Carlos Ferreyra
Una nota perdida en el montonal de noticias falsas, manipuladas, partidistas, características de los medios en la actualidad, afirma que el presidente Andrés Manuel López Obrador ha sido propuesto para recibir el Premio Nobel de la Paz. No hay reacción todavía.
No detalla, en la certeza de que este ha sido el inicio sexenal más cruento de la historia del país, cuáles son los méritos atribuibles para la candidatura. No explica los argumentos bajo los que será la postulación formal.
¡Pas, pas, pas! Es la onomatopeya de un balazo, de tres balazos, que son la característica del fallido inicio de gobierno. Claro que nada tiene que ver con un premio que se adjudica a quienes han luchado por el bienestar y la tranquilidad no únicamente de sus paisanos, sino en el concierto mundial.
La historia, esa bendita historia que nos saca de dudas y problemas: Gobernaba Luis Echeverría y un grupo de corresponsales extranjeros nos reuníamos a tomar café de tipo cubano, en La Calesa, en el 34 de Reforma, debajo de la oficina de Prensa Latina, que entonces dirigía yo.
Por siglas, para no personalizar, acudían corresponsales de EFE, española; de IPS, ítalo chilena o argentina; AFP, gala; AP y ocasionalmente UPI, gringas; Tanjug, yugoslava; los soviéticos, chinos y otros más, lo hacían con gran espaciamiento.
Los habituales además de la discusión diaria por saber quién había ganado tal o cual nota, también intercambiábamos información, o pedíamos el respaldo de algún colega para saber, conocer o contactarnos para cierta investigación de interés para el medio para el que se trabajaba.
La parte divertida, ante la falta de espacios en el extranjero para lo que pasaba en México, donde no pasaba nada que no fuera predecible inclusive elecciones y futuros mandatarios, era la invención de notas que pudieran garantizar un espacio decente en el hilo de las agencias y en las páginas de los diarios a los que se servía.
De hecho, recuerdo dos informaciones armadas y acordadas inclusive en la fecha de difusión. La más aceptada fue la nominación de Luis Echeverría, mandatario mexicano, como Premio Nóbel de la Paz. Versión a la que de inmediato se sumaron las llamadas fuerzas vivas de la nación, que con entusiasmo esperado “lanzaron una campaña para respaldar a tan digna candidatura”.
La otra, la secretaría general de la Organización de Naciones Unidas, en la que el resultado –como advertí, todo era previsible—concitó la suma de organizaciones políticas, sociales, científicas, académicas que como antes, “lanzaron una campaña para respaldar a tan digna candidatura”.
Como sabrá cualquiera medianamente informado, no pasó nada. La base de la información manejada al unísono por los corresponsales extranjeros acreditados en México fue la Carta de Deberes y Derechos de los Estados, un documento que en verdad era magnífico y lo hubiesen tomado en serio en el concierto internacional, si Luis Echeverría no fuese el origen.
Como detalle curioso, lo que demuestra que los mandos del poder nacional se escuchan sólo a sí mismos, fue que en ambos casos y pasados un par de días del lanzamiento de la primicia, en las oficinas de la Presidencia, que encabezaba Hugo Cervantes del Río con el auxilio de Fausto Zapata y Mauro Jiménez Lazcano, fuimos convocados un grupo muy escogido de periodistas extranjeros.
Allí, el secretario de la Presidencia nos hizo partícipes de una confidencia. En ciertos círculos del poder universal, se han manifestado, aunque todavía no abiertamente, en favor del presidente mexicano Luis Echeverría para el Premio Nóbel de la Paz. Era lo que actualmente denominamos trascendido, información sin fuente, pero cierta.
La candidatura al mando supremo de la ONU fue motivo de un boletín informativo en el que se destacaban los apoyos nacionales: los tres sectores del partidazo, los partidos satélites y ciertas instituciones académicas.
Fue todo un espectáculo montado en la desmañanada ingesta de un café estilo cubano, servido por el espléndido mesero Porfirio, cómplice de nuestras maldades y autor de las propias.
Un caso: en un desayuno solitario y sin saber qué pedir, Porfirio me sugirió un bistec a la (Pancho) Cárdenas Cruz, o unas enchiladas (Lorenzo) Yáñez. No recuerdo por qué platillo me decidí.
En la mesa vecina, espalda con espalda, cuatro jovencitas agraciadas y evidentemente caribeñas, luego de escuchar a Porfirio le pidieron una sugerencia para desayunar. Las escuchó y respondió:
“¿Deveras quieren desayunar rico?
“Miren, ¿ven en la esquina aquel letrero que dice Sanborns? Allí hay un restaurante y seguramente van a desayunar muy sabroso”.
Se quedaron con mirada de “no lo creo” por lo que intervine, les expliqué el carácter “jodedor” de Porfirio y les sugerí alguno de los desayunos que prácticamente habían patentado los reporteros de Excélsior que allí hacían escala antes de salir a trabajar.
Les gustó el desayuno, les gustó el tal Porfirio y creo que ya hasta querían llevárselo como guía para su paseo por la capital.
Y todo este rollo, como suelo decir, para recordarles que los premios internacionales no se nos dan, nos cuestan como han sido los recibidos como alcaldes más maravillosos del mundo a Marchelito y a Ternurita.
Pero el Nóbel no se vende, así que…
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