Carlos Ferreyra
¿Recuerda, amigo lector a “don Ga”, el dueño del viejo periódico El Heraldo de México? Socio y antes ayudante y cuidador de personajes como William Jenkins, un gringo que llegó a México a enriquecerse brutalmente de la mano de los Ávila Camacho, particularmente de Maximino, también conocido como “maximacho” por su forma atrabiliaria, abusiva y puede asegurarse que hasta criminal de resolver problemas y caprichos.
Apenas entrada la quinta década del siglo pasado, se registró un incidente que refleja lo que era el poder… sin gloria.
Un líder de los trabajadores del cine que afectaba los intereses de los poblanos, ya don Ga (Gabriel Alarcón) era propietario de muchas salas, debió ser sometido a un tratamiento usual en esos tiempos. Se acusó por cierto al todavía oscuro personaje de ser el autor del asesinato del dirigente sindical que así, sin más, dejó de ser un problema para los empresarios.
Conocido el origen de Alarcón y su oficio primario, nadie tuvo duda en señalarlo como quien apretó el gatillo de la tartamuda (se dijo que había usado una metralleta, al mejor estilo de los gángsteres de Chicago) que cortó la vida del incómodo dirigente de los trabajadores de la industria del cine. O de los empleados de las salas de exhibición, no me da la memoria para tanto.
Pasado el tiempo, tal cual se acostumbra en México, Gabriel Alarcón adquirió visos de empresario, por tanto y sin apelación, de hombre de bien, de benéfico creador de empleos y de industrioso señor que, en vía de novedad, junto con otro poblano, el coronel García Valseca, dueño del periódico deportivo Esto y creador de las carreras ciclistas que dieron fama mundial a nuestro país, además de los cines decidió probar fortuna con un periódico diario.
Repleto de dinero y apoyado por un poblano más, Manuel Espinosa Iglesias, dueño del Banco de Comercio, entonces el segundo en importancia en el territorio mexicano, todavía con el respaldo de los Jenkins y su fundación, creó el primer diario de información general a colores.
En la misma tónica que su paisa el coronel, patrocinó toda suerte de actividades relacionadas con el mundo del espectáculo, mujeres bellas; en fin, convirtió el periódico en un infaltable en las mesas de la gran burguesía que se sintió reflejada como en las mas cosmopolitas metrópolis del universo.
Un día llegó un conflicto al diario. Algunos trabajadores estaban inconformes con determinadas medidas de seguridad y de control dentro de las instalaciones. Las protestas tenían visos de alcanzar grados descontrolados, por lo que Don Ga decidió intervenir en forma definitiva. Y lo que sigue es un cuento que así se conoció, pero servía para describir al personaje:
Don Ga fue a la oficina de uno de sus niñotes. El que al parecer ocupaba un cargo directivo dentro de la organización. Le explicó el problema que, precisó, debemos cortar de plano. “Tenemos que liquidar a ese trabajador incómodo”, instruyó.
Sin perder el hilo de la conversación con su padre, el joven Alarcón abrió el cajón superior de su escritorio y lentamente extrajo una temible Thompson, se caló el sombrero de ala ancha y se levantó para cumplir con la orden de su progenitor que apenas tuvo tiempo para rectificar: “No… liquidarlos de acuerdo con la ley del trabajo, con indemnización económica”.
Viene a cuento porque en el conflicto entre los magistrados de la Tremenda Corte, indefendibles casi siempre pero me parece que no en esta ocasión, saltaron de inmediato los falsarios: Ricardo Monreal y Martí Batres con sus imaginarias y torcidas interpretaciones legales; el propio Andrés Manuel lanzando una mentira tan grande como las atribuciones salariales que hace a los ministros y claro, no podía faltar el radical.
Félix Salgado Macedonio, famoso hasta por su horrenda motocicleta—armadillo, no podía abstenerse de opinar. Sin sustento alguno pidió la sustitución de la Tremenda Corte en pleno. Todos, así como lo hizo Ernesto Zedillo, pero al que nadie le hizo caso. Hombre de carácter soterrado, hizo cera y pabilo de este país, hasta vender los ferrocarriles de los que ahora es socio en unos y empleado en otros.
El expresidente municipal de Acapulco y frustrado candidato a la gubernatura, para proceder a la renovación de la Corte sugirió “liquidar” a los altos jueces. Como no se trata de empleados “de nómina” como burócratas comunes, es obvio que no se les puede indemnizar por despido, así que deberíamos tomar textual la expresión de Félix: hay que liquidarlos, seguir la máxima de que muerto el perro se acaba la rabia.
Bueno, así nos ahorraremos el multimillonario gasto de gratificaciones, pagos por seguridad, jubilaciones escandalosas como la de la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, a la que se excluye de los calificativos del mandatario, AMLO, cuando se refiere ofensivamente a los que cobran, según él, más de 600 mil pesos mensuales.
Y lo desmienten, pero nadie hará caso del desmentido porque sólo él tiene la razón. Siempre.
Un peligro más: los que todavía no se definen en el sentido que pide Macedonio, están publicando las fotos de los ministros y en algunos casos inclusive sus domicilios, ¿Con qué intención? No puede haber sino una: atentar contra la integridad de los togados y de sus familias. ¿Se vale..?
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