Más de siete mil amantes del bolero y la balada se dieron cita ayer en la explanada del kiosko de la Alameda Central para escuchar a intérpretes aficionados que, acompañados por karaoke, vocalizaron temas exitosos de El Príncipe de la Canción en un familiar homenaje organizado por la Secretaría de Cultura del Gobierno de la Ciudad de México.
Sol vibrante que no impidió la comunidad de los admiradores del vocalista de “La nave del olvido” en eufórica manifestación de cariño después de ocho días de su muerte en un hospital de Florida, Estados Unidos. “Él está más vivo que nunca. Me sé casi todas sus canciones. Mi papá era admirador de su estilo y por eso me bautizaron con su nombre. Vengo a cantar ‘40 y 20’, la pieza que mi madre canta todos los días en la cocina”, confiesa un muchacho ataviado de traje blanco, listo para subir a la tarima y sumergirse en el cosmos del hijo consentido de Clavería.
Convite efusivo. Listado de más de cien aspirantes. Algunos desafinados, otros remedando el estilo del Príncipe y varios repitiendo sus gestos: “Ensayé en mi casa desde ayer, vengo a cantar ‘Almohada’, me la sé muy bien. No quiero imitarlo, mi propósito es recordarlo y decirle a la gente que con él he vislumbrado los agrios y dulces episodios del amor”, expresa un señor de unos 60 años con leontina de plata, saco azul, pantalón blanco y corbata escarlata.
Una señora enarbola un pañuelo que dice: “José José. Adios a un Príncipe”. Una pareja se besa mientras otro en el estrado ondea la imagen de la Virgen de Guadalupe y entona “Tú me estás volviendo loco”. Algarabía y gozo. El sol arrecia. El eco de las melodías empapa de nostalgia el huerto del parque central de la Ciudad de México. “La barca” se bambolea en los cristales de la pausa. “Vamos a darnos tiempo”: unos cuarentones sonríen en complicidad sigilosa y se dan un beso sibilino bajo el abraso del albor. “A ella le encanta José José, siempre me convence con unas de sus canciones: nos dimos un beso de reconciliación”, me confiesa él, mientras ella le acaricia la espalda.
Y se extiende la procesión. Llega gente con imágenes del vocalista que nos inoculó un catálogo romántico del cual se pueden elegir instantes según la necesidad de los azares sentimentales: “O tú o yo” para el encono; “Entre ella y tú”, para la indecisión; “Voy a llenarte toda”, para los embates del deseo; “El amor acaba”, para la compasión… / “Yo siempre tengo una canción de José José a mano, me calman en los peores momentos o subrayan mi alegría”, expresa una muchacha con un tatuaje en el cuello que dice: “Quiero perderme contigo, José Jose”.
Subieron al tablado 91 cantantes. La gente abajo repite los temas y se balancea en las sinuosidades de las consonancias aprendidas en los fervores de la adolescencia: un orfeón familiar se expande: la resonancia llega hasta la Avenida Juárez y hace rozadura con los mármoles del Palacio de Bellas Artes. El retumbo contagia a los transeúntes apresurados. Karaoke de amorosa convivencia: “Cuidado”, “Mi vida”, “Me vas a echar de menos”, “Preso”, “Te canto sólo a ti”, “El amar y el querer” y por supuesto, “El triste”… Todos envueltos en los asentimientos de un Príncipe en la eternidad de las cadencias.