Carlos Ferreyra
Me había prometido no ocuparme del señor mandatario durante algunos días. Un proceso de desintoxicación indispensable ante el cúmulo de atrocidades a las que se enfrentan los medios de información a diario y a partir de las 06:30 de la madrugada.
Pero se me ocurrió el domingo visitar el Parque México, al que tenía muchos meses de no visitar. Como es público, ese centro de diversión ha sido acaparado hace tiempo por los dueños de toda suerte de satos que, según pude apreciar, al parecer se han ido civilizando y por lo menos ya recogen las heces caninas.
Como novedad, pude observar cómo entrenan a los criminales a los que posteriormente les entregarán un vehículo mayor. Niños de doce, trece años, que se lanzan a toda velocidad entre la gente de deambula en los corredores del parque, muchos ancianos, algunos impedidos físicamente que usan auxilios para movilizarse.
Los criminalitos en potencia usan las patinetas eléctricas que puede ser que en calle abierta sostengan una velocidad adecuada parea no entorpecer la circulación de otros vehículos, pero entre paseantes y sillas de ruedas, gente con andaderas o muletas, me parece que buscan una tragedia que dividirá a los testigos, la mayoría en favor del deporte de atropellar a quien no tiene derecho a caminar sin ligereza, sin agilidad y sin aguzamiento de los sentidos para evadir a los bandoleritos.
Y no es todo, naturalmente, también está el alquiler de unas motos feas, de llantas como salvavidas de alberca popular, tripuladas aquí sí, por personas de mayor edad física pero no mental. Se comportan como los criminalitos y van luciendo su destreza al evitar atropellamientos.
Al verme rodeado de toda suerte de canes me llevó a meditar cuál será el concepto de YSQ cuando impone a sus seguidores el mote de solovinos. Eso, en referencia a que le han llegado solititos, sin convocatoria por medio- me parece un sobrenombre de escasa calidad, despectivo e inmerecido por los truculentos izquierdosos que corren tras don Peje.
En esas iba cuando crucé a la otra mitad del parque y vaya susto. A lo largo de la rúa, sin un centímetro de tregua, jaulas, corralitos, puestos como de venta de enchiladas pero… repletos de perros.
En esa parte venden ropa para los animalitos, que los hay enormes, medianos, infinidad de pequeñajos, verdaderas obras maestras de la degeneración canina. Monstruitos que replican en enano sus razas originales.
Y se me vino a la mente algo más: después de los solovinos, el mandatario en una de sus actuaciones en el teatro del Palacio Nacional hizo referencia a quienes reciben subsidios o apoyos de otra índole de parte de su gobierno. O dice que reciben porque la verdad será cuestión de revelarla en ocasión propicia.
A los pobres, como a las mascotas, no hay que mandarlas a que busquen su comida, es la teoría expresada por López Obrador. Y en esa tesitura se recuerda a uno de los clásicos de la izquierda que dijo, como crítica, que no es bueno enseñar a pescar, sino lo mejor es darles un pescado al día.
Con ese método se les mantiene en la molicie, sin ánimo de aprender a trabajar. No es necesario, el Estado proveerá, sólo hay que volverlo a elegir. Conclusión: los animalitos, las mascotas, serán mantenidas como votantes, aunque al país se lo lleve Candingas.
Lo anterior me llevó a otra consideración: primero fue la supresión del lema de “Sufragio efectivo; No reelección” en un documento oficial. Una oficina de prensa se culpó de tal idiotez, pretendiendo que aceptemos que tiene poder para tomar decisiones de tal gravedad política.
Se vinieron en sucesión hechos que han culminado con la pretensión de una consulta popular para la revocación de mandato, pero coincidente con las elecciones intermedias, las que al conjuro del nombre López Obrador, garantizarán que su poder se incremente en los congresos, federal y estatales.
Luego de eso, reelección, continuidad, ampliación de mandato o como se quiera nombrar. El pueblo bueno es sabio y nunca se equivoca.
Del norte observan con atención el proceso y están de plácemes. El presidente de México, que se apoderó del Palacio Virreinal del zócalo porque Los Pinos le parecían poca cosa, obedece y asiste a la casa de un particular a recibir comentarios –no quisiera decir instrucciones; me duele—de un sujeto que ni siquiera es funcionario yanqui, es sólo el correveidile de su suegro.
El canciller se entera poco y mal del hecho del que nadie pide su opinión, pero además porque debe cumplir con el encargo de ir al Vaticano para entregarle una misiva con reclamaciones al Papa que ni siquiera la acepta, la deriva a uno de sus ayudantes.
El canciller, ante el desaire que se complementa con el rechazo del Papa a asistir a las fiestas del Bicentenario de la Consumación de la Independencia, advirtiendo que él no participa en actos políticos. Ebrard, el correveidile le sopla al oído a su jefe que el purpurado elogió ampliamente su gobierno y que pensará antes de decidir.
Total: un desastre que obliga a ocuparse de lo que parece que nadie se preocupa. Gobierno sin pies ni cabeza (bueno sí; una blanca, pero sin contenido interior) con advertencia de que no molestaremos a los vecinos del norte, a pesar de que ellos comenzaron a molestarnos: cerraron la mitad de los carriles de paso en la frontera, causando una tragedia a quienes viven acá, pero trabajan allá.
Mientras, vendamos libros, rectifiquemos la historia, y empoderemos a quien podría significar la sucesión. Bien por Beatriz, la escritora.
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