Terceras Home

Saudades: Carlos Ferreyra

Publicado por
José Cárdenas

Carlos Ferreyra

 

Creo que la palabra, en portugués y de uso habitual en Brasil, no tiene traducción o equivalente en español. Se trata de una expresión que implica un recuerdo que casi siempre es doloroso, que se encuentra en lo profundo del ser.

La foto con que ilustramos este texto tiene esa posible interpretación: recuerdos de un México ya ido en el que una de las principales tareas de los maestros era la inoculación del espíritu nacional a los niños.

Adoración, así como suena, a los símbolos patrios. Homenaje a la bandera antes de iniciar la semana escolar, canto al Himno Nacional cuyas estrofas eran muy conocidas… y retiemble en sus antros la tierra. Centros no hay, centro es uno solo y no está en el himno.

Civismo, materia importante en la que aprendíamos lo que era, lo que había sido y nos prometíamos lo que sería nuestro país, entonces llamado El Cuerno de la Abundancia por su figura geográfica y por la riqueza de sus campos.

Aquellos gobernantes, cuestionables o no, tenían espíritu patriótico. No habrían jamás consentido convertirse en guardianes de los intereses del norte, aunque en la Segunda Guerra Mundial en Sinaloa producíamos las drogas necesarias para sus tropas y en Manzanillo manteníamos un campo de concentración para chales. Todo asiático detectado era recluido con familia en ese centro.

La opinión fomentada desde las alturas del Palacio Nacional, era que una Nación autosuficiente era una Nación soberana. Y creo que teníamos con creces tales condiciones.

Con guerra, sin ella, los maestros mexicanos cumplían su apostolado, como ellos mismos lo consideraban. Pocas escuelas normalistas, eran sustituidas por el entusiasmo de quienes pensaban que la educación era el camino del futuro.

Así, en toda familia había mentores. En la mía, inclusive mis padres realizaron tan grata labor en una ranchería llamada Las Canoas, rumbo a Zamora, donde probablemente nací, aunque fui registrado en Morelia días después de mi venida al mundo (sin albures por favor).

Como mejor ejemplo de vocación tuvimos cerca al tío Daniel, del que he platicado algunas de sus travesuras. Un ebrio consuetudinario que sin embargo era muy apreciado por sus alumnos y los padres de sus alumnos.

Nadie criticaba que en plena clase y delante de los pequeños de tercer o cuarto grado, sacara del bolsillo trasero la botella de Charanda Tancítaro o de Charanda Uruapan, y le diera ávidos sorbos como náufrago recién rescatado.

Tenía un estándar que impedía saber si realmente estaba borracho. Creo que nunca lo supimos a pesar de que no abandonaba la botella ni para dormir.

Cumplía su labor como maestro con una pasión sin igual. Cada fin de año porque sus asignaciones era rurales y en poblados que eran más bien caseríos, o en rancherías donde suplía todas las deficiencias posibles, desde conseguir sillas y mesitas para los alumnos, desayunos donados por la comunidad y hasta festejos para reparar las aulas o los galerones donde se almacenaban granos y que eran habilitados como salones escolares.

Los meses de vacaciones, entonces teníamos ciclo escolar propio, no apegado a los norteños, y a fines de noviembre, diciembre y parte de enero, veíamos arribar a los cientos de maestros rurales acompañados de sus familias, arrastrando a los chiquillos y con su raquítico menaje de casa.

De alguna forma habría que llamarlo. Eran cobijas, almohadas, sartenes, ollas, cucharas; en fin, lo necesario para que levantaran un vivac revolucionario en corredores superiores de las escuelas que estaban de vacaciones.

Allí hacían su vida durante un par de meses y ocupaban los salones para recibir capacitación, esto es, para cursar los estudios que les permitirían arribar al título de maestro normalista. Los que terminaban curso se paseaban como guajolotes inflados por el centro de Morelia, poblacho con menos de 30 mil habitantes.

Orgullosos, se mantenían en su círculo profesional, con sus compañeros de penurias y de glorias. Por ejemplo, el tío Daniel Barajas Sandoval, a pesar de contar con varias casas a disposición de su familia, no ocupaba ni molestaba a nadie. Sus hijos, con la barriga siempre al aire, correteaban y conocían a otros infantes. Felices, estoy seguro.

Cuando miro esta fotografía algo se me revuelve en las tripas y los ojos me arden. No eran sindicalizados, eran vocacionales y gente extremadamente satisfecha con su tarea. Respetados por la comunidad, eran siempre la voz que primero se escuchaba cuando se registraban conflictos o desacuerdos entre la sociedad.

Otro México, otros mexicanos, orgullosos de serlo.

carlos_ferreyra_carrasco@hotmail.com

Compartir:
Compartir
Publicado por
José Cárdenas