La ola de violencia que ha afectado al país por muchos años continúa creciendo. La reciente masacre en Minatitlán, Veracruz, el asesinato violento de dos mujeres en Comalcalco, Tabasco o el asesinato de Rosario Fabián en la Ciudad de México son algunos muy tristes ejemplos de la situación por la que hoy atraviesa nuestro país. La cifra oficial de homicidios dolosos en este primer trimestre del año -que no incluye los que acabo de mencionar-, fue de 7,542. Llevamos tantos años escuchando números tan altos de violencia que considero que hemos perdido perspectiva. En este sentido, por ejemplo, los ataques terroristas del 11 de septiembre en los Estados Unidos cobraron la vida de alrededor de 3,000 personas, menos de la mitad del dato de homicidios en México de enero a marzo de este año.
Considero que ya es no es momento de culpar, sino de actuar. Claramente no es culpa de nuestro presidente. Es claro que es una situación que heredó del sexenio anterior. Por lo mismo, considero que fue una de las razones por las que una proporción muy alta de la población votó por Andrés Manuel López Obrador. El problema sin duda es muy complejo. Tan es así, que llevamos ya muchos años con el problema, sin poderlo resolver. Creo que nuestro presidente ha identificado y más importante aun, ha reconocido los síntomas del problema. El comportamiento de la violencia guarda una correlación alta con la falta de crecimiento económico y la corrupción. ¿Será que esta triada de variables correlacionadas describe el modelo causal de la violencia en nuestro país? Es bien sabido que la identificación de síntomas es una condición necesaria para llevar a cabo un diagnóstico certero. Sin embargo, no es condición suficiente. Una parte integral del diagnóstico es entender qué está causando los síntomas identificados y cómo, para así poder llevar a cabo las acciones necesarias para atajarlos.
Uno de mis profesores de econometría (David Bessler) utilizaba un ejemplo de salud pública para ejemplificar los problemas de política pública en los que se podía incurrir, cuando no se tenía clara la estructura causal del problema. El punto de partida del ejemplo era la máxima estadística de que “la correlación no significa causalidad”. Así, el problema de salud pública se describía con tres variables: (1) el hábito de fumar cigarrillos de tabaco; (2) tener una color amarillento en los dedos; y (3) desarrollar cáncer de pulmón. Las tres variables guardan una correlación alta y positiva entre sí. En este sentido, todos sabemos hoy en día que la estructura causal es la siguiente: Fumar puede causar dedos amarillos y fumar puede causar cáncer, sin embargo, todos sabemos que aunque exista una correlación alta entre tener dedos amarillos y desarrollar cáncer de pulmón, tener los dedos amarillos per se no es causa cáncer de pulmón. Si el encargado de diseñar e instrumentar las políticas públicas desconociera la estructura causal, podría decidir asignar recursos para aplicar una política que no resuelva el problema.
Se le encargaba a una persona diseñar e instrumentar políticas públicas para disminuir los casos de cáncer de pulmón, de manera preventiva. Esta persona no conocía la estructura causal del problema, pero recibía recibía la siguiente información: Existe una correlación alta entre la gente que presenta dedos amarillos, con la que fuma y con la que desarrolla cáncer de pulmón. Con esta información aparentemente solo hay dos causas del cáncer de pulmón: (1) Fumar; o (2) tener los dedos amarillos. Las políticas publicas que podrían diseñarse serían: (a) Tratar de influenciar que la gente deje de fumar o de plano, prohibir el cigarro; o (b) asignar recursos para repartir cremas que quiten el color amarillo de los dedos. Si se instrumentan las dos políticas, el resultado será positivo y disminuirá el desarrollo del cáncer de pulmón. No obstante lo anterior, instrumentar políticas sin conocer la estructura causal estaría causando ineficiencias en el uso de los recursos, i.e. el gasto en las cremas es innecesario.
El problema más grave es que a veces se decide por la política que ataca los síntomas de manera más visible. En este caso, sería solo instrumentar la repartición de cremas ‘blanqueadoras’ de dedos. En ese caso, desafortunadamente se gastarían muchos recursos y no se disminuiría el desarrollo de cáncer de
pulmón. Lo más grave es que toma mucho tiempo ver si las políticas instrumentadas tienen un efecto y eso hace más costoso el problema.
Utilizando el ejemplo de mi profesor de econometría, considero que lo que se ha hecho en las administraciones anteriores para atajar el problema de los homicidios dolosos en México es atacar los síntomas. A veces es necesario y urgente, pero no se pueden dejar de lado las políticas estructurales para realmente resolver el problema de largo plazo. En mi opinión, si no resolvemos el problema de impunidad (fumar), no resolveremos ni el de corrupción (dedos amarillos), ni el de homicidios dolosos (cáncer), ni el de crecimiento económico (otro tipo de cáncer). Es urgente mejorar tanto los procesos de persecución del delito -que podría darse con la recién creada Guardia Nacional-, pero también la parte procesal de procuración y administración de justicia, aumentando el número y mejorando la calidad de los ministerios públicos y jueces, así como la infraestructura carcelaria.
Twitter: @G_Casillas
* El autor es director general adjunto de Análisis Económico y Relación con Inversionistas de Grupo Financiero Banorte y presidente del Comité Nacional de Estudios Económicos del IMEF.