Mañana tendremos otros nombres puede leerse en dos sentidos: en el primero, como una novela contemporánea que disecciona los devenires de Él y Ella, tras una ruptura amorosa, o como la radiografía de una sociedad en la que las relaciones interpersonales se adhieren a las leyes del mercado y las demandas del Tinder, el Instagram, el Facebook…
La novela ganadora del Premio Alfaguara 2019, escrita por el argentino Patricio Pron (Rosario, Argentina, 1975) toma de pretexto un planteamiento sentimental para explorar las realidades de dos personajes —que en todo momento son nombrados como Él y Ella— carentes de identidad propia.
Él, escritor; Ella, arquitecta. Ambos mantuvieron una relación amorosa por años, pero el inevitable final se manifiesta cuando Ella se da cuenta de que el amor no puede llenar sus vacíos. Ni los propios, ni los de otra persona. Sobre su relación pesa esa loza existencialista y hueca que Zygmund Bahuman deconstruye en Amor líquido.
El capitalismo contemporáneo los destruye silenciosamente. Sin piedad, pone frente a ellos una nueva reconfiguración del deseo, de lo que significa el amor, la propiedad y la era de los social media.
La volatidad y fragilidad de las relaciones actuales son ligadas a una era en la que predomina el amor por sí mismos, el cambio de roles y las relaciones promiscuas. Pron se adentra y explora los vínculos del deseo, la propiedad y las expectativas incumplidas del amor romántico.
La gran urbe de Madrid sirve de telón de fondo. En el escenario, cada parte decide reconstruir su vida en solitario, prescindiendo del Otro, esquivan las emociones profundas e inexplicables que surgen cuando ya no hay un Otro y se refugian en sus propias vidas; en sus teléfonos celulares, cada uno se aproxima a lo público desde lo privado, exponiéndose a consejos y remplazos efectivos.
“Desde luego hubiese sido mejor que Ella no lo dejara, pero eso ya había sucedido y Él había descubierto, repentinamente, que no sabía cómo seguir adelante, que Ella se había llevado, también, las instrucciones para hacerlo”, se lee en Mañana tendremos otros nombres, donde los personajes utilizan nuevas tecnologías para hallar pareja, como Tinder.
La historia ganadora es una exploración generacional sobre el cambio de las relaciones, la tecnología y nomadismo sentimental.
El autor estará de visita en México para presentar su novela el próximo 23 de mayo a las 19:30 horas en Casa Lamm, Salón Tarkovsky, acompañado de Gabriela Warketin y Guillermo Arriaga.
CAPITULO 1
Una línea de luz había ido deslizándose por el suelo hasta alcanzar el montón de hojas de papel. Eso significaba que uno de los últimos días de ese verano estaba terminando, o comenzaba, Él ya no lo sabía.
Durante una época solía jactarse de que podía dormir siempre y en todos los sitios, sólo tenía que cerrar los ojos y un instante después el mundo diurno terminaba. Pero en ese momento llevaba dos días sin dormir, y se preguntaba si alguna vez recobraría esa capacidad suya.
Las hojas de papel se habían ido acumulando a sus pies en las últimas horas; habían caído más o menos cerca dependiendo de la fuerza con la que Él las había arrancado y arrojado. Ya no sabía si había comenzado ese día o el anterior, pero la idea le había parecido magnífica: arrancaría una de cada dos hojas de todos los libros que quedaran en el apartamento y después volvería a ponerlos en su sitio, como si nada hubiese pasado.
Ella se había llevado sus cosas cuando Él estaba fuera pese a que le había pedido que lo hiciera en un momento en que ambos estuvieran en la casa. Pero Ella —que siempre había sabido más y mejor qué era lo que a Él le convenía, o lo que más se adecuaba a su naturaleza— había querido ahorrarle la escena —y de paso ahorrársela a sí misma, por supuesto— y se había llevado sus cosas en su ausencia.
¿Quién había dicho que el amor es un ladrón silencioso? No podía recordarlo ni le importaba. Ella no se había llevado todas sus cosas, sin embargo —Él suponía que no tenía aún dónde ponerlas—, y había dejado sus libros junto con los suyos, en las estanterías del apartamento.
A Él la idea de compartir la biblioteca no le había parecido la mejor ni la más conveniente, no por una sensibilidad excesiva frente a la propiedad privada —aunque, desde luego, solía ser muy celoso de sus cosas—, sino más bien debido a que sabía que tenía una cierta compulsión a quedarse con los libros de los otros. No era un ladrón, por supuesto. Pero había notado que en un par de rupturas anteriores se había hecho sin quererlo con libros que habían pertenecido a sus novias. No muchos, ni siquiera los que ellas le habían regalado —y que, tiempo después, le habían hecho pensar que nunca lo habían conocido realmente—, sino libros que habían sido de ellas y que Él nunca les había devuelto.
Fuente: Contra Réplica