A lo largo de la agricultura en México hay indicios del uso del chile como una herramienta de control de plagas. En algunas regiones se hierve y la infusión se vierte en la parcela sembrada o bien se muele y se esparce alrededor de una planta para evitar que lleguen gusanos u otros animales por su picante.
Bajo este principio, el científico Alejandro Torres Gavilán ideó un método biotecnológico que genera las moléculas que propician el picante del chile sin que se tenga que sembrar una semilla, y que puede ser usado como un bioplaguicida contra insectos, roedores y mamíferos.
“Producimos la capsaicina, que es el compuesto que hace que pique el chile, de manera más sustentable. Los métodos tradicionales siembran una cierta cantidad de tierra, emplean agua para su riego y gastan en pesticidas para tener plantas saludables. Luego el chile se cosecha, se seca, se lleva a cabo un proceso de extracción con productos específicos y al final queda un concentrado de la materia.
“El nuestro es un proceso biotecnológico catalítico que emplea insumos orgánicos ampliamente conocidos en el mercado, como ácidos grasos. Se concentran en un biorreactor y se obtiene una oleo resina de unos tres millones de unidades Scoville, las cuales miden picante de un chile”, detalla en entrevista el investigador del Instituto de biotecnología de la UNAM.
Agrega que el método es tres veces más económico, 20 veces más rápido y más sustentable porque no se consideran compuestos tóxicos ni dañinos. Es un producto biodegradable que no se integra a la planta, es decir, no infiere picante.
Para entender la cantidad de picante de la que habla el doctor Torres Gavilán pensemos que un chile jalapeño tiene 8 mil unidades Scoville, mientras que el chile de árbol andará entre 15 mil y 30 mil, en tanto que el habanero blanco tiene entre 35 mil y 100 mil unidades. Por otra parte, el gas mostaza que se emplea para reprimir manifestantes tiene entre 2 millones y 5.3 millones de unidades Scoville, en tanto que la capsaicina pura tiene 150 millones de unidades.
El biotecnólogo refiere que en 2016 concreta técnica y comercialmente como empresa su proyecto de maestría y constituye Applied Biotec. En ese año se incorporan a la organización con aportes propios los también investigadores Esmeralda Ramírez y Omar Piña.
En 2017, la institución es finalista en el certamen Clean Technology Channel, una incubadora para proyectos que promueven la innovación y sustentabilidad tecnológica.
Al año siguiente son beneficiados por un programa de aceleración en Einhoven, Holanda, evento patrocinado por la firma Philips. “Mostramos nuestras ideas a los evaluadores y de 30 proyectos de todo el mundo fuimos una de las diez reconocidas por el programa High TechXL, el cual brinda asesoría y ofrece acercamiento a posibles clientes, por lo cual constituimos una filial en ese país.
“El modelo de negocio que estamos persiguiendo es ser proveedores el ingrediente activo. Nosotros no producimos un bioplaguicida, si no buscamos alianzas con empresas que ya están en el mercado. Tenemos convenio de exclusividad de la tecnología con la asesoría de la unidad de Vinculación del IBt y de esa manera pudimos proteger el proceso de obtención de las moléculas”. (Agencia ID)