha desatado una calamidad en el sur del país. El aumento de la minería descontrolada ha tenido una correlación directa con el aumento de la malaria y su expansión fuera de los yacimientos. En lo que va de 2019 la Organización Panamericana de la Salud (OPS) reporta 32.000 casos, 100 fallecidos y la exportación de 1.370 casos a Brasil, 1.885 a Colombia y 12 a Perú, con el tránsito forzado que fuera de las fronteras también ha generado la crisis nacional.
La caída brutal de la vacunación en el país también ha incidido en la reaparición de enfermedades. La Organización Mundial de la Salud reporta que en 2018 la cobertura de la vacuna de fiebre amarilla en Venezuela —que no forma parte del esquema obligatorio— alcanzó apenas 35% y en los cinco años anteriores no superó el 87%.
Fuente: El País