Carlos Ferreyra
Un pueblo sabio, conocedor de las más oscuras entretelas de la ciencia, de la técnica y del manejo de los asuntos que competen a la colectividad, en opinión de Andrés Manuel López Obrador. Pero como dice el título, somos un país en el que somos oficiales de todo, pero maestros de nada.
Así vamos por ahora, sin rumbo definido y sólo a la espera de la conferencia matutina que, más que informativa, es de línea para los medios y de orientación para la feligresía de la Iglesia Pejiana.
Miramos, unos con recelo y otros con devoción, las decisiones cupulares que pasito a pasito concentran el poder en la figura de un solo hombre que todavía no habla con los pajaritos ni viaja al futuro, pero ya le pregunta a la Madre Tierra sobre la que será su obra magna, el Tren Maya. Consulta tonta, por cierto, ante decisión tomada y trabajos iniciados.
Oscilamos entre preguntas públicas que son respondidas por anticipado, y anuncios públicos de lo que se hace y se hará. Veamos: por un resquicio legal se evade una licitación para comprar casi 600 camiones con cisterna. Por si la rendijita no fuese suficiente, el mandatario explica que no tiene cargos de conciencia en este asunto, porque “no somos corruptos”.
Para la adquisición de los transportes cuyo trato debió hacerse vía redes o con los representantes de la empresa vendedora en México, viajaron a Estados Unidos media docena de altísimos funcionarios, entre ellos la experta en automotores, Irma Sandoval, secretaria de Estado y el canciller, Marcelo Ebrard Casaubon, experimentado adquiriente de equipo de transportación que en el caso de la línea 12 fue inadecuado para las vías, de precio elevado al doble y de ganancias perdidas en el laberinto de la burocracia capitalina.
La confusión, como sello de la casa, se adueñó del caso de la explosión en Hidalgo. El gobernador Fayad, oportuno como acostumbra, se afilió pronto a la causa del presidente y repitió las consignas que se propalaron primero, con determinados datos, luego con la rectificación por las entidades participantes en este doloroso hecho.
¿Se pudo evitar la tragedia? Eso nos lo dirá el fiscal carnal, como le dicen al recién escogido Gertz Manero. Por ahora acomoda las fichas al gusto de ya saben quién, mientras éste se regodea en gira por la zona del desastre prometiendo ayudas a granel a quienes moran a lo largo de los ductos petroleros.
Y para los deudos de los ladrones de combustible, estudia la posibilidad de indemnizarlos con un mínimo de diez millones de pesos por fallecido. Y de cinco para cada herido.
Seguramente rebajará la cifra, pero nunca se molestará en explicar bajo qué rubro legal o, más a su estilo, moral, entregará dineros que no le pertenecen sino a los ciudadanos que pagan sus impuestos religiosamente.
La Dama de Hierro, Margaret Tatcher, primer ministro británico, alguna ocasión declaró con destino al ciudadano común, que el dinero del que dispone el gobierno no le pertenece sino a los ciudadanos. “No hay dinero del gobierno, no existe tal; el gobierno usa el dinero de los contribuyentes y desde luego no le pertenece”. Cito de memoria.
En México desde siempre consideramos al tlatoani en turno como el gran dador de mercedes. No es así. Nunca reclamamos el desperdicio, las placas y autohomenajes, las calles con los nombres hasta de la más descocada de sus familiares y tampoco reclamamos por las obras inconclusas, herencia del anterior gobernante o por las que son imprescindibles. Preferible un camellón hermoso, con flores frescas todo el año, pero que sea el panorama que el gran señor contemple mientras viaja a su casa.
A estas alturas no sabemos si reir a llorar ante los despropósitos para explicar lo sucedido antes, o lo que pasó ahora. ¿Alguien recordará que en 1984 y gracias a Pemex, hubo 500 muertos y cientos de desaparecidos en San Juanico, aquí, al norte de la capital a escasos quince minutos de camino? No, son aguas pasadas y borradas por el tiempo cuando Pemex obtuvo otro galardón, con poco menos de 500 víctimas fatales, miles de casas destruidas y cientos de personas seguramente volatilizadas en Guadalajara. De las que nunca se supo nada, porque sin terminar la búsqueda entre los escombros, se ordenó limpiar con maquinaria pesada.
Con los nuevos vientos sobre las republicanas vidas de los mexicanos, se nos pide opinión y la damos, sobre temas sin límite de conocimientos. Así fue la consulta sobre el Aeropuerto Internacional que costará veinte años de endeudamiento, con el riesgo de que la solución presidencial no consultada sino con su almohada, nos lleve a la marginación como destino de viaje.
¡Ah! se aprecia en los videos de la explosión, que el pueblo bueno, que acudió al geiser gasolinero, iba equipado con recipientes y en vehículos de reciente modelo. Ahora esperemos la indemnización con mis impuestos… negocio redondo para los presuntos deudos. Y no es todo, ocho mil pesos mensuales para las familias que vivan cerca de ductos, más tres mil 500 por cada joven en esa familia y si hay adultos mayores, esos que Fox llamaba “en plenitud”, pues otros dos mil por cada uno.
Y lo que los traficantes de combustibles les paguen por servir como transportadores o halcones. Por cierto, si alguien tiene un terrenito por allí que pueda vender a buen precio, lo pago con las prestaciones pejianas…