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Mario el aventurero (3): Carlos Ferreyra

Publicado por
José Cárdenas

Carlos Ferreyra 

 

Pocos periodistas han tenido una vida de cuento, de aventura y de terror como la de Mario Menéndez Rodríguez, el yucateco propietario y director general del diario peninsular “Por Esto”.

Heredero por parte de padre de la mitad del reaccionario “Diario de Yucatán”, debió encargarse de la publicación tres días a la semana, mientras un primo hermano lo hacía igual lapso y un pobre, inocente y aterrorizado editor dominical intentaba tapar los estropicios de los dos copropietarios, aunque todavía vivían los padres que disputaban el poder sobre el medio.

Cosa de locos, tres días a la semana había justificaciones o explicaciones sobre el curso de la Revolución Cubana, y entreverados otros tres días cuestionamientos a tal movimiento social.

Ignoro si por esa situación don Mario padre aceptó que le liquidaran su parte; Mario chico apareció por la ciudad de México. En todo caso tenía una gran conexión con Cuba de la que llegué a beneficiarme porque por su conducto me invitaron a hacerme cargo de la agencia “Prensa Latina”, previa liquidación de todo el personal del Comité Central del PCM que cobraba allí, aunque no necesariamente trabajara.

He mencionado que en mi calidad de exsecretario particular de Gustavo Alatriste y tras una ruptura con Raúl Prieto, nombré a Mario director de “Sucesos para Todos”, principio y fin de su carrera como el principal reportero de la guerrilla latinoamericana.

Estuvo en Venezuela y recorrió otros países pero en ese correr tras la información, destacan dos hechos: el primero en Guatemala en compañía de Rodrigo Moya, sin duda uno de los más extraordinarios fotógrafos paridos en este continente, a quien le provocó un trauma del que el extraordinario periodista gráfico evade hablar.

A los fotógrafos los traiciona el oficio. De allí que muchos mueren en la tarea de registrar los hechos y muchos otros en forma diría que casi automática, aprietan el obturador y luego viven un infierno al darse cuenta que si se hubiesen preocupado por el protagonista y no por la foto, quizá el final fuese otro.

Después de una marcha por la selva los rebeldes llegaron a un rancho, de donde sacaron al padre y al hijo a los que acusaron de mil y una tropelías. En el juicio y sin apelación ni escuchar a los acusados, se decidió fusilarlos allí mismo. Eran alrededor de las tres de la madrugada, una oscuridad total.

Mario, al borde de la histeria, exigió que en el sitio donde matarían a los dos rancheros se colocaran un par de vehículos con las luces prendidas. Y a Rodrigo lo presionó para registrar el crimen a pesar de la imposibilidad técnica de hacerlo.

Moya usaba unas cámaras hermosas, enormes, con visor arriba y rollos no recuerdo si seis por seis o cuatro por cuatro. La sensiblidad era de 400 grados ASA. Igual registró el hecho y luego sometió las películas a un forzamiento que las hacía alcanzar lo que debería ser algo así como mil grados. Las fotos se publicaron y Rodrigo hasta la fecha lo lamenta y no están disponibles en su colección.

El segundo hecho, que fue el que terminó con su carrera de aventuras, fue su captura en Colombia donde encarcelado, fue obligado a ingerir toda suerte de “sueros”. Cuando meses después lo recibimos en México, del hombrón de 1.90 de estatura y 120 kilos de músculo, sólo quedaba un vago recuerdo. La mente extraviada, la mirada perdida, pero pudo reponerse lo suficiente para que Gustavo Díaz Ordaz que no quería verlo morir en la nación suramericana, lo encarcelara aquí e intentara un par de veces asesinarlo.

Su liberación porque entre los múltiples cargos lo acusaban de organizar un grupo rebelde en el sureste, lo que no era del todo falso, fue colgada del excarcelamiento de los compañeros de Genaro Vázquez Rojas, enviados a Cuba a cambio de la libertad de un diplomático secuestrado.

Ni siquiera la intervención de las jerarquías eclesiásticas habían conmovido al mandatario que tomó el asunto Menéndez como asunto personal, ¿por qué? nunca lo supimos. Quizá esa bendita edición del 3 de octubre.

Frente a “Excélsior” había un edificio, el más bonito del país, típicamente europeo y donde vivíamos gran número de periodistas, muchos de ese diario y yo que todavía entonces estaba en PRELA. Una noche, con mi inolvidable amigo Luis Carrión, disfrutábamos del Ron Caney añejo y cantábamos canciones revolucionarias con acompañamiento de guitarra.

En esas estábamos cuando escuchamos el estruendo. Una semana antes habían reventado la oficina de Cubana de Aviación, a dos calles, pero en esta ocasión nos pareció que era enfrente, en mi oficina.

Salimos corriendo y nada, la bomba se la habían metido a “Excélsior” donde eficientes como acostumbran, estaban judiciales, federales y uniformados. Tras breve bronca porque Luis les gustó para colocador de bombas, se me ocurrió que después del periódico sólo quedaba pendiente “Por Qué”.

Y para allá nos fuimos. Apenas dábamos vuelta por Marina Nacional cuando a lo lejos vimos el resplandor y escuchamos instantes después el ruido sordo, apagado, de la explosión. Igual, llegamos atrás de las impresionantemente eficaces autoridades de todo nivel que ya estaba recolectando pruebas.

Mario ya andaba por La Habana, jugando polo acuático en mar abierto con Fidel Castro. Solos, ambos.

carlos_ferreyra_carrasco@hotmail.com

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José Cárdenas