Rosa María Ledesma nunca había pensado en hacerse un tatuaje. Las modas de su época eran otras y sin embargo ahora, con 48 años y una operación de cáncer de mama, se sienta en el sillón del tatuador para cerrar una cicatriz que le atraviesa el pecho y el alma.
Esta mujer menuda de Coacalco, Estado de México, hace unos años que aprendió una de las lecciones más importantes de su vida y desde entonces, repite como una letanía que en la batalla contra la enfermedad no dará marcha atrás «ni para agarrar vuelo».
Rosi, como la llama su marido, ha decidido dibujarse en torno al seno derecho unas flores de cerezo japonés -sakura que llaman- porque según dice, además de ser una flor bonita, es fuerte y cada vez que renace lo hace con más hermosura. Para ello ha acudido a una red de tatuadores y fotógrafos organizados por el grupo Heart Ink México que de manera gratuita ofrece a las mujeres de todo el país la posibilidad de convertir sus cicatrices en algo que las haga sentir cómodas.
Después de un par de horas, Rosi es una mujer con un montón de flores en el pecho. Se mira en el espejo por primera vez y sonríe con la boca bien abierta, satisfecha con lo que acaba de suceder: «Te da fortaleza. Te sientes guapa, segura, distinta. Ya no te interesa taparte y te da igual el morbo de la gente», cuenta. «Invito a todas las mujeres, incluso más mayores que yo, a que se tatúen» dice feliz.
«A partir de ahora, verlo es sentir que florezco cada mañana (…) Sé que mis cicatrices me van a acompañar hasta el último día y no me avergüenzo de ellas, pero con el tatuaje las voy a mirar de otra manera, con más gusto, con más alegría. Ya empecé a comprarme otro tipo de brasier [sujetador] porque me da otra seguridad», dice Ledesma, mostrando con orgullo la rama de flores rosas que le asoman a través de la blusa.
Del lado de Rosa María no se ha separado Yamily Villagómez, creadora de Heart Ink México. «Buscamos dar empoderamiento a las mujeres, plasmarlo en una imagen y que la sociedad vea que un seno no lo es todo. Que un seno es parte del cuerpo, que no lo tengan tan ovacionado», explica la joven de 24 años.
Es común ver a mujeres que han sido abandonadas por sus parejas después de ser diagnosticadas, cuentan Rosa María y Yamily. «El hombre ve esa situación de los senos como una cosa muy importante, pero a mí me vale gorro, porque es tu seno o tu vida. Todavía hay mucha gente que prefiere no operarse antes de sentirse mutilada. Hay mucha ignorancia tanto en mujeres como en hombres», señala Rosa María. Ella se siente afortunada de haber contado con el apoyo de su marido, Ignacio, en todo momento. Llevan casados más de 25 años. «Siempre hemos estado juntos y esta era una situación que teníamos que afrontar los dos», dice el hombre de rostro delgado y gestos nerviosos. «Yo no me casé con un seno. Hay que tomar de la mano a quien está viviendo la situación y al igual que el paciente, empezarnos a informar de lo que es el cáncer», explica Ignacio.
En México se diagnostican unos 23.000 casos de cáncer de mama al año, 60 nuevos cada día, según datos de la Secretaría de Salud y la cifra va en aumento. Este tipo de enfermedad se ha convertido en la principal causa de muerte entre las mujeres mexicanas mayores de 25 años. Cada dos horas muere una mujer por este padecimiento, según la Asociación Mexicana de la Lucha contra el Cáncer de Mama. El 90% de detecciones se hacen en las etapas avanzadas III y IV, en las que las posibilidades de sobrevivir son menores.
Rosa María sabe que no es la misma que empezó la batalla hace casi cinco años. Cuando le dijeron que tenía cáncer, lo primero que preguntó fue que si iba a morir. «Sientes que la tierra se abre y te traga. Los planes que a lo mejor tenías desaparecen y le das otro valor a la vida», cuenta Rosi desde su casa en la colonia de Las Flores, en el Estado de México. Sin embargo, la detección a tiempo y operación del tumor fueron bien y consiguió recuperarse.
La autoexploración es fundamental para detectar el cáncer pronto, y en palabras de Rosa María, tener muchas ganas de salir adelante, lo más importante. «Si nosotros como enfermos no queremos seguir adelante no se puede hacer nada». Ahí está su marca junto al pecho, florecida, que le recuerda que «no hay de otra más que luchar y convertir esa cicatriz en algo hermoso». Igual que un cerezo japonés.
Fuente: El País