En las últimas tres décadas, la filmografía de Clint Eastwood, tanto como actor como director, ha contado historias de hombres de alta estatura moral, de convicciones sólidas y hasta cierto punto heroícas, como Flags of our fathers, Cartas desde Iwo Jima, Invictus, Sully y 15:17 Tren a París; sin embargo, el cineasta también se ha situado al otro lado del espectro al retratar hombres con un pasado tormentoso, a veces secreto y a veces dolorido, ángeles caídos que buscan redimirse ya sea a través del perdón o la venganza, una característica que se puede rastrear tanto en Los imperdonables, Million dollar baby, Francotirador y hasta en Los puentes de Madison County. Esta tradición también se hace presente en La mula.
En su nueva obra, Eastwood da vida a Earl Stone, un veterano de la Guerra de Corea que siempre puso como prioriodad su trabajo antes que su familia; carismático y popular, dedicado al cultivo y venta de flores, es un hombre respetado y querido en el pueblo de Peoria, Illinois, pero también el ganador del resentimiento y rencor de su exposa y su hija; los años y un revés de la fortuna lo ponen fuera de su vida cómoda y delante de la boda de su nieta, quien lo admira contra viento y marea, sin un sólo dolar en la cartera. El azar (u otra cosa), lo ponen en el camino de un cártel de droga, para el cual termina transportando cargamentos de droga entre Texas e Illinois.
Además de la doble travesía, en La mula transcurren dos historias paralelas: la de los agentes de la DEA que intentan identificarlo y darle caza y la del capo para el cual Stone trabaja. Para ello, Eastwood se rodeó de talento puro, una camada de actores de primera línea como Andy García, Lawrence Fishburne, Michael Peña y hasta un Bradley Cooper que ha dejado atrás las comedidas bobalicones para dar paso a personajes más profundos.
Y no nos confiemos de que los 88 años han suavizado a Clint Eastwood; no por viejos, sus personajes dejan de ser incómodos especialmente en esta era donde impera la corrección política; Earl Stone es de la vieja guardia, aquella que aún dice negratas a los afroamericanos, aquella para la cual los mexicanos no dejan de ser meros peones o beaners y aquella que culpa a la tecnología de todos los males de la actualidad («esta generación está jodida porque no ve más allá del maldito celular que tienen en la mano»). No obstante, La mula no deja de ser una master class, una pequeña joya de las que a su edad, Eastwood aún se da el lujo de prodigar.
Fuente: El Financiero