No discuto que Evo Morales lograra terminar con siglos de exclusión de la población indígena; tampoco alego que durante su mandato, Bolivia creciera económicamente casi el 5 por ciento, números que pocos pueden igualar en Latinoamérica, a excepción quizá de Chile.
No discuto que el ahora ex Presidente de Bolivia pudiera ser, de acuerdo a cifras y números, uno de los mandatarios que mejores resultados entregó a sus gobernados mientras tuvo el poder. Sería, considero, una necedad personal no reconocerlo.
Tampoco discuto que México sea un país que brinde asilo a personajes cuya situación política pone en riesgo su vida, aunque el repudio de un buen sector de la población los acompañe.
Pero traer a Evo Morales a nuestro país, en medio de varias decisiones polémicas del Presidente López Obrador, (que han afectado a diversos sectores ciudadanos), cambia la perspectiva que pudiera tenerse sobre un asunto “de humanidad”.
Por ello, sí discuto se le diera asilo político a un personaje que no conforme con haber perdido un referéndum, (donde los bolivianos le pidieron evitara reelegirse), desoyera lo que él mismo convocó, y sin escrúpulo alguno, buscara un cuarto periodo presidencial.
Discuto se le recibiera con “bombo y platillo” (casi como un héroe de guerra o mandatario nacional en funciones); reprocho incluso, al igual que miles de ciudadanos, que a Morales se le trajera en una aeronave propiedad de los mexicanos, pagada con nuestros impuestos, cuando el propio Presidente (para ahorrar) vuela en líneas comerciales.
Y así como la Casa Blanca sentenció (contundente) que lo ocurrido en Bolivia era un llamado de atención para “los regímenes ilegítimos” de Venezuela y Nicaragua, de la misma forma, el asilo a Evo Morales en México es un guiño hacia Nicolás Maduro y Daniel Ortega, o cualquier dictador, por si en algún momento requieren albergue político.
Quizá uno de los puntos más “peligrosos” para la popularidad de AMLO es que, al ofrecer ayuda a Evo Morales, se da por sentada su comunión (aunque lo haya negado varias veces) con las prácticas dictatoriales del ex mandatario boliviano, cosa que a decir verdad, (y lamentablemente), millones de mexicanos no ven con malos ojos.
Evo Morales no es tratado como un asilado político, sino como un amigo de la nación, al grado de ser nombrado Huésped Distinguido en la CDMX. Ojalá y no le hayan “vendido” al ex presidente de Bolivia, la idea de usar a México como plataforma para soñar con retomar el poder, pues de ser así, quizá el vecino país del norte respingaría. Ya veremos.
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