La docencia es una de las actividades más gratificantes del profesionista, desde cualquier punto de vista. Ser maestro es acceder a un nivel de superación personal que implica sacrificio y estudio. Sin estos dos factores no se es maestro. Ser maestro es encontrarse a sí mismo en un salón de clase, muchos años después, y con otra perspectiva. Ser maestro es verse en el espejo de la vida y saber cuánta experiencia hemos acumulado. Es necesario aprender a enseñar. Es necesario estar capacitado para tan elevada misión.
La capacitación de maestros ha sido y es deficiente. Es un caso serio porque afronta el problema más grave de nuestra sociedad; la educación. Este problema que no se ha solucionado ha creado desajustes, como los miles y miles de alumnos que año con año se quedan sin alfabetizar. Por si fuera poco, los egresados de diferentes licenciaturas pasan a engrosar las filas de maestros que actúan, en una gran mayoría, sin saber lo que enseñan, a quienes enseñan y cómo lo enseñan.
En la estructura interna de la organización educativa, la proliferación y la escala creciente de las actividades laborales conducen a una diferenciación de papeles. La importancia de la tarea de aconsejar a los estudiantes y de orientarlos profesionalmente, hace nacer la especialidad de los consejeros no docentes.
Conforme la enseñanza se burocratiza, las relaciones internas se hacen más y más complejas. Las orientaciones de los padres y de los estudiantes han de actuar junto a los medios cada vez más sistematizados, y en este caso inoperantes.
Y, por si fuera poco, el docente enfrenta hoy un problema feroz: si se encara a algún alumno, si lo reprende, y más aún, si lo remite a la oficina administrativa de la escuela, ya mostró su talón de Aquiles y allí enfrentará a los administradores, a los padres de familia, a los derechos humanos. Y bajará la cabeza y aceptará “su” culpa o será separado del plantel. Los medios de comunicación serán convocados y la sociedad se enterará que un profesor violó los reglamentos escolares en perjuicio de un alumno. Así de problemática puede volverse esta preciosa profesión.
Cuando ocurren estas situaciones generalmente son suspendidos para que el centro escolar no vuelva a ser objeto de menciones ominosas en los medios de comunicación. ¿Y el profesor? Bien gracias, o cambiará de escuela en otra entidad, o buscará otro empleo, o se acogerá a su sindicato para que le asignen tareas no docentes, más bien administrativas. Así está la educación hoy en día.
Por otra parte, las universidades y escuelas formadoras del profesorado son instituciones dedicadas a hacer avanzar el saber, porque enseñan, forman y examinan en terrenos intelectuales, científicos y profesionales. Es imperativo recordar que una de las dos necesidades básicas en materia educacional es la preparación del docente. Supongo que miles de estos estudiantes tienen verdadera vocación por la docencia, pero la preparación que reciben es tan inadecuada que los desanima desde los primeros años y no utilizarán toda su capacidad en beneficio del alumno.
Impartir una clase o una cátedra no es solamente pararse frente a un grupo de alumnos, demandar comportamiento y dictar un curso basado en un programa. Hay que tomar conciencia de que se está frente a cincuenta, sesenta o cien inquietudes, y para contestarlas hay que tener agilidad mental para pasar de un cuestionamiento a otro, transmitiendo conocimientos, impartiendo cultura, formando personalidades, enseñando a ser, enseñando a pensar.
Es necesario que el maestro enseñe al alumno a pensar, no únicamente a estudiar. Debe enseñarlo a aprender. Aprender a aprender. Somos seres pensantes y debemos desarrollar nuestra inteligencia para sortear exitosamente las diversas vicisitudes que se nos presentan. No es suficiente la capacidad cerebral que obtiene genéticamente cada individuo. Hay que incrementar esta capacidad, y ejercitarla mientas se viva. Una forma de recibir esta formación, tal vez la más adecuada, es en la escuela de profesores capacitados.
Hoy tengo la suerte de tener contacto, por redes sociales, con más de un centenar de exalumnos preparatorianos dentro y fuera del país. Y es muy gratificante, aunque no nos veamos, sentir el aprecio y el cariño que ha nacido entre nosotros. Y es que desde que compartíamos el salón de clases tuvimos la oportunidad de compaginar nuestros caracteres. Hace muchos años que me separé de la docencia, pero el afecto sigue presente, y seguirá.
Es necesario repetir y repetir: ser maestro es la actividad más honrosa y prestigiada de cualquier sociedad. Quienes hemos tenido la suerte de transitar por ese camino sabemos que no hay satisfacción más grande que despejar una duda, que resolver una inquietud, que encender una luz.
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