Seis días después de un apagón que dejó a los venezolanos en la oscuridad y la desesperación, finalmente este jueves regresó la luz a Venezuela. Pero la vida sigue llena de dificultades. Los estragos dejados por la falta de energía incluyen una estela de negocios saqueados y destruidos, problemas para acceder al transporte público o retirar dinero en los bancos. El gobierno ordenó reanudar las actividades laborales pero no es tan fácil. El país quedó colapsado.
«Ya hoy comenzamos a trabajar con normalidad», cuenta Maily Torres. Tiene un negocio de artículos de limpieza. Pero es una de las pocas afortunadas. A su alrededor, en el bulevar de Sábana Grande, una zona comercial de Caracas, otros locales siguen cerrados. cerrados.
«La venta ha estado flojita. Es normal después de una crisis de esta magnitud, porque la gente no va a comprar zapatos cuando lo que está buscando es agua y comida», explica Carlos Zúñiga, encargado de una zapatería.
Las colas frente a los bancos se repetían en distintos puntos de la capital y su periferia, donde viven 6 de los 30 millones de habitantes del país petrolero.
El apagón sorprendió a Maily cuando volvía a su casa en la barriada popular 23 de enero; allí, el servicio eléctrico comenzó a restablecerse el lunes pero aún no llega el agua.
El metro de Caracas, que moviliza a unos dos millones de pasajeros diariamente, restableció su servicio, aunque mantenía un tramo cerrado en su principal línea. Habilitó colectivos para trasladar a sus usuarios desde las estaciones donde se interrumpe el recorrido.
«La cosa estuvo ruda. Ni agua, ni luz, y ahora nos salen estas colas», lamenta un empleado hotelero Eriberto Urbina, vestido con traje y corbata, mientras hace una extensa fila para tomar un colectivo.
A esto se suma, la realidad crónica de Venezuela: la lucha contra la hiperinflación.
“Trueque” se lee en un cartel simple en el puesto de Angélica Monasterios en Cupira, una ciudad en la ruta principal al este de Caracas. Su sobrina pintó el cartel a comienzos de febrero, después que la inflación ascendiera en espiral y el efectivo desapareciera.
“También aceptamos dólares y euros”, dijo con una mueca, sentada junto a hileras de obleas caseras de yuca, la especialidad de la ciudad, bolitas de cacao puro, cultivado en las cercanías y juguetes tallados a mano.
Venezuela tiene las reservas de petróleo más grandes del mundo, y en un tiempo, fue uno de los países más ricos de América Latina, pero su economía fue arrasada por años de inflación galopante. Y el apagón devastador empujó al país al borde del colapso.
Venezuela ingresó oficialmente a la hiperinflación a fines de 2016, y ahora ha soportado uno de los aumentos de precios a velocidades siderales más prolongado en el mundo, de acuerdo con Steve Hanke, profesor de economía aplicada en la Universidad Johns Hopkins y uno de los expertos líderes mundiales sobre el fenómeno.
Hanke registró 58 episodios históricos de hiperinflación en el mundo, y dice que el de Venezuela es el cuarto más prolongado. Eso no significa que haya un final a la vista. El episodio más prolongado que Hanke ha registrado, en Nicaragua, hace aproximadamente tres décadas, duró casi cinco años.
La imagen estereotipada de la hiperinflación, es la de los ciudadanos corriendo a los comercios con el dinero en efectivo trasportado en carretillas. Sin embargo, en Venezuela, mientras cae el valor del dinero, también cae la capacidad de tenerlo en mano.
Los billetes de los bolívares cada vez son más escasos, probablemente porque el efectivo en sí mismo es una de las cosas por las que Venezuela está luchando para pagar. La casa de moneda del gobierno no funciona más, por lo tanto, recibe los billetes desde el exterior, y los fabricantes esperan que les paguen con algo que no sean los billetes que se devalúan cada vez más rápido de lo que se producen.
Hay pocas cosas en Venezuela para las cuales es indispensable el dinero en efectivo, como los boletos de colectivo y los insumos en áreas muy remotas, porque para casi todo lo demás, la gente encontró una solución.
Los venezolanos usan el trueque, dólares y, si hay luz, transferencias electrónicas, tarjetas de débito e incluso criptomonedas para reunir el dinero que necesitan para sobrevivir. A veces pueden pasar semanas sin tocar billetes.
Antes del corte de luz, la mayoría de las personas en las áreas urbanas se valían de las transferencias electrónicas y las tarjetas de débito para hacer los pagos, con lo cual, quienes no poseían una tarjeta o banca electrónica quedaron peligrosamente vulnerables.
El apagón devastador del jueves de la semana pasada solamente aceleró la dolarización no oficial progresiva en Venezuela.
Con los cajeros automáticos y lectores de tarjetas inutilizados, muchos hoteles y comercios ahora solo aceptan dólares. En un supermercado en el distrito adinerado de Chacao, los guardias de seguridad rechazaron a clientes que no tenían la moneda estadounidense para pagar.
“Toda esta perorata del gobierno acerca del imperialismo estadounidense, y ahora tenemos que usar dólares”, dijo Celina Bareto, cuya hija estaba adentro comprando verduras con unos pocos billetes de dólar que tenía en su casa.
Otros sin dólares no tuvieron tanta suerte. “Tengo algunos dólares ahorrados en casa”, dijo Trina Cedeño, publicista que intentaba comprar alimentos para su esposo y su hijo pequeño. “Pero los ahorraba para una emergencia, no para comprar comida”.
La inflación ha dificultado el equilibrio, incluso con los dólares. “A veces, compro un kilo de carne a 10.000 bolívares, lo vendo en el comercio a 14.000, luego vuelvo para reponer stock y el costo mayorista es de 15.000”, afirmó. “No se puede seguir así”.
Los fenómenos de aumento de precios son un problema incluso para los economistas que desean estudiarlos, porque los sistemas para medir la inflación en una economía normal dejaron de funcionar.
Fuente: AFP y The Guardian