Carlos Ferreyra
Es una pregunta con tantas respuestas como lectores haya: ¿cuántos parteaguas hemos transitado en el laberinto de la política mexicana? Vayamos al 68 cuando todo mundo coincidió en calificarlo como el parteaguas, la apertura del Nuevo México, de la democracia de la justicia, la paz y todo aquello que finalmente vimos desbaratarse pero sin admitirlo.
Decidí no leer lo relativo a estas fechas, sabedor de qué hay tantas historias como escritores. No me refiero a firmas y estilos distintos, sino a que todos estuvimos allí, todos vimos con claridad influida por nuestra sangre fría y poder de observación, lo que pasaba ante nuestros ojos. Una película para algunos de horror, para otros sencillamente lo que ocurría.
Los medios amanecieron saturados de información, de versiones, el 2 de octubre, repiten en Santa oración, no se olvida ni cómo olvidarlo con este cúmulo de testimonios, gran parte sí no la mayoría, basados en las obras presuntamente testimoniales como la de Poniatowska que no se asomó ni por equivocación y luego en firma tramposa nos hizo creer que un pariente, joven, había caído bajo las balas asesinas. Debió ser Luis González de Alba quien revelara la falacia aunque, justos, la escritora nunca precisó las causas de la muerte.
Leo por cualquier lado que don Peje sin pudor, asegura que el Estado Mayor estuvo en la matazón. Falso, pero sirve para explicar por qué no lo quiere cerca y prefiere a sus veinte guardianes desarmados, diez de ellos mujeres entrenadas en Israel.
Otro declara que estuvo en la plaza y vio las decenas, centenas de cadáveres y a los crueles sujetos que con guantes blancos los remataban. Falso, el guante en la mano izquierda lo tenían quienes empezaron la balacera y estaban en el balcón del edificio Chihuahua.
Los conservadores hablan de unas cuantas decenas de cadáveres y en el colmo de la deshonestidad, un diario publica una foto de Los Halcones, suceso registrado tres años después y evade el crédito de Armando Salgado Salgado, recién fallecido, y autor también de las gráficas que hoy aparecen en todos lados: tres decenas de muertos tirados en la Tercera Delegación, igualmente sin crédito al autor.
Nadie ha podido mostrar los restos de los 300, 700 y hasta dos mil atribuidos por la prensa oficialista que tituló: Encuentro a balazos entre estudiantes y autoridades.
Llama la atención la furia, a cargo de los nuevos patriotas, los que hoy participan en agresiones, bloqueos y asaltos revueltos en el maravilloso anonimato y que pontifican con la certeza de saberlo todo, de su presencia en el sitio cuando no eran siquiera cigotos.
Faltan testimonios que de todas formas no serían siquiera considerados, como el del escritor Emmanuel Carballo que recordaba que los soldados, al empezar el tiroteo, ponían rodilla a tierra y apuntaban a las alturas de donde partía la agresión; muchos más protegían a la gente y la sacaban de la zona.
Las fotos existen pero es poco lo que importa a quienes en la extrema pureza, niegan méritos a los juanes. Y Carballo, para desgracia de este país, abandonó el mundo de los vivos.
Tantas historias, tan distintas como autores. Fantasiosas la mayoría, acríticas salvo cuando se trata de culpar a ese ente abstracto llamado El Estado o a los soldados.
CIA y FBI destapan sus archivos sobre el tema. Se descubre en ellos que no hubo involucramiento cubano y que tampoco había una conjura comunista. Que lo digan ellos y que lo ratifique su embajador en México es algo poco visto. La desinformación sobre el movimiento en las manos de las autoridades de Estados Unidos, anhelosas de embarrar a todo lo que oliera a izquierda internacionalista, ha sido uno de los ejemplos más completos de que no siempre el Imperio atina.
El resultado, como quiera verse, es una historia mal contada, falsa y que será difícil documentar a los historiadores futuros que tendrán a la mano las crónicas de aquellos periodistas que hicieron fama como cronistas de la violencia, pero dejando de lado la parte oficial.
¿Quién podrá contarla en forma correcta? Sin exoneraciones ni disculpas sino sencillamente como una tragedia que ocurrió y que no debería ocurrir nunca más. Los testimonios presenciales no valen. Estuve allí, tirado bajo las ruedas de mi camioneta en el puente de San Juan, con una tanqueta al lado disparando acompasadamente hacia donde provenían los disparos: el balcón donde los aterrorizados criminales gritaban: “¡No disparen, Batallón Olimpia; Batallón Olimpia!” pero sin que ellos cesaran de apuntar a la multitud.
Mi testimonio no vale, porque otros vieron distinto aunque haya sido lo mismo; miré al Naranjero, el general Hernández Toledo caer bajo la minúscula bala .22 que algún desesperado lanzó o, en retorcida interpretación, uno de los suyos lo hizo pero sin lesionarlo mucho, sólo para demostrar que había francotiradores de parte de los estudiantes.
Hasta la fecha nadie mostró un arma en manos de los universitarios, los politécnicos, los manifestantes en general. Pero en bien de la alineación a las verdades verdaderas, se sigue hablando de cadáveres por todos lados, en el piso, en camiones que corrían raudos al Campo Militar para ser incinerados. Y nunca pudieron conseguir ni una treintena de nombres de los caídos en tan nefasta fecha.
En la Tercera Delegación estuvimos Armando Salgado Salgado, Sergio Pineda, chileno y compañero en Prensa Latina, y yo. Vimos creo que 32 cadáveres, las fotos fueron autoría de Armando y hoy todo mundo estuvo allí, los vio, los contó, y acumula números a su buen entender. Y las fotos se muestran como testimonio, por ejemplo, de Televisa, pero sin crédito al autor.
Deveras, una miseria lo que ha pasado con esta fecha…