Carlos Ferreyra
Existe la vieja conseja transformada en dicho popular, que afirma: enero, desviejadero.
Referencia a la cantidad, cierta o no, de ancianos que decidimos pasar a otro plano, a mejor vida o a seguir el camino de luz, eufemismos todos para decir que estiramos la pata, que le fuimos a jalar el rabo a Belcebú o las barbas a San Pedro.
Como lo digo suena muy irreverente, pero a mis queridos muertos, a los que idolatré en vida les sigo guardando un nicho en lo más cerrado de mi órgano cardiaco.
1.- Hace once años nos abandonó Paco Ignacio Taibo, el propietario único del afamado Circo Ataibo en el que había, hay, un novelista, un poeta y un hombre del cine.
De algunas novelas de remembranzas históricas de Paco Ignacio, aprendí, él me lo hizo notar, que la memoria es de quien la ejerce. Y que cada recuerdo aún sobre un mismo tema tiene verdades muy variables.
Con franco orgullo puedo afirmar que mientras fuimos vecinos de oficina en El Universal, me permitió sugerir muchos de sus gatos cultos. Conservo varios originales que me obsequió entre ellos uno elaborado por Paco específicamente para mi nieto Carlos, hijo de Ana, la menor.
Un recuerdo sentido por tan dolorosa ausencia. Y por la falta que en el transcurso del tiempo nos ha hecho falta. Su orientación, claro.
2.- Tres años ha que partió Rogelio Naranjo, michoacano de pro, hombre dulce, bueno, de nobleza total.
Naranjo y yo nos iniciamos en las lides periodísticas en Sucesos para Todos, una emblemática revista que era propiedad de Gustavo Alatriste, a la sazón marido de Silvia Pinal.
Rogelio y yo hicimos juntos nuestro primer viaje extrafronteras. A Cuba, donde presenciamos a un pueblo en efervescencia, luchando contra vicios sociales y malas costumbres, combatiendo analfabetismo y enfermedades, mano con mano.
Tuvimos una relación de profundo afecto, trunca desafortunadamente por las circunstancias laborales. Pero siempre supimos el uno del otro y nos veíamos con gran gusto en las reuniones en las que coincidíamos.
Reuniones que en la etapa final de su vida eran homenajes a su obra, reconocimientos académicos y profesionales.
Empezaba a sufrir cierto grado de ceguera; decidió irse a vivir a Texcoco a una finca, según su descripción, semiurbana o semirrural. Quedamos en reunirnos, pero ya no hubo tiempo. Doloroso, pero así de cruel es la naturaleza.
3.- No fuimos amigos cercanos, pero en mis inicios como reportero en prensa nacional (regresaba de largo periplo de siete años en prensa internacional) el entonces diputado Guillermo Cosío Vidaurri, intuitivo, me otorgaba un trato especial. Me informo que hoy murió.
Hablo de cuestiones informativas a las que apenas abría los ojos. Me sorprendían muchas cosas de nuestra forma de hacer política, sobre todo el gran poder tricolor que sólo había observado igual en Argentina.
Con la diferencia de que ese poder en la nación del sur lo ejercía el peronismo mientras no los echaban a patadas los uniformados que pasaban a ocupar el sitial respectivo. Me refiero a una clase militar elitista, prusiana y criminal.
Con Augusto Gómez Villanueva, eran los mandamás en la Cámara de Diputados que estaba en el hermoso recinto de Donceles, compartiendo frontispicio con el Teatro Esperanza Iris.
Sentado en los palcos de prensa nos saludábamos con el diputado Cosío. Con gesto malvado, ponía mis brazos en posición como si acogiera a un pequeño animalito casero.
Mientras miraba al legislador, simulaba acariciar a la mascota. Me miraba con curiosidad hasta que un día me preguntó qué significaba mi gesto.
Muerto de risa, Jesús Michel, reportero de El Sol, le explicó que era lo que hacía El Padrino en su célebre película mafiosa. Le causó relativa gracia, pero no mucha. Dejé de hacerlo.
Cuando Cosío Vidaurri se hizo cargo del gobierno de Jalisco, un día me llamó para preguntarme: un reportero del Excélsior Reginiano lo había visitado para pedirle un automóvil ya que debía realizar un largo recorrido por el estado.
Ordenó que le facilitaran el auto, que el reportero rechazó porque no era de su gusto. Tuvieron que alquilar un vehículo nuevo que el periodista, de nombre Carlos, tranquilamente se trajo al DF.
Cuando le pidieron la devolución respondió paladinamente que no había solicitado un auto prestado, sino que al gobernador le dijo que “le diera” un coche.
Se me ocurrió que la agencia alquiladora lo recogiera. No sé qué pasó después que una ocasión que lo encontré en un tragadero capitalino, me dijo que optó por resolver por cuenta del erario.
Cosío Vidaurri, en este país de chivos expiatorios, fue defenestrado a consecuencia de las explosiones subterráneas en Guadalajara. Sin culparlo, se le responsabilizó. Y Pemex, origen de la tragedia, se limitó a recoger los pedazos de su maldosa administración.
Historia repetida cuando de esa paraestatal se trata. No seguí el asunto, pero imagino que todos se conformaron con la destitución del mandatario estatal.
Ahora a esperar enero para conocer las novedades entre las que espero no encontrarme.
carlos_ferreyra_carrasco@hotmail.com