Al presidente de Brasil, el ultraderechista Jair Bolsonaro, no le alcanzó la promesa de romper con la “vieja política” de izquierda, heredada por Luiz Inàcio Lula da Silva, y destrabar la economía en los primeros meses de su gobierno, marcados por batallas internas y errores administrativos que afectaron su imagen y pusieron en duda las reformas que planteó en campaña.
El nivel de popularidad del exmilitar, que en enero era de 67 por ciento, bajó a 51 puntos en marzo, el peor registrado por un presidente en su primer mandato, en sus primeros tres meses de gestión.
De acuerdon con Datafolha, en abril, 30 por ciento de brasileños consideró su gestión “mala” o “pésima”, lo que supone la peor calificación para un presidente electo, tras los primeros 100 días, incluso desde la redemocratización del país, en 1985.
En un periodo similar, el expresidente Fernando Collor tenía 19 por ciento de desaprobación; Fernando Cardoso, 16, Luiz Inàcio Lula da Silva, 10, y Dilma Rousseff, apenas 7 por ciento.
Aun así, y según los datos de Datafolha, 59 por ciento de los consultados considera que Bolsonaro hará una gestión buena u óptima.
El apodado Trump tropical, debido a su admiración por el presidente de EU, ya implementó algunas de las promesas de campaña, como la autorización de la posesión de armas o el lanzamiento de un paquete de privatizaciones.
Bolsonaro ganó las elecciones gracias al apoyo de comunidades evangélicas, cada vez más importantes en el país. Su lema, “Brasil por encima de todo y Dios por encima de todo”, hace eco de la relación que hace entre política y fe.
Damares Alves, ministra de Mujer, Familia y Derechos Humanos, es una de las figuras que describen el rumbo que Bolsonaro quiere para el país en este sector. La pastora evangélica quedó en el centro de la polémica apenas dos días después de asumir el cargo, por la difusión de un video en el que anunció “la llegada de una nueva era a Brasil”, en la que “los niños visten de azul y las niñas visten de rosa”.
La declaración va en línea con su rechazo a la “ideología de género”. Más allá de las palabras, a través de un decreto, Bolsonaro excluyó del Ministerio de Derechos Humanos a organismos encargados de políticas orientadas a la comunidad LGBT, que dejó de figurar como sujeto de protección.
En la ejecución de otra de sus promesas, 15 días después de llegar al poder, Jair Bolsonaro firmó el decreto que flexibilizó la tenencia de armas. La medida modificó el Estatuto de Desarme que establecía límites al acceso. También amplió de cinco a 10 años la validez del permiso de posesión.
En otro hecho destacado en 100 días de gobierno, el presidente pasó ausente casi 20 por ciento de este lapso, luego de que en enero pasado regresara al hospital para someterse a una operación en la que le retiraron la bolsa de colostomía que tenía desde el ataque que recibió en campaña, en septiembre de 2018. El procedimiento fue exitoso, pero después padeció fiebre y vómitos, al final fue diagnosticado con neumonía. El mandatario recibió el alta hasta el 12 de febrero, mucho después de lo previsto.
El pasado 20 de febrero se presentó ante el Congreso brasileño la reforma previsional, piedra fundamental del programa económico del mandatario ultraderechista. El plan establece una edad jubilatoria mínima de 62 años para las mujeres y de 65 para los hombres (actualmente no hay un mínimo), y exige 40 años de contribución para acceder a una pensión completa, ahora son 35.
Bolsonaro demuestra serias dificultades para construir y liderar su coalición. En parte, debido a su discurso antipolítico, pero más aún por su inhabilidad política para generar consensos.
Fuente: La Razón