Agronoticias

Roma de Cuarón y la cultura alimentaria de México

Publicado por
Aletia Molina

En esta temporada de premios, Roma ha arrasado en las entregas internacionales como una de las mejores películas del año. Algunos de los valores estéticos sobre los que más se comentan en esta obra personal de Cuarón son los que conciernen a la fotografía y al diseño de arte. Además, existen elementos de la cultura alimentaria de México que es pertinente analizar.

A lo largo de la película, encontramos referencias a la cultura alimentaria que van más allá del imaginario de los platillos que vienen a la mente cuando hablamos de comida mexicana. Un arroz con carne y ejotes para la comida diaria, un gansito, menús de restaurantes de playa que citan tostadas de cebiche, quesadillas con camarón, cacahuates y semillas en puestos callejeros, jugos hechos con fruta fresca, tortas de pavo, canastos con frutas en la cocina, huevo tibio y hasta cereal de Choco Krispis, té de manzanilla para referirse a la infusión de manzanilla. Todos estos elementos están ahí como parte de la cotidianeidad de una familia clasemediera de Ciudad de México. Más allá de los alimentos icónicos por los que se define la forma de comer de los mexicanos —como, por ejemplo, el mole o los tacos—, más allá de lo que se considera tradición, este repertorio de alimentos nos hace pensar en la cotidianeidad, en lo que cada uno desayuna, come o cena en el marco de la alimentación familiar. Y aunque estos alimentos pueden coincidir o no con lo que se come en otras culturas, en un conjunto dan un panorama acerca de cómo la cultura alimentaria abarca algo más que los platillos típicos o tradicionales.

Además de lo que se come, es esencial entender el cómo se come y con quién se come. Por ejemplo, el close up en el que un niño llena de limón su platillo que parece contener carne, ejotes y arroz habla de un modo que algunos mexicanos se atribuyen como algo muy propio, que es el de poner limón a todo. Además, existen elementos del paisaje alimentario urbano que son imposibles de negar al hablar de la vida en la ciudad: puestos callejeros de jugos, anafres y vendedores ambulantes de semillas y cacahuates. El esparcimiento de dos empleadas domésticas es retratado con paseos al centro histórico y una torta de pavo, de ésos que puede encontrar quien se adentra por las calles del centro histórico de Ciudad de México. Además, el lenguaje coloquial con el que los mexicanos integramos aspectos culinarios a expresiones idiomáticas está presente en frases como aquella que lanza el novio de una de las dos empleadas al encontrarlas en el local de tortas: “¿Por qué tan solitas comiendo tortitas, las tortitas?”, para referirse con picardía a ellas y a lo que comen.

Uno de los anuncios más trascendentales que una madre de familia hace a sus hijos se da en medio de una comida en una de esas palapas con antojitos del mar que muchas familias de clase media visitaron durante la infancia. No es coincidencia tampoco que un anuncio que cambia su vida se haga así, en medio de la comida, en un lugar público: la vida sentimental de muchos de nosotros transcurre entre tragos y bocados. La comida es el mejor vehículo para pasar el mal rato, o bien para celebrarlo. La comida es, entonces, un poderoso elemento que sirve también para contar historias. (El Economista)

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Aletia Molina