Carlos Ferreyra
Es una tradición muy mexicana, muy querida y practicada por cierta especie de periodistas ocasionales: cada comienzo de una administración federal, surgen medios de difusión, los que son anotados rápidamente por los jilgueros en turno para que sean beneficiados con las esplendideces del erario.
Hoy, al parecer la presencia constante de tuiteros y feisbuqueros atacantes y defensores a modo, ha reducido las perspectivas de beneficio económico para los periódicos impresos, lo que en forma alguna desanima a los que reparten en forma gratuita sus ejemplares, apoyados en respaldos publicitarios comerciales.
Resulta más fácil aportar algo a un pasquín impreso que se regala, que imprimir, como era tradicional, centenares de miles de folletos con el detalle de los productos en oferta. Así era con los supermercados y otras tiendas de productos variados.
La actual situación no es suficiente para desanimar a quienes creen que un diario encaminado a exaltar las glorias del sistema y el gobierno, les permitirá gozar los beneficios que reportará la ampliación de recursos para destinarlos a la publicidad y al manejo mediático de la información.
Ya lo negarán, pero se creó un presupuesto cinco veces lo que teóricamente estaba destinado a tal rubro en la administración de Enrique Peña Nieto.
Así pues, nace El Soberano, un impreso que abiertamente asume la defensa (explicación, dicen ellos) de la llamada Cuarta Transformación.
Es legítimo, y así lo analiza Rogelio Hernández López, el más calificado comentarista o analista de medios en México, que el naciente medio de difusión declare su filiación gubernamental. Cosa que no han hecho otros que llevan similar línea y como ejemplo más evidente, La Jornada.
Pero no nos pasemos de inocentes. Si fuese un acto de simpatía por un sistema (que no se ha transformado) y por un gobierno (que repite las mismas tarugadas de sus antecesores) sería válido, pero debemos entrar en sospechas cuando ve la luz en momentos en que las maniobras para acreditar a los aquermanes y entes parecidos mediante programas de televisión, han sido evidentemente fallidos.
El periódico tendrá frecuencia de lunes a viernes, pero sábados y domingos tendrá ediciones especiales que lo mismo resumirán las actividades oficiales, que comentarán, analizarán y de hecho, explicarán la marcha de la Nación a los lectores poco avisados y poco aficionados a la consulta de ciertas fuentes.
Visto a la distancia y sin más elementos que las experiencias en este y en otros gobiernos, los medios “oficialmente oficiales” han sido siempre un fracaso. En esta ocasión hablamos de un impreso dirigido a los simpatizantes, o sea, a convencer a los convencidos.
Gasto inútil y poco redituable en términos de simpatía política; se repite una experiencia de Prensa Latina, la agencia cubana que generaba contenidos para quienes simpatizaban con la Revolución Cubana.
En gestión personal, como jefe de la Oficina México Centroamérica, pugné que se intentara introducir ese contenido hacia medios no afines. Se logró parcialmente y hubo en prensa conservadora, Excélsior principalmente, entrevistas y reportajes que además se cobraban. Y el diario los pagaba.
Como medio oficial, El Nacional buscaba clientela entre el grueso del público, sin definir ideologías o simpatías. Algo así como lectores priistas que lo mismo amparaba a los obreros que a los patrones y a los campesinos y sus explotadores, muchos bajo las siglas del llamado sector popular.
Lo anterior no inhibía el surgimiento de periódicos como hongos en temporada de lluvias. El más notorio era un matutino que dirigía Federico Bracamontes (cabramontes, en versión de los reporteros de la fuente presidencial) que sin falta, desaparecía con el sexenio y renacía al arribo del siguiente tlatoani.
En el que marcó una de sus muchas desapariciones, el diario publicó una portada evidentemente mal intencionada pero que el empresario usó para denunciar peligro contra su familia, amenazas de muerte con él…
El diario, un pasquín infame, en primera plana llevaba foto del presidente Gustavo Díaz Ordaz y de un chango del zoológico capitalino. Los pies de fotos cambiados y desde luego que el presidente quedaba en calidad de simio, de antropoide, mientras el cuadrumano inauguraba obras en alguna parte del país.
Desapareció, y tras la nueva elección y llegada del nuevo dador de favores, reapareció. Después de todo era hermano de Luis Enrique, un secretario de Comunicaciones y Obras Públicas de iguales apellidos.
No extrañemos, pues, usos y costumbres a los que está tan apegado YSQ. Bienvenida la prensa ocasional.
carlos_ferreyra_carrasco@hotmail.com