Carlos Ferreyra
Cabe decirlo: en la foto, López Portillo y Echeverría tras el cambio de banda y asunción del primero a la Presidencia, caminan entre un pueblo enfervorecido que canta, acaricia y quiere estar cerca de la renovada esperanza nacional. Sencillamente el nuevo mandatario, el que sea.
1.- Posiblemente el mejor croniquero que recuerdo en las giras presidenciales se llama Guillermo Ochoa. No se trata del que narra con puntualidad de taquimecanógrafa las incidencias de una campaña, sino del que descubría perspectivas distintas, ángulos diferentes y hasta información que los demás no conocíamos sino cuando leyendo sus amplios escritos recreábamos determinados episodios.
Así hizo famoso a un charro que viajaba en un destartalado automóvil al que llevaba uncido un remolque con un jamelgo digno de una obra del Quijote.
El sujeto estaba siempre en la entrada de los pueblos, montado en su rocín, con su atuendo charro y saludando el paso del candidato, la mano abierta como saludo militar sobre el amplio vuelo del sombrero y la voz estentórea: “¡a susordns, señor presidente!”
Veía pasar la comitiva, subía su escuálida montura a la que previamente le había quitado la modesta silla en la que colgaba el machete tradicional. Bufando su carcacha, un ejemplo de nobleza tal como el Caballo Blanco de José Alfredo Jiménez, salía raudo y veloz hasta la siguiente parada.
Y se repetía la escena. Así toda la gira, pero el hombre se hizo tan popular que meses después lo mirábamos con el mismo automóvil, remolque y caballo, pasear lentamente como si estuviese en un desfile de carnaval, a lo largo de la Alameda. Se bajaba del vehículo, sacaba a su animal al que acariciaba con cariño y con el atuendo charro, el sombrerote, el gesto hierático de los buenos jinetes mexicanos, veía pasar a la gente y con su conocido gesto, la mano en el ala del gorro, saludaba al desgaire…
2.- Humberto Hernández Haddad, otrora senador por Tabasco, reclamaba a una colega suya que leía el pase de lista, que pronunciara su nombre como debía ser: “con hache aspirada”. Diamantina Reyes Esparza, elegante dama del norte a la que por su fuerte carácter le decían “Diablantina”, pidió disculpa y rectificó: “Senador JJJJumberto JJJJernández JJJJadad” y retadora, se le quedó viendo, esperando nueva queja al presidente de la asamblea. No pasó nada.
Este senador, priista de toda su vida, agarró hueso con la cuarta no sé qué. Y lo hizo con los argumentos y elogios con que se movía entre tricolores. “A susordns, señor presidente”.
En una Interparlamentaria con Estados Unidos, llamó al jefe de Prensa, que por cierto era yo, para ordenar que entregara la sala de Prensa y la lista de periodistas mexicanos. Debía ponerme a las órdenes de un gringo que lo acompañaba y que estaba de acuerdo con Manuel Alonso, vocero de De la Madrid. “La orden es de México”, dijo con gran autoridad.
Lo mandé al cuerno, fui con el líder y le comenté que si debía trabajar a las órdenes de un gringo me regresaría a México, que la información del Senado era mi responsabilidad. Me respondió que no sabía de qué hablaba y que, desde luego, la responsabilidad era mía “y de nadie más”.
Priista de convicción, hoy Morenazo de fuego. Aprendió bien y desde antes decía con ternura, “a sus ordns, jefe”. Tiempos del mandatario preguntando la hora y la respuesta clásica: la que usted ordene señor presidente.
3.- Porfirio Muñoz Ledo, al que nunca se le puede cuestionar o criticar porque es demasiado inteligente y rete cultísimo. Recuerdo al presidente Adolfo Ruiz Cortines al que le hacían una recomendación sobre un señor que era “muy inteligente”. Pidió precisión: “Inteligente ¿para qué?”
Porfirio es el más hábil practicante del transfuguismo político. Supongo que no ha militado todavía en el PES, pero pronto lo hará cuando se lo ordene ya saben quién: “a susordns, señor presidente”, será la respuesta acatando la instrucción de reforzar a los evangélicos. Y ningún cargo de consciencia le causará, será un brinco menor.
Fue Porfirio el mayor apologista de Gustavo Díaz Ordaz, el más hábil para justificar el asesinato de tres decenas de ciudadanos, incluyendo niños y mujeres embarazadas. Lo hizo con su habilidad retórica y lo hizo tan bien, que ocasionalmente se le recuerda ese episodio, pero no es la mancha infamante que debió tapar toda su carrera política: justificó el asesinato a mansalva de personas inermes, la máxima muestra de cobardía posible.
Hoy, y de allí la mención al PES, Muñoz Ledo lanza un elogio a López Obrador: “Se mostró con una convicción profunda, más allá del poder y la gloria, se develó como un personaje místico, un cruzado, un iluminado… Es un auténtico hijo laico de Dios y un servidor de la patria”.
4.- La del hoy nuevamente senador, es una de las arrastradas más notorias en el largo anecdotario político de la nación. Antes se conformaban con decirle al presidente: permítame que hable con sinceridad, que le diga a usted de frente que es usted un gran mandatario, el mayor que ha dado este país…
Tres ejemplos de que la idiosincrasia mexicana esta permeada por dos elementos: la transa o corrupción, como quiera llamársele y el oportunismo.
A sus respetables órdenes, señor, lo que usted ordene, apetezca y desee, podría ser el lema que identifique a nuestra clase política. Los brincolines o los “mexican beans”, esos frijolitos saltarines que tanto divierten a nuestros vecinos del norte…