Tres historias. Doscientos veintisiete minutos durante los cuales la quinta (¿y última?) temporada de Black Mirror se extiende. Cuarenta minutos que redundan en explicaciones y preámbulos que podrían ser fácilmente recortables si entendemos que la ficción es conflicto y todo aquello que no suma a la trama, resta. La serie que nos ha hecho imaginar los peores escenarios tecnológicos, la incidencia de los likes dentro de nuestras vidas, la aterradora posibilidad de grabar el mundo desde nuestros ojos o de convertir en robot a nuestro ser amado fallecido, parece dar un giro hacia nuevos horizontes menos oscuros, más realistas y exponencialmente menos interesantes.

Fue un referente dentro de las series de ciencia ficción, cuyo éxito se basó en explorar los límites del uso de la tecnología y las redes sociales. Así como el conflicto bioético se presenta con mayor frecuencia a medida que los avances científicos prosperan, la pregunta que ronda alrededor de las redes sociales y la virtualidad nos llena cada vez más de incertidumbre.

Inevitablemente, las relaciones humanas se han visto atravesadas por el mismo fenómeno que, muchas veces, en lugar de comunicar, incomunican y que, bajo la apariencia de acortar distancias, nos alejan. El miedo último e inconsciente que subyace es el del reemplazo definitivo de la humanidad por alguna forma de tecnología, y las preguntas que forzosamente lo acompaña son: ¿hay algo exclusivamente humano?, ¿somos realmente irremplazables?

La respuesta es que no hay respuesta. Nuestra inmersión absoluta en la contemporaneidad nos impide, aún, poder entenderla por completo y, por lo tanto, predecirla. Sólo basta recordar que imaginaban el año 2000 como un mundo supersónico, donde los autos volarían y, sin embargo, aún seguimos pegados a la tierra y atrapados en el tráfico.

Black Mirror había sido la maestra en el arte de capitalizar este miedo e incertidumbre, y crear ficciones verosímiles y aterradoras que dejaron sin dormir a muchos. La quinta temporada le quita el tinte de futuro apocalíptico, apostando a capítulos largos y entremezclando la ciencia ficción con el drama.

En la época del café descafeinado, el pan sin gluten y la gaseosa sugar-free, llega la última temporada de Black Mirror: deslactosada, light, baja en sodio y también en calidad.

  • El Dato: La serie empezó hace ocho años en el canal británico Channel 4, y en 2016 fue llevada a Netflix. Su incorporación a la plataforma de streaming, le ha permitido experimentar diferentes formatos que no ofrece la televisión.

Fuente: La Razón