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Mueren las revistas (y 8): Carlos Ferreyra

Publicado por
José Cárdenas

Carlos Ferreyra

 

 

En uno de sus constantes viajes a Buenos Aires, Alatriste regresó con una novedad: había contratado a un argentino listo, que le prometía elevar las ventas de La Familia y Sucesos para Todos hasta el infinito y más allá. Tenía la fórmula.

Este fue un episodio increíble. No exagero: la revista familiar, que vendía 300 mil ejemplares desde Chicago, Los Ángeles, sur de Tejas, todo Centroamérica, Venezuela y Colombia, en tres meses desapareció totalmente.

Sucesos le seguiría los pasos, pero bajo patrón diferente y ya con la dirección omnímoda de Gustavo.

Cuando el dueño de la publicación me comentó su proyecto, al que se adhirió con entusiasmo cuando se lo expuso el argentino listo (todavía no estaban de moda los forenses, sino también se hubiese acreditado el platense cuyo nombre no recuerdo, pero debería estar en la historia de la ignominia nacional). Se trataba de un giro tal, que abandonaba a sus lectoras de decenas de años y se lanzaba tras un mercado desconocido para los medios nacionales.

La Familia se publicaba quincenalmente. En cada número incluía un cuadrito de tela con las guías para bordar. Hilos incluidos, al final del año en todas las mesas de México podía verse los manteles elaborados por las dueñas de casa y cuyas diferencias sólo estaban en la forma de unir los cuadritos: con diferentes bordados era lo común.

Al conocer los nuevos planes, un día frente a su gigantesca mesa con piel de elefante y patas del mismo animal, le dije que había platicado con lectoras de decenas de años, seguidoras fieles de la publicación y que me habían dicho que no la comprarían si se hacían los cambios.

Me preguntó a quienes había consultado y cómo lo había hecho. Le respondí. Me dijo: “¿tú eres periodista? ¿Tu madre, tu tía y tu hermana son periodistas? No, ¿verdad? Entonces mejor no opinen”.

–Bueno, don Gustavo, no son periodistas, tampoco lo soy yo, pero somos lectores y somos quienes compramos las revistas…

–Ya aprenderás. Hablaremos cuando vemos cómo reacciona la gente que no es de Morelia, claro.

Pasaron un par de meses. Yo había ocupado la chamba de jefe de circulación, por lo que tenía los números en la mano. Y los sitios donde las revistas tenían mayor acogida, así que de inmediato le reporté la grave situación. Hubo cambio de papel, a couché mate, algún colorido en páginas centrales, de la mitad para atrás modernidades que incluían una fotonovela. Tal como en Argentina, era el argumento, y como en Italia, para reforzarlo.

Existían otras publicaciones que se dedicaban a cositas del corazón y no a labores manuales, así que el fracaso fue monumental, agravado porque se comenzó a imprimir en Estados Unidos, con lomo cuadrado y un costo infernal. Tanto así, que no se intentó el rescate, sencillamente se decretó la muerte de tan emblemática publicación, posiblemente la más importante de Latinoamérica en sus tiempos.

Recuerdo su rostro de dolor, la mirada con ojos rasados en lágrimas, la voz balbuciente y su expresión: “Si dices que me lo advertiste, te mato aquí mismo” y sonrío con amargura. Le contesté que no cometería la indecencia de recordarle que se lo había dicho…

Pasó El tiempo, me estrené como reportero, aprendí mucho del salvaje que tenía como mote Nikito Nipongo, cruel con los aprendices y peor conmigo que le representaba la imagen de Alatriste al que le recibía toda suerte de beneficios, pero despreciaba profundamente. Después del fracaso para apropiarse de la publicación y de iniciar Mario Menéndez su dirección, a don Dueño le dio por convertirse en periodista y se inauguró con una columna bajo la firma de Azor, un ave de rapiña muy bien enterada, por cierto.

Mario salió a su revista particular, Por qué? y yo me fui a dirigir Prensa Latina en la oficina de México. Mientras, en Sucesos, don Rosendo Gómez Lorenzo, un canario gentil, hermano del director en Cuba del diario El Mundo, con Armando López Becerra y no sé quiénes más, intentaba a toda costa sacar del hoyo en que había metido Alatriste a la publicación.

Todavía con la cabeza llena de modernizaciones, se decidió hacer la versión totonaca de las revistas para caballeros editadas en Estados Unidos. Transformó la publicación en su Play Boy región cuatro o de plano del subdesarrollo. La voz pública empezó a llamarla “Sin sexos para Bobos”. Fue el fin…

Tras los avatares rebeldes de Mario Menéndez, abrió su publicación con muchos recursos económicos que aportó Fernando Gutiérrez Barrios. Puede afirmarse que por este medio los órganos de control político nacionales tenían un relativo control de las actividades y los pensamientos de los grupos más radicales. Después de todo fue el éxito que abrió las puertas del director al exilio dorado en Cuba.

carlos_ferreyra_carrasco@hotmail.com

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José Cárdenas