Cuando un gobierno anuncia una nueva política económica que los participantes de los mercados no anticipaban, normalmente se observa un movimiento en el nivel de tipo de cambio, entre otras variables financieras. Cuando se percibe que dicha política abonará a un futuro más promisorio de un país, normalmente la moneda local se aprecia con respecto a una divisa de referencia, generalmente el dólar de los Estados Unidos. Por el contrario, cuando se pronostica que no se va a instrumentar algo que mejore las condiciones macroeconómicas de un país o que va a generar mayor incertidumbre al respecto, la moneda local pierde valor con respecto al dólar. Esa es la manera en como una gran parte de la población a nivel global evalúa si un gobierno está teniendo o no una buena gestión. “Es simple sentido común”, me decía el otro día una persona con la que sostenía una plática.
No obstante lo anterior, considero que ver el comportamiento del tipo de cambio bajo esa arista solamente, enfrenta un cierto grado de miopía. En mi opinión, estas frases simples que parecen ofrecer una explicación muy precisa para describir una realidad a partir de ciertos sucesos, es el uso más puro del ‘sentido común no documentado’, como bien comenta Carlos Elizondo Mayer-Serra. De hecho, considero que los políticos de corte populista son maestros en el manejo de esta concepción colectiva de ciertos fenómenos. En este sentido, volviendo al tipo de cambio, cabe señalar que existen otros dos aspectos que juegan un papel altamente relevante en la dinámica de los tipos de cambio: (1) Los sucesos que afectan a la otra moneda del par de divisas al que se hace referencia en el tipo de cambio; y (2) el hecho de que al ser dinero, las divisas pagan cierta tasa de interés.
En cuanto al primer tema, hablamos del dólar per se. En los últimos seis meses el dólar ha tenido un comportamiento que daría celos a la montaña rusa más salvaje. En noviembre del año pasado el dólar se continuaba fortaleciendo ante la mayoría de las divisas debido a la expectativa de que el Banco de la Reserva Federal de EU (Fed) no solo iba a continuar instrumentando un ciclo de política monetaria restrictiva, sino que además, ya había aumentado la velocidad de los incrementos. Sin embargo, la amenaza de una posible recesión económica hacia delante, en ausencia de presiones inflacionarias, hizo que el Fed diera un vuelco de 180 grados en su retórica, en diciembre del año pasado, enviando un mensaje acomodaticio. Así, los participantes de los mercados financieros comenzaron a pronosticar no solo que el Fed ya había parado su ciclo de alza de tasas, sino que ahora era probable que pudiera recortarlas en algún momento. Esto depreció al dólar contra la mayoría de las divisas. Así, una buena parte de este año, la debilidad del dólar ha explicado el ‘buen’ comportamiento del tipo de cambio peso-dólar y no el peso por sí mismo, que no ha dado razones para fortalecerse. Si bien esto lo había comentado con anterioridad (“El aparentemente sorpresivo comportamiento del tipo de cambio”, 29 de enero), el dólar ha continuado observando un comportamiento muy errático, en línea con los cambiantes mensajes que han enviado los diferentes miembros del Comité de Operaciones de Mercado Abierto del Fed (FOMC).
Así, existe otra razón muy importante por la cuál el tipo de cambio peso-dólar ha observado cierta estabilidad: El diferencial de las tasas de interés. La tasa de política monetaria del Banco de México se encuentra en un nivel de 8.25 por ciento, ubicándola como la más alta en los mercados emergentes, que no enfrentan crisis (e.g. Argentina, Turquía). Ya sea tanto a nivel nominal -como tal-, como a nivel real –‘restando’ la inflación-, estar invertido en pesos ofrece una muy rentabilidad muy atractiva, relativa a las otras divisas emergentes. Como comenté en este mismo espacio, la semana pasada, nuestro 8.25 por ciento se compara con 6.5 por ciento en Brasil, 4.25 en Colombia, 3.0 en Chile, 2.75 por ciento en Perú y 2.375 por ciento en los Estados Unidos, que aunque no es emergente, es el país de referencia en torno al par de divisas que forman nuestro tipo de cambio peso-dólar. Así, un diferencial tan alto entre la tasa de interés
que ofrece nuestro peso mexicano con respecto a las demás, no permite que peso reaccione a la realidad económica de nuestro país.
La idea de adoptar un régimen de tipo de cambio flexible es que esta variable sea la que absorba los choques, en lugar de que sean las variables reales, como el crecimiento económico o el empleo. Como un coche que tiene un desafortunado accidente topando con otro automóvil, es preferible que el golpe sea absorbido por las defensas y no por los ocupantes del vehículo. Así, en el caso de que emerja un problema en un país, por ejemplo, es preferible que el tipo de cambio fluctúe y la divisa de ese país se deprecie, ajustando así el valor de dicha economía a las nuevas circunstancias. Con el movimiento del tipo de cambio -que es un solo precio-, se ajustan todos los precios de una economía con respecto al mundo. Esa es la gran importancia del tipo de cambio y del por qué es muy conveniente que flote y se le permita reflejar la condición económica del país.
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Le dedico esta columna a mi querido amigo Luis Ramón Carazo, quien acaba de transitar por un procedimiento quirúrgico delicado, a quien deseo una muy pronta recuperación, de todo corazón (literal). Fortes fortuna adiuvat.
Twitter: @G_Casillas
* El autor es director general adjunto de Análisis Económico y Relación con Inversionistas de Grupo Financiero Banorte y presidente del Comité Nacional de Estudios Económicos del IMEF.