Al presidente López Obrador le gusta decir que la 4T representa la cancelación del viejo régimen, pero no queda claro a que régimen exactamente se refiere. Los adversarios (enemigos) afirman que AMLO es un populista, pero populista, según Norberto Bobbio, fue el General Lázaro Cárdenas. Sucede que la política del actual gobierno es desconcertante. No sabemos bien si efectivamente se trata de un movimiento populista, de izquierda, nacionalista, retrógrada en tanto ve para atrás y se inspira en figuras del pasado, o simplemente estamos frente a un frenesí rodeado de confusión ideológica.
Hay evidentemente una conexión emocional del líder con la mayoría que lo sigue, al ver que el triunfo electoral facilitará la revancha secular de los olvidados. Es bueno que exista un liderazgo en un país, acostumbrado a caudillos, mismos que hace décadas han estado ausentes. Es mejor aún que exista la convicción de ir por una sociedad más igualitaria. Caracterizado como pueblo, masa, proletariado, prole, plebe según los romanos, un amplio sector mayoritario juega un papel crucial en la nueva política. No obstante, el surgimiento de los relegados históricos ha generado un clima de crispación y desencuentros. No es la primera ocasión que ocurre, en la antigua república romana existió una gran tensión generada por la división entre plebeyos y patricios.
En Roma, el crecimiento demográfico incrementó el número de pobres lo que generó demandas sociales. Las instituciones republicanas encargadas de la política eran controladas por los patricios. Surgieron entonces los populares, efectivamente populistas, como Tiberio Graco y su hermano Gayo que en su afán de poder empezaron a romper las viejas normas republicanas. Uno de los signos iniciales de la transformación romana fue la privatización del ejército y la aniquilación del senado. Los poderosos comandantes militares y las legiones de sus soldados leales obtenían enormes ganancias por la apropiación ilegítima de tierras y propiedades. Las tensiones crecieron de tal manera que surgieron los asesinatos políticos, la destrucción del senado y de las instituciones democráticas, el desacatado a las normas jurídicas y sobrevino la guerra civil. El populismo fue la muerte de la república romana.
Según análisis recientes, en 2014-2016, la palabra populismo se utilizó en publicaciones periodísticas de EU en no menos de un millón de ocasiones. La prensa internacional considera a López Obrador como populista. Pero también resultan populistas Trump, Maduro y Jair Bolsonaro. El extraño populismo de Trump por ejemplo, deriva de que siendo evidentemente un miembro de la élite económica, su populismo afloró al convocar en su discurso a los votantes pobres que se sabían olvidados de las elites políticas. Ese fue su éxito, como el de López Obrador al proponer una reforma y limpieza políticas y darle voz al pueblo que le dio el voto.
Al presidente mexicano se le cuestiona por populista. Por eso la pregunta obligada es donde está el viejo régimen que quiere derrocar el presidente. No deberíamos subestimar el valor que en la vida política y social de una comunidad pueden tener los vínculos con su pasado. Rodearse de imágenes y valores históricos como la alegoría de los héroes que enmarcan la nueva imagen del Gobierno de México (Hidalgo, Morelos, don Benito Juárez, Madero y Cárdenas), fortalece la vitalidad del subconsciente colectivo, si bien falta una mujer en el elenco.
Un populista debe ser aquel gobernante que escucha al pueblo. No obstante alguien bien amada por su pueblo, pero instalada en la más cruel autarquía, como Catalina la Grande en la Rusia zarista se preciaba de escuchar al pueblo. Decía: «Hay que hacer las cosas de forma que el pueblo piense que quiere que se hagan así». Su lema es que el gobernante debía tener dientes de lobo y cola de zorra. Más cerca a nosotros, en Francia, Jean-Marie Le Pen se declaró populista por escuchar al pueblo, pero igualmente se situaba por encima de las instituciones tradicionales, por encima de la autonomía de las instituciones y si se ofreciera por encima de las leyes.
Quiero pensar que efectivamente Lázaro Cárdenas es la inspiración del presidente mexicano, así le digan populista los que no lo quieren.
Investigador nacional en el SNI