Carlos Ferreyra
Una hermosa traición oral narrada durante generaciones entre los tarascos de Michoacán: la flor y el colibrí.
Antes, una disquisición relacionada con las pláticas del inolvidable Tío Othón Sosa, indígena puro que llegó a Morelia sin saber la castilla, con esfuerzo y ayuda de su madre, que nunca pudo hablar castellano, estudió, fue maestro normalista –vocacional, advierto—dirigente sindical y ambas tareas las cumplió con la devoción que sentía por su profesión, por sus compañeros de tareas y de empeños en dejar tras de sí una generación mejor.
Rosacruz, no recuerdo si además Masón, se empeñaba en leer historia y en documentar leyendas y tradiciones de su pueblo, valiosa tarea de la que ignoramos si dejó huella, si quedaron testimonios escritos de su labor. De los cuentos orales recuerdo vagamente la historia de la flor y el colibrí.
Los michoacanos, como herencia de los originarios de la zona que nunca pudieron vulnerar las espadas y tuvieron que conquistarla con la cruz, cambian la e por una i, la o por la u y a la tz la pronuncian como ch. Así, Pach cuaro con un brinquito entre la primera y segunda sílaba y claro Apatzingán.
En las goteras de Morelia hay un balneario que me gusta usarlo como ejemplo de los anterior: Cointzio que los naturales de la región (entre ellos yo, claro) pronunciamos Cuincho. Si usted va a la capital tarasca y pregunta con Cointzio, nadie le dará razón. Y vamos al cuento:
Al principio de los siglos todo era oscuridad, el Ser Supremo, Curicaveri decidió crear la luz y el firmamento. Lo que vio, la deidad permanecía sentada mirando hacia su creación, y por el reflejo de sus pupilas surgieron las galaxias lejanas, hermosas ruedas de luz que, sin embargo, no llenaban su gusto.
Decidió así darle vida a Tata Huriata, el Dios Sol, al que dio como compañera a la Diosa Luna, Nana Cutzi. De la unión de ambos, nació Cuerauáperi, aunque la leyenda afirma que quien embarazó a la Nana fue Curicaveri, así que el resultado fue una mujer de belleza inigualable.
Tata Huriata y Nana Cutzi dedicaron sus afanes a ordenar el universo, colocaron los planetas y las estrellas de tal manera que el resultado fue un firmamento bellísimo al que sólo le faltaba el planeta nuestro.
Cuerauáperi, hija de la pareja inicial, la Madre Naturaleza, se encargó de formar a los animales, hacer los bosques, las montañas, los lagos y a los seres humanos. Su obra fue hermosa. En los llanos y extensos campos de Guayangareo (donde hoy está Morelia) mandó ríos cristalinos y flores sin fin.
El Dios Sol, Huriata, con sus primeros rayos sobre la tierra, besaba la frente de Huapunda, la laguna a la que su padre había recluido en la región. La princesa era bella, tanto, que sus vasallos la llamaban Tzitziqui, la flor.
Enamorada de un joven guerrero, Tzitziqui supo de su muerte cuando el colibrí, Tzintzun, que bebía la dulzura de sus labios, se alejó para nunca volver.
Una mañana arribaron centenares de guerreros al son de las cuiringas y los caracoles que hicieron huir al colibrí. Huapunda de hinojos ante su padre, le pide que le devuelva al ser amado, pero el monarca le responde que las flechas de los chichimecas lo sacrificaron y su corazón se ofrendó a Huriata.
Enloquecida, Tzitziqui se apodera de la ofrenda sagrada y huye hacia el intrincado bosque. Quiere esconder el despojo de su amado y de sus ojos brotan incontenibles dos ríos de lágrimas que van inundando el valle.
Toda la noche el rey y sus guerreros buscan a la princesa y al amanecer contemplan el hermoso y cristalino lago. Dicen que pudo haber sido Cuitzeo.
Eso dice la leyenda de Tzitziqui, la princesa Huapunda (lago) y el colibrí (Tzintzun).
Por cierto, Michoacán es zona lacustre, repleto de lagunas y todas tienen una leyenda.