Carlos Ferreyra
Temas como el venezolano no tienen un fácil asidero. Existe evidente inconformidad con el gobierno de Nicolás Maduro, tanto en lo interno como en el exterior del país que sufre una de las crisis económicas y sociales en general, más graves de su historia reciente. Tiene como galardón la más alta inflación registrada en la época moderna.
Y los 16 muertos en las primeras horas de protestas contra Maduro y en supuesto apoyo al proclamado presidente legítimo (me suena, me suena) Juan Guaidó, presidente de la Asamblea, contraparte de la Asamblea Nacional Constituyente que preside el chavista o bolivariano Diosdado Cabello.
Como información confirmada por la oposición, tres grupos de mercenarios armados se introdujeron en el país a partir de Colombia, Brasil y supuestamente Bolivia. Los contingentes armados fueron detectados por la milicia venezolana, que les decomisó la más reciente versión del rifle ruso AK47. Supuestamente ingresaron para provocar alzamientos lo que les acerca a los grupos opositores o a financieros al estilo Nicaragua, procedentes de Estados Unidos.
Las naciones del continente, a la voz del amo, interpretado a cabalidad por el Ministerio de Colonias Yanqui, como denominó Fidel Castro a la Organización de Estados Americanos, se han sumado a la condena y a la petición de una intervención armada para desalojar al heredero de Hugo Chávez.
Las excepciones honrosas hasta ahora, pero condenadas por la masa amorfa de la opinión pública continental, son Bolivia, Cuba, Uruguay y México. Creo que sería correcto analizar un poco tales abstenciones a la luz de la historia del subcontinente y las cotidianas intervenciones, armadas o económicas, de Estados Unidos.
Para México no hay problema; la Doctrina Estrada sería suficiente, aunque con salvedades como El Salvador, Nicaragua y alguna otra nación que se me escape de la memoria, Chile, desde luego, donde se mantuvieron abiertas las legaciones diplomáticas con el fin de proteger y amparar a quienes eran perseguidos y asesinados a la vista de todo el mundo.
La Doctrina establece con meridiana claridad que México no otorga reconocimientos ni los niega. Se abstiene de toda opinión y se limita a sostener o romper relaciones.
En Venezuela siempre ha habido una lucha entre la gran burguesía, adoradora de formas y estilos de vida de las naciones imperiales, esto es Estados Unidos en primer sitio con su metrópolis en Miami; Francia la eterna y París desde luego, y en menor medida Alemania y Gran Bretaña.
Tuve la fortuna de ser amigo de don Lorenzo Fernández, de curiosa historia, propietario de la heladería más famosa y poderosa del país: Efe. Como ministro del Interior bajó del cerro a los jóvenes universitarios a los que su antecesor, Carlos Andrés Pérez, reprimió y lanzó a la guerrilla. Como aspirantes ambos a la presidencia, uno por los Adecos y el otro por los Copeyanos, los partidos que se alternaban el poder, la visión tranquila de un viejo empresario se contrastó con el activo ex “ministro policía” como fue conocido y quien finalmente ganó en dos oportunidades el mandato supremo, 1973 y 1988.
El presidente venezolano conjunta la representación del Estado, del Gobierno, el mando supremo a las Fuerzas Armadas y encarna las decisiones en materia de política exterior. De allí que, en respuesta a la convocatoria de Trump para alzarse en contra de Maduro, éste haya decidido sin más trámite romper relaciones con Washington.
Muy al estilo norteamericano habrá que esperar un atentado, pretexto para la intervención de las tropas de la OEA en Venezuela. Debemos tener presente el lema eterno de “América (continente) para los americanos (país)” y las normas que rigen la organización continental que obliga a la defensa común en el caso de intervenciones extracontinentales. Y ya se habla de Rusia y China como principales interesados en intervenir en favor del indefendible Maduro.
Sobre los atentados, basta con citar la explosión del barco gringo Maine en La Habana, para justificar la guerra de independencia de Cuba contra el imperio español. Y el llamado Incidente del Golfo de Tonkín, para lanzar una guerra absurda, que además perdió, contra Vietnam. El bombardeo contra el Potrero del Llano, petrolero mexicano que sirvió como pie de entrada a la Segunda Guerra Mundial con el Batallón aéreo 501.
Y para reproches, recuérdese la noble actitud de México cuando se abstuvo de romper relaciones con Cuba, orden emanada desde Washington y que fiel, perrunamente, siguieron los gobiernos latinoamericanos.
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