En redes sociales y hasta en medios formales hay quienes dicen que nos da gusto a quienes no votamos por López Obrador que su proyecto sufra descalabros, que nos alegramos de sus tropiezos y estamos a la espera del fracaso total de lo que él llama cuarta transformación.
La verdad no lo creo, porque significaría un grave revés para el país y es una realidad que todos perdemos, de hecho en apenas nueve meses hay decisiones que ya le costaron a las familias que se quedaron sin guarderías, que han debido comprar medicinas, a los padres cuyos niños enfermos de cáncer han sufrido por la falta de los fármacos más importantes, los portadores de VIH.
Los combustibles han seguido subiendo y con ello el aumento de los servicios y productos.
El primer aviso de lo que venía, fue la cancelación del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México y la venta del avión presidencial, decisiones que nos cuestan a los mexicanos porque hay que pagar a los inversores del aeropuerto y el avión nos cuesta cada día por la renta del hangar y el mantenimiento cotidiano, de una nave que ni siquiera es propia, porque se trata de un arrendamiento. López Obrador un día sí y el otro también dice que ya no hay avión presidencial, lo cual es una mentira, está en California y con cargo a México.
Adiós a la promesa de abatir la violencia en cosa de meses, por el contrario, en este gobierno a diario se registra aumento en las cifras de asesinatos dolosos, miles de familias han sufrido la muerte de alguno de sus integrantes, las cifras siguen por encima de las que se registraron en los tres pasados sexenios.
Igualmente todos vamos perdiendo con el debilitamiento de instituciones que crearlas le tomaron muchos años al país, en la fila ya están las comisiones de Derechos Humanos, Energía, Medio Ambiente, el IFAI y las amenazas abiertas y veladas contra INE y al Poder Judicial.
Nada de lo anterior me puede dar gusto ni a mi ni a millones de mexicanos a quienes desde la tribuna de Palacio Nacional el primer mandatario divide, denuesta, califica y descalifica. Y no nos puede dar gusto porque nos ha polarizado, nos ha enfrentado de tal manera que las posiciones se van tornando irreconciliables.
La promesa del combate a la corrupción se va tropezando con los Bartlett, Lomelí o los excesos que se vienen perpetrando en Baja California y Veracruz.
Para mi nada de esto es novedad, se fue incubando a lo largo de los últimos 18 años, desde que era Jefe de Gobierno López Obrador dio muestras de su forma de gobernar y decidir ¿ya se les olvidaron los taxis pirata, el crecimiento del comercio informal, el aumento de la violencia, las reservas de información de sus obras principales y desde luego el desafuero, que aunque no le impidió ser candidato sí dio muestras de lo que piensa de la justicia.
Las cosas no van bien, hay pánico de los inversionistas, nadie quiere arriesgar, el empleo está cayendo, el crecimiento está en cero y la economía estancada.
Por eso no nos puede dar gusto lo que está pasando, al país le costó más de 30 años remontar la crisis generada en la docena trágica de los gobiernos de Echeverría y López Portillo que desfondaron la economía con el estado de bienestar con programas populistas y una galopante corrupción.
Hoy México tiene más de 50 millones de pobres que no salen de su precariedad y son producto de las políticas y excesos de los últimos 50 años y en ese lapso no se escapa ningún gobierno, ni los pasados ni el que está en turno.