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Regular los romances de oficina, un intento condenado al fracaso

Publicado por
Aletia Molina

El otro día estaba en una sesión de entrenamiento grupal sobre cómo manejar el nuevo sistema telefónico en línea del FT, cuando hubo un momento embarazoso de confusión.

Todo iba bien hasta que la entrenadora solicitó el número del móvil de uno de los asistentes para mostrarnos cómo marcar una línea externa.

Un colega masculino sacó su teléfono. Mientras leía su número, la entrenadora comenzó a sonreír. Cuando terminó, ella se dirigió a la habitación y exclamó: “¡Uy! ¡Señoras!”

Al principio nos miramos confusos. Finalmente, nos dimos cuenta de lo que quería decir: ¡las mujeres en la habitación ahora podían llamar a este hombre para hacer una cita!

Algunos pusieron los ojos en blanco; otros reaccionaron con risas nerviosas. La entrenadora siguió rápidamente con su explicación. Fue la peor broma que había escuchado en mucho tiempo; fue casi tan incómoda como nuestra confusa reacción. Todo fue un sorprendente recordatorio de lo raro que es escuchar que alguien se burle de las convenciones de la vida laboral moderna.

Hacía mucho tiempo que no había escuchado una broma sugerente sobre las relaciones románticas en la oficina.

Esto sin duda tiene que ver más conmigo que cualquier otra cosa, aunque también podría tener algo que ver con mi oficina. El FT siempre ha sido un lugar relativamente serio y diferente. Todavía recuerdo el día en que un colega me contó sobre una reunión de noticias que había sido tan silenciosa y pensativa que las luces de detección de movimiento en la habitación se habían apagado.

Eso fue hace algunos años y las cosas se han relajado desde entonces, aunque sólo hasta cierto punto. Sentí una punzada de compasión por la entrenadora. Ella, sin saberlo, había entrado en aguas desconocidas y conforme se acerca el 14 de febrero, está claro que no está sola.

Éste es el segundo Día de los Enamorados desde que surgió el movimiento #MeToo en 2017, pero por lo que puedo ver, la gente está más confusa que nunca sobre lo que constituye el comportamiento aceptable en la oficina.

La otra semana, vine a trabajar vestida para una cena de negocios. “Bonita falda”, dijo un colega que conozco desde hace años, cuya cara luego se alarmó mientras tartamudeaba: “¿Todavía puedo decir eso?”

Le dije que claro que sí. Era claramente un cumplido inofensivo y, francamente, un comentario bienvenido conforme me acerco al descenso de dignidad de la mediana edad. Sin embargo, cuando les conté a otras colegas sobre el encuentro, se desató un debate complejo y bizantino sobre la diferencia entre los elogios inocentes y los comentarios ofensivos.

Una mujer dijo que estaba bien admirar una prenda de vestir, pero no una parte del cuerpo. Otra pensaba que era mejor ser más cuidadoso y simplemente decir que un color o estilo “se adapta a ti”. Alguien más dijo que incluso esto probablemente iba demasiado lejos, especialmente si un jefe felicitaba a un subordinado.

Al final hice un voto privado de no decirle nada a nadie, nunca.

Si el vestuario puede generar tanta controversia, no es de extrañar que los romances de oficina ocupen otro nivel.

No conozco a nadie que trabaje para una empresa con uno de esos “contratos de amor” que requieren que los empleados le informen a un superior que están en una relación consensual.

Este tipo de contrato de trabajo no es más que una protección legal onerosa. Además, está condenado al fracaso. Conozco a muchas parejas casadas que se conocieron en el trabajo. Todas mantuvieron, o intentaron mantener, sus relaciones en privado, hasta que estuvieron seguras de que la relación iba a durar. No puedo imaginar a ninguna de estas personas informándole a un gerente primero sobre su relación.

Dicho esto, tengo un amigo cuya compañía ha implementado una política que dice que no se permite pedirle a un colega una cita más de dos veces en 12 meses. Esto parece sensato. Nadie debe ser molestado en el trabajo y esto parece una forma razonable de detenerlo.

En última instancia, tratar de regular los romances de oficina es inútil. Es difícil imaginar que alguna vez dejarán de existir y, en cualquier caso, tal vez haya cada vez menos romances de oficina.

En la década de 1990, aproximadamente 20 por ciento de las parejas heterosexuales en EU se conocían en la oficina o a través de compañeros de trabajo, según un estudio de larga data realizado por Michael Rosenfeld, un sociólogo de la Universidad de Stanford. Para 2017, esa proporción se había reducido casi a la mitad. El Internet está superando a muchos de los tradicionales métodos y lugares a los que hemos recurrido para encontrar relaciones románticas.

Fuente: El Financiero

 

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Aletia Molina

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