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Pobres los hombres son tontos. In Memoriam: Rodrigo Navarro

Publicado por
José Cárdenas

Rodrigo Navarro

Rodrigo Navarro

Esta semana se cumplió un mes de la muerte de mi madre Carmen Benítez y Romandía (93 años). La extraño cada día que transcurre. Fue en esencia eso, una madre de 13 vástagos. Pero también una humanista, mujer inteligente de estrellas y abismos. La entrevistaron hace 15 años para un libro que el gobierno de la CdMx hizo sobre mujeres emblemáticas. Aquí Carmen en sus propias palabras:

Nací en Coyoacán y viví una infancia muy agradable porque mis padres se preocupaban mucho por mi educación. Toda a primaria me saqué diez, si me sacaba nueve me ponía a llorar, me tenía que sacar diez.

Tenía un hermano y una prima que eran malvadísimos. Incendiaban mi casa de muñecas y mis muñecas, y me prometían que iban a llegar con un carrito de bomberos apagar el incendio. Nunca lo apagaron, morían todas las muñecas, yo lloraba. Mi mamá me consolaba, pero la siguiente semana estábamos jugando a lo mismo y las muñecas que me habían comprado otra vez desaparecían, y así.

Mi papá fue abogado, un hombre muy recto en sus cosas, aunque tenía luz y sombra. Fue le típico señor del siglo pasado. Lo eligieron gobernador de Jalisco, ganó siendo independiente. Tomó posesión del gobierno y duró 40 días. Su periodo se le conoce como la “cuarentena de Benítez”, porque pasó el General Obregón y le dijo que se fuera con él, que quería hablar con él. Mi papá se fue, y llegaron a la Ciudad de México y viendo la ciudad a los pies del castillo de Chapultepec, el general Obregón le dijo a mi padre: “Licenciado, me voy a reelegir”. Y entonces me papá le oyó decir su plan, sin más y le contestó: “General, usted no se puede reelegir. La reelección costó mucho, incluso vidas de miles de mexicanos y usted no s e puede reelegir”. Y ahí firmó su sentencia de muerte. También fue secretario de Gobernación.

Mi madre y mi padre eran completamente distintos. Mi padre, un hombre muy delicado, muy prudente, que nunca ofendía ni te lastimaba, ni te causaba una mala impresión. Hablaba muy despacio, muy quedito. Hablaba un español maravillosos, maravilloso. Se pasaba corrigiéndote, porque decía que, desgraciadamente, los mexicanos no sabíamos usar las preposiciones y las conjunciones. Todo el día nos corregía. Era un privilegio y una alegría oírlo platicar.

Mi mamá ere una persona norteña, sincera, francota, que te soltaba las cosas sin mayor tamiz. Te veía y te decía: “Hijita, pero porqué traes ese peinado, te ves espantosa, ni siquiera te lavaste la cara, ¡Qué barbaridad! Bueno, te destruía asírápidamente, por cómo te veías. O te decía que estabas muy bien, muy guapa y que ahora si te habías arreglado. Sincera, era una persona que había estudiado la primaria nada más. Como nuestro pueblo, ella tenía un gran sentido común. Era muy divertida y con mucho carácter. Mi papá también pero tenía un control personal. Mi mamá no, mi mamá se enojaba y te echaba la retahíla y al ratito te daba un beso. “Ya mi hijita estaba enojada y ya se me quitó lo enojada”. Esos eran mi papá y mi mamá. Yo todavía me pregunto cómo es que mi papá y mi mamá llegaron a formar una familia con tan diferente manera de ser en la vida.

Me fascinaba estudiar. Si ves las clases que tenía: mecanografía, taquigrafía, inglés y piano, pues tenía casi ocupada toda la semana. Además la señora Luz Soni, que era mi maestra de piano, nos exigía que fuéramos a conciertos, a recitales, que oyéramos todas las personas que llegaran ya sea a cantar, a tocar, a la sinfónica, los cuartetos, los quintetos. Te aseguro que no tenía un día de la semana que tú dijeras, lo tienes libre para hacer lo que quieras.

En la secundaria, pues ya empezaron los bailes y entonces iba a casa de las primas a los bailes y nos turnábamos, porque estaban las tías en la sala. Entonces decíamos: “Tú pasas bailando enfrente de las tías, das la vuelta y luego pasa otra”, y así como que nos hacíamos presentes enfrente de las tías y las demás estábamos escondidas por el jardín y  por acá, pero bueno siempre había alguna que pasaba delante de las tías para que no se sintiera que estábamos demasiado escondidas. En nuestra época no había fiestas en la noche, eran más bien tardeadas.

