Viene a mi memoria el atentado al semanario parisino Charlie Hebdo en enero de 2015. A casi cuatro años de aquella tragedia, todavía no se disipan el humo de los abatimientos, el recuento de los daños morales ni la imparcialidad del suceso. La pena y la desesperación mostraron al mundo su rostro de pesadilla real y tangible.
La sociedad mundial vive inmersa en una vorágine de robos, asaltos, guerrillas, secuestros y ejecuciones; hoy agregamos terrorismo. No hay para cuando parar. El terrorismo actúa de tal forma que asalta la razón, desequilibra. Vivimos una incertidumbre. Esa incertidumbre hacia la cual rodamos impulsados por una lógica existencial, y que corre paralela a una lógica religiosa y política, y reconoce que frente al gobierno no existen sino la muchedumbre y la nación, pero no el individuo, quien apenas es un miembro común de la sociedad, afiliado tal vez a un partido político, a un sindicato, a un gremio, a una asociación.
La estrecha correlación que existe en las actividades humanas hace que hoy, cualquier suceso con sabor a terrorismo, repercuta inmediatamente en la esfera política. Y para dar mayor énfasis al párrafo, a todo lo enumerado al inicio, debemos agregar la muy preocupante situación económica que viven la mayoría de los países del mundo, y que es común denominador, o mejor dicho, es el cristal al través del cual se miran peor todas las cosas.
El terrorismo es el uso de la violencia para el logro de cualquier tipo de objetivos, ya sean políticos, religiosos, económicos. Todas las definiciones actuales de terrorismo comparten un elemento común: conducta motivada políticamente. El rápido crecimiento de las organizaciones criminales transnacionales y el crecimiento del rango y escala de tales operaciones, pueden bien resultar en el uso de violencia para alcanzar objetivos cuya motivación sea la obtención de beneficios financieros.
Y a partir de ese momento, todo se agudizó, propiciado por dos operaciones militares indebidas: la Guerra del Golfo en 1990, y la invasión de Irak en 2003. El mundo musulmán se levantó en armas y se ha aprestado a defender su creencia en cualquier parte del mundo y a cualquier precio.
El oficio periodístico es difícil en cualquier parte del mundo. Pero en México se han incrementado de manera alarmante los asesinatos de periodistas. Cada vez con mayor frecuencia recibo los comunicados del querido amigo Teodoro Rentería Arróyave, directivo de varias organizaciones periodísticas informando de la muerte de otro comunicador. Y las autoridades responsables de la investigación, y los jueces, saben que esas agresiones son de fuertes grupos criminales que, seguramente, fueron denunciados en los cada vez más numerosos medios de comunicación. Y entonces fingen demencia.
El ser humano es libre, en cualquier parte, bajo cualquier régimen, en cualquier latitud para expresar sus ideas; nadie tiene derecho a coartarlas. Hoy y siempre, una pluma seguirá siendo el arma más poderosa del planeta. Todos quienes estamos dedicados a esta difícil y delicada profesión sabemos que en varios países se denomina como “MALDITO OFICIO” al trabajo de los periodistas que se juegan la vida día a día.
Repito una frase que ya mencioné anteriormente:“No se mata la verdad matando periodistas”.
Premio Primera Plana
Premio Nacional de Periodismo
Fundador de Notimex