Crónica de un concierto surrealista.
Por Rosario Moreno.
El Auditorio Nacional lucía repleto. La cita era a las 20:30 horas. Por lo menos eso decía el boleto. Había transcurrido más de una hora y no comenzaba. Entre el público rondaba el temor de que cancelara.
Luis Miguel salió al escenario al filo de las 10 de la noche. Sin disculpas de por medio comenzó a cantar “Si te vas”. Apenas abrió la boca y el Auditorio se caía de aplausos. Sin embargo, desde la
primera nota, todos nos dimos cuenta. Arrastraba las palabras. No era el Luis Miguel de siempre. Estaba bajo el influjo de alguna sustancia. Esposos, novios y amigos vieron la ocasión perfecta para lanzarse contra el otrora “Sol”. No habían transcurrido ni tres canciones cuando comenzó la rechifla. Parecía que estaba borracho.
Los murmullos subían de tono cuando el cantante se acercaba a una mesita a beber un líquido de un pequeño vaso.
De repente sorprendió al público con tres magnificas interpretaciones. Todos nos paramos a cantar y a bailar. Fue solo un destello.
Entre canción y canción el recinto quedaba a oscuras y la rechifla era ensordecedora. Muchos creían que, como lo había hecho ya muchas veces, Luis Miguel no iba a regresar, pero “cumplió” hasta el final.
El momento más bochornoso de la noche fue cuando en medio de la oscuridad, que servía de pausa entre dos canciones, el público comenzó a gritar a todo pulmón: “sí se pudo, sí se pudo”. En ese momento yo, tan fan de LuisMi, no sabía si morirme de pena ajena o reírme de tantas burlas ocurrentes.
Después vinieron las interpretaciones más románticas del repertorio, pero ya no pudo más. El clarinete salió al rescate y Luis Miguel sólo emitía algún grito, pero no cantó. Cuando el público comenzó a desesperarse, salió al quite el pianista. LuisMi se fue del escenario. El pianista se echó tres canciones, ya iba en la cuarta, cuando los asistentes hicieron presión. De nuevo la rechifla a todo lo que da. Muchos defendían al pobre pianista, que no dejaba de sonreír y de sudar en cantidades industriales. Para su fortuna, de repente aparece LuisMi cantando con muchos trabajos “Por debajo de la mesa”.
En ese momento, todos estaban furiosos y de haber por ahí algún huacal de jitomates, los hubieran aventado.
Con un corte a negros pasó el bochornoso momento y llegaron los mariachis. También les tocó hacer tiempo en lo que “El Sol” se reponía y regresaba. Hubo hasta bailes folclóricos. Cuando acabaron las danzas, el susodicho no aparecía. Los mariachis se echaron dos palomazos. Ya para el
tercero que llega LuisMi. Parecía borrachera de cuates. Fue el momento de las complacencias. Arrastrando la voz cantó varias canciones, incluida “La Bikina”. Ahí la nota también la dio el mariachi, pues cuando todo mundo pedía “La media vuelta”, los músicos dijeron que esa no la tenían. Esa parte del show concluyó con “México en la piel”.
Como fue recurrente a lo largo de toda la presentación, el recinto quedó sin luz. Comenzamos a levantarnos, creímos que había terminado, pero vaya sorpresa. Los músicos comenzaron a tocar “Será que no me amas”. Todos regresamos a nuestros asientos. Cuando el coro había repetido por cuarta vez el famoso “no culpes a la noche, no culpes a la playa, no culpes a la lluvia, será que no me amas”, LuisMi se integra y comienza a medio cantar. Le siguieron otros de los éxitos de la época dorada como “Cuando calienta el Sol”. “Isabel”, “La chica del bikini azul”. Ya para ese momento, el público lo había arropado. Todos cantaban, aplaudían y gritaban. La voz de LuisMi ya no le importaba a nadie. Él solo gritaba sin cantar.
Cuando terminó el concierto, el Sol repartió como dos docenas de flores blancas entre las asistentes. Cayeron papelitos plateados y enormes pelotas negras rodaban entre la gente. En ese momento, Luis Miguel se veía feliz en su mundo. Muy lejos estaba de las críticas, burlas y abucheos que generó su última presentación del año en el Auditorio Nacional. De seguir así, podría ser la última. Sin duda, fue un concierto surrealista.