Mi esposo y yo nos conocimos en esas fiestas de una amiga mutua. Cristina Rosado que vivía en la calle de Cacahuamilpa, en la Roma y que tenía una casa muy bonita y todos los sábados hacíamos bailongos. Así bailábamos todos los sábados en la tarde y parte de la noche. Así conocí a Raúl.

Me parecía una persona inteligente. A mí me pasó una cosa muy chistosa. Mira yo pensaba que los hombres eran tontos todos. En mi época había concursos a nivel nacional de matemáticas y de lengua, casi siempre los ganaba yo. Participaban muchos hombres. Venían del norte, del sur y todos s eme hacían tontos. Pensaba que no había hombres inteligentes. Decía, “¡Pobres hombres son tontos!” Raúl era una persona muy inquieta, hacía una revista en la preparatoria, leía, era inteligente, muy simpático, era desmadroso. Yo era seria, muy formal, desde niña. Nunca fui chistosa, ni hacía bromas, no me gustan mucho las bromas. No sé por qué, mi mamá era de lo más bromista, mi abuelo también, lo que en el norte se llama “chocarrero”. Te estaba botaneando todo el tiempo. Yo no, creo que en eso salí a mi papá.

Conocí a Raúl en preparatoria, me llamó mucho la atención y cuándo estábamos en segundo año, se me declaró. Nos hicimos novios y duramos ocho años. Toda la carrera. Nos peleamos a muerte por los juegos Uni-Poli. Nos pelábamos, ya sabes, yo enojadísima y él también. Terminábamos y luego ya, después nos volvíamos a ver. En ese intermedio él tenía novias, yo amigos.

Me pasó una cosa que nunca imaginé. Yo siempre planeé hacer una carrera, ser importante, me gustaba mucho estudiar, tenía muy buenas calificaciones, era inteligente. Pensaba: “Voy a ser investigadora, voy a estudiar toda mi vida, morir estudiando”. Pero en cuánto fui mamá, me fascinó, me encantó. Me pareció una tarea muy demandante una tarea que requería de todos mis conocimientos y mucho más.

Cuando uno no tenía catarro, el otro tenía anginas, el otro estaba triste, el otro a lo mejor la novia le había dicho que no, a otro el amigo se la había sonajeado. Siempre había algo moral o físico que curar, que atender, que cuidar.

Lo que me daba más miedo a mí era uniformar a mis hijos, hacerlos que todos pensaran igual, tuvieran la misma educación, el mismo temperamento. Le pedía mucho a Dios que permitiera no echar a perder la obra que había salido de sus manos, que era una obra perfecta. Que no lo echara a perder.

Ponía una olla de caldo grande, echaba la ropa a la lavandería, tendía camas, era lo único que hacía porque no me alcanzaba el tiempo para más y órale. Pero sí, terminaba en las noches rendida. Entonces, gracias a las muchachas que me ayudaban en casa, pude atender esa casa. Pero hay otro detalle, mi marido y yo nos pusimos a platicar y dijimos; “¿Qué queremos una casa cerrada o una casa abierta?” y dijimos los dos, “Una casa abierta”. Entonces se hacían unas ollas de comida como de restaurante. Porque en el desayuno podía haber diez personas extra, en la comida treinta y en la cena otro tanto o más.

De quién más he aprendido es de mis hijos. Tengo trece hijos, de todas las profesiones, de todos temperamentos. Cuando platico con ellos siempre digo “Ahora a ver qué aprendo”.

Pensé que  iba a morir estudiando. Ahora pienso que voy a morir estudiando a gente, me interesan mucho más las personas que los libros. He encontrado que el libro de la vida de las personas es mucho más interesante.

Hasta ahora estamos otra vez mi marido y yo solos, hemos empezado ahora a compartir muchas cosas, nuestros viajes. A mí no me gusta mucho el cine pero a él le encanta entonces, vamos al cine, leemos mucho, escuchamos música muchísimo. Como que tenemos gustos muy similares y pues ahora es cuando estamos reconociéndonos. No a conocernos, creo nos conocíamos bien. Imagínate con 54 años de casados.

Tengo 77 años, mi marido 78 ya estamos grandes, como que necesitamos tener tranquilidad. Y sobre todo hacer un cálculo de una vida completísima, en donde tienes que acomodar las cosas. Ahora estoy un poco metida en mí, en introspectiva, analizando qué he hecho y qué he dejado de hacer.

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José Cárdenas