En Chile, fue por un aumento en la tarifa del metro de la capital; en Ecuador, fue el fin de los subsidios al combustible; y en Bolivia, unas elecciones robadas.
América Latina, cuyo auge de los productos básicos hace una década sacó a millones de personas de la pobreza y ofreció lo que muchos vieron como un modelo de modernización, está revolucionada. Las enfurecidas personas que viajan a diario a sus trabajos están saqueando ciudades, los gobiernos están huyendo y los inversionistas están abandonando sus activos lo más rápido que pueden.
No es otra marea rosa ni una sacudida a la derecha, sino más bien rabia contra el sistema. Con casi tres docenas de países y más de 600 millones de habitantes, no es fácil generalizar o predecir a la región. Hace unas semanas, Evo Morales, el presidente de Bolivia desde hace más de una década, parecía encaminado a la reelección. Hoy, él y sus principales ayudantes están en el exilio en México, mientras su país enfrenta un vacío de poder.
En ese sentido, hay un paralelo con la Primavera Árabe que comenzó en 2010 y el colapso de la Unión Soviética dos décadas antes. Ambos fueron imprevistos y se movieron en direcciones sorprendentes; sin embargo, ofrecen lecciones en retrospectiva.
“Hubo muchas grietas, pero nadie lo vio venir”, asegura Javier Corrales, profesor de ciencia política en el Amherst College de Massachusetts, respecto a los eventos de esta semana en Bolivia y en toda la región.
El especialista sugiere dos factores comunes: la dependencia de los productos básicos y la trampa del ingreso medio, es decir, el estancamiento que a menudo se produce después de que se reduce la pobreza extrema, pero el progreso económico resulta difícil de alcanzar porque la demanda del consumidor permanece constante.
América Latina es la región importante más desigual y de menor crecimiento en el mundo en este momento. Por lo tanto, la combinación de inseguridad y los ricos cada vez más ricos se ha vuelto explosiva, lo que ofrece una advertencia para otras partes del mundo con dinámicas similares.
“La desigualdad es la causa principal del desencanto que sienten los ciudadanos de toda la región, frente a un establecimiento político pasmado que aún no comprende que el modelo de desarrollo actual es insostenible”, escribió Alicia Bárcenas, secretaria ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe de Naciones Unidas, en un ensayo reciente. La gente quiere erradicar la cultura del privilegio, agregó.
La región está atrapada entre modelos competitivos de gobierno: populismo de izquierda versus liberalismo orientado al mercado. Cada uno se ha visto afectado por la incompetencia, la corrupción y el incumplimiento de las demandas sociales, lo que empaña el panorama y la lucha. El resultado es una furia creciente hacia las clases dominantes que lleva a la gente a las calles. En Chile, por ejemplo, casi un mes de protestas violentas por el aumento –ahora suspendido– de las tarifas del metro ha causado muertes y daños extensos a la propiedad, en contraposición a su imagen como el país más estable y rico de Sudamérica.
“La gente está enojada con sus sistemas políticos”, dijo James Bosworth, autor de Latin America Risk Report, en una entrevista. “Hay una ola contra los mandatarios actuales y los gobiernos no han abordado las raíces del problema, y esos problemas no van a desaparecer”.
El liderazgo político sigue en manos de unos pocos, que de alguna manera siguen retrocediendo.
Morales había dirigido Bolivia durante 14 años. Los chilenos Sebastián Piñera y Michelle Bachelet se han alternado el poder desde 2006, y la argentina Cristina Fernández regresará como vicepresidenta después de gobernar su país de 2007 a 2015. El brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, quien gobernó entre 2003 y 2011, es uno de los principales candidatos de la oposición para 2022, después de salir de la cárcel hace apenas unas semanas. El venezolano Nicolás Maduro ha estado en el poder durante casi siete años, y el movimiento socialista fundado por Hugo Chávez ha liderado al país rico en petróleo desde 1999.
La tecnología también tiene un rol importante. A medida que se expande el uso de los teléfonos inteligentes y el acceso a Internet, muchas más personas están al día con lo que pasa en el resto del mundo en tiempo real y se organizan rápidamente, a menudo sin liderazgo. En Chile, por ejemplo, no queda claro con quién puede sentarse el gobierno de Piñera a negociar.
Los regímenes autoritarios en Cuba y Venezuela deberían sentirse nerviosos, argumenta Corrales.
“De repente, Bolivia colapsó así e involucró a dos grupos que eran leales al gobierno, un sindicato específico y el ejército”, explica.
El venezolano Maduro ha confiado en sus fuerzas armadas frente a numerosas manifestaciones en protesta por la manipulación de las elecciones del año pasado.
Al igual que en otras partes del planeta, los políticos y partidos centristas, como el recién derrotado presidente argentino, Mauricio Macri, cuentan con poco apoyo en América Latina en este momento.
Una de las razones por las que los inversionistas locales y extranjeros creían en la reelección de Macri, a pesar de la estanflación crónica, era su ventaja como ocupante actual del cargo con las arcas públicas de su lado.
Pero Macri fue derrotado en una primera vuelta por su incapacidad para controlar la inflación, proteger el poder adquisitivo, reducir la pobreza y mantener el empleo.
La marea contra los mandatarios en el cargo podría afectar a políticos poco convencionales.
Si ver a Macri perder no fue suficiente para asustar al presidente de derecha brasileño, Jair Bolsonaro, las furiosas protestas y disturbios en Chile deberían serlo. Su gobierno está redoblando una agenda de reformas después de impulsar una revisión a las pensiones y cuenta con el crecimiento del próximo año para consolidar apoyo contra un desafío de Lula.
Al igual que Bolsonaro, Andrés Manuel López Obrador ganó en 2018 como un político fuera del sistema tradicional. Sin embargo, los resultados de casi un año en su mandato de seis (bajo crecimiento, aumento de la delincuencia y menos inversión) complicarán sus planes y probablemente afectarán sus aún altas calificaciones de aprobación.
El ecuatoriano Lenín Moreno se encuentra en terreno inestable, después de retirar los subsidios al combustible, debido a las violentas protestas que lo obligaron a trasladar temporalmente el gobierno fuera de la capital. Tras ganar las elecciones como sucesor del izquierdista Rafael Correa, giró 180 grados para gobernar desde el centro-derecha y perseguir a sus antiguos aliados por corrupción. Pero la presión popular lo está obligando a replantear su estrategia, mientras lucha por cumplir los términos de un programa del FMI.
El reconocimiento de la desigualdad social y los intentos por solucionarla (aunque tardíamente) no son garantía de que las protestas desaparezcan. El líder de la oposición venezolana, Juan Guaidó, ha llamado a sus partidarios a salir a las calles. En Colombia, los sindicatos y los estudiantes convocaron a una huelga nacional.
El chileno Piñera ha aceptado incluso discutir una nueva constitución. Sin embargo, algunos solo estarán satisfechos con su renuncia.
«La ira en los sistemas políticos no va a desaparecer y, en muchos sentidos, los gobiernos están atrapados», asegura Bosworth. «Habrá más protestas en 2020 y serán más violentas».
Fuente: El Financiero