No paran la violencia y el horror de muerte en los torcidos caminos de La Tierra Caliente, en Michoacán.
El pasado jueves, ocurrió otro rojo amanecer en Uruapan. Aparecieron 19 cadáveres regados en la calle, mutilados, torturados, algunos colgados; mantas macabras como epitafio.
Una masacre así no es casualidad. Había señales previas que nadie supo leer; la estadística registra 73 homicidios dolosos, sólo entre junio y julio.
La barbarie de Uruapan evidencia la guerra a muerte entre los cárteles Jalisco Nueva Generación (CJNG) y los Viagras, de Carlos Sierra Santana y hermanos.
–¿Qué pelean ambas bandas criminales?
–Cuantiosas rentas, fruto del tráfico de drogas sintéticas (metanfetaminas y “crystal”, principalmente) y de la extorsión a los aguacateros, ahora que el fruto está por las nubes.
La bestialidad de Uruapan sucedió con la Guardia Nacional desplegada. Revela que la violencia no será tan fácil de resolver como lo sugería la oferta de campaña del hoy presidente López Obrador. Nos restriega el fracaso de los veinte operativos policiales y militares ejecutados desde hace doce años, cuando el expresidente Felipe Calderón declaró la guerra contra La Familia Michoacana, los Caballeros Templarios y los Zetas, sumidos en pantanos de alianzas y traiciones.
El problema en Michoacán es estructural y de fondo; un verdadero desafío para el nuevo gobierno.
EL MONJE PESIMISTA: Es pronto para esperar resultados de la nueva estrategia oficial que ofrece becas a los jóvenes para apartarlos del crimen, mientras sigan más motivados con la oferta salarial de los mafiosos. Menos parece servir el llamado presidencial a la convivencia, el altruismo, la moral y la fraternidad para frenar la inseguridad y la violencia. La naturaleza humana es más complicada que una prédica bíblica o una cartilla moral